Cultura

«¡Esto es Chontales!» O el oficio del «arte sano»
Esto es Chontales
"¡Esto es Chontales!", de Guillermo Rothschuh Villanueva. // Foto: Claudia Tijerino

Un chontaleño como pocos, porta el estandarte de ese arte bueno, de ese arte sano, frente a esa generación del arte enfermo, de la generación del copy paste, de las tablets y los juegos de free fire

     

Guillermo Rothschuh Villanueva, maestro de la crónica, hace de sus letras una obra de arte imperturbable en el tiempo; arte sano, guardando distancia del arte enfermo. Muchas son las referencias históricas, desde Diego Machuca de Suazo (por tierra) y Alonso Calero (por agua) en 1536, para describir el entorno geográfico e histórico de las costas del Lago de Chontales, hasta llegar al eflujo del Lago Cocibolca, conocido como Río San Juan. Otros grandes exploradores lo han hecho, como Mark Twain y Laurence James Cole, o desde el británico Thomás Belt hasta el uruguayo Danilo Antón, sin dejar de pasar de soslayo El Mineral, libro de mi hermano Omar Jota Lazo Barberena o las publicaciones de la reconstrucción de la arqueología histórica sobre Santo Tomás de mi amigo y poeta Wilfredo Espinoza.

¡Esto es Chontales! El más reciente libro de Guillermo Rothschuh Villanueva, es el grito de Leónidas en las Termópilas, de Vicente Hurtado Morales, Catarrán, recibiendo la estafeta de Heliodoro Catón allá en las mesetas de Hato Grande o de Julio Robleto, Julio Tortilla, recuperando las espuelas después de la última monta que hiciera Vicente Hurtado Morales en la barrera de Santo Tomás. Esto es arte sano.

El arte sano que recrea en cada una de sus magistrales páginas Guillermo Rothschuh Villanueva, nunca ha salido de la tierra de centauros como dijera Pablo Antonio Cuadra, de esos centauros inquebrantables al tiempo: Josefa Toledo de Aguerri, Pablo Hurtado, Carlos A. Bravo, Guillermo Rothschuh Tablada, Cornelio Nelo Bravo, Gregorio Aguilar, Vicente Hurtado Morales, Catarrán. Guillermo Rothschuh Villanueva desde su calle Palo Solo, se armó de tintero y pluma para dibujar ese retrato y golpear las puertas de la historia de la chontaleñidad, como lo han hecho los dos más grandes pintores de Chontales: David Antonio Ocón Núñez de Acoyapa y el liberteño Orlando Sobalvarro Mena: la eternidad de nuestro Amerrique, pinturas enigmáticas y poéticas, ¡Esto es Chontales!

Cuando hablo del arte sano, hablo de la obra que trasciende, que muchos intentan, pero pocos logran, del equilibrio de la obra de arte, de componer esa obra de arte, de su creatividad, de mezclar todo como dijera Juan Valera en un alambique de la chontaleñidad, entre los zambullones en Semana Santa o durante la fiesta brava, ya sea en las plazas taurinas la Máximo Castillo Coyote o la Cástulo González.

Pero también Guillermo Rothschuh Villanueva no se queda solamente en esa perspectiva del arte sano, si no que va más allá de las fotografías históricas en blanco y negro del Gato Horacio Lanzas, y se rebela contra el arte abstracto de Wasily Kandisky o Jackson Polluck y se vuelca por el naturalismo, por la ecología, contra la prolongada agonía del río Mayales o las desgracias de La canción del oro, en las minas de La Libertad o Santo Domingo, y que se han multiplicado por todo Chontales, Rama y Río San Juan, como Jason y sus argonautas, en minas artesanales con oro de baja calidad que le están haciendo daño al medio ambiente y engruesando la bolsa de unos pocos.

Un chontaleño como pocos, porta el estandarte de ese arte bueno, de ese arte sano, frente a esa generación del arte enfermo, de la generación del copy paste, de las tablets y los juegos de free fire. ¡Ya no caben más muertos!, ni siquiera en el imaginario popular ni en las barreras ante la inminente propagación del toro cebuino de monta y no del criollo cacho puntal. Somos marcados por la historia, en su esplendor y ocaso, como lo fue Hato Grande.

Guillermo Rothschuh Villanueva nos trae esta obra que por su excelsa crónica qué es grata, amena y muy interesante, pero que por su contenido va a ser eterno, esa mezcla de frutos, corozos y almibares, porque como decimos sarna con gusto no pica. En esta obra está dejando grabada la inmortalidad de ser chontaleño, como una vez lo hiciera Carlos A Bravo en Nicaragua, Teatro de lo Grandioso. Rothschuh Villanueva, ese pincel y cincel que moldea el arte, poniendo firmes las espuelas como el Diablito de Muhán, no en mármoles, ni oro ni plata, si no en el tambor batiente del cuero de la vaca, de ese mismo cuero que salen las coyundas, de ese buen oficio de cronista del tiempo, de la eternidad, ¡Esto es Chontales! ¡Sírvanme otra copa cantinero!

Santo Tomás, Chontales.