Silvia Cerda tiene nueve meses viviendo en Costa Rica. Atrás quedó su negocio de comidas y su trabajo en una zona franca textil de Masaya. Hoy Silvia está exiliada, viviendo en un pequeño cuarto en San José, Costa Rica, junto a otras dos personas. No ha encontrado trabajo fijo. “En diciembre trabajé quince días y al final me robaron un día de trabajo. He buscado, he buscado y la gente no te da trabajo. Una vez ocasionalmente me dicen que limpie una casa”, cuenta afligida.
Vilma Sevilla, quien vive con ella, agrega: “La situación de trabajo es lo más duro para un inmigrante, para un perseguido político, no tener trabajo… porque si no hay plata no podés hacer nada”.
“PSJ”, como se hace llamar un joven de esa misma ciudad, también alquila una habitación en San José, cuyo pago se le hace difícil porque también se encuentra desempleado. Necesita dinero para subsistir y enviar a sus hijas que quedaron en Nicaragua.
“Aquí nadie te garantiza un trabajo. Aquí es difícil, ha sido duro. Hay momentos en que hemos tenido que hacer tan solo un tiempo (de comida) y es duro porque a veces los niños piden y uno no tiene que darles”, dice “Gato Nica”, quien decidió traerse a sus hijos a este país.
El tiempo pasa y lo más difícil para estos masayas que viven refugiados en Costa Rica, es la falta de trabajo, vivienda digna y alimentos. La vida que conocían, sus casas y su país quedaron en su pasado. Salir al exilio nunca fue el plan.
La resistencia en el tranque y la protesta
Pero el calvario empezó en abril. La dictadura les cobró su participación en la rebelión de abril, en uno de los bastiones de la protesta cívica. Soportaron las balas y el ataque brutal del régimen de Ortega, determinado a eliminar los tranques y las barricadas que levantó Masaya, una ciudad históricamente sandinista, que se rebeló ante la masacre.
“Eso es lo que más les duele a ellos. Yo fui de la Juventud Sandinista, yo anduve en esas caravanas de motos, yo anduve para los repliegues, yo era muy fanático, era uno más cegado”, dice “Gato Nica”. Es el caso de “PSJ”, quien también fue miembro del FSLN y participaba de las caravanas de motos a cambio de combustible gratis.
“Cuando revienta todo en abril, recibí una llamada de dos compañeros míos de la misma brigada motorizada, que me fuera para Managua, que anduviera con ellos, que iban para Masaya a reprimir. Yo les dije con unas palabras vulgares que no”, recuerda.
¿Qué pasó en Masaya? Cerda lo explica así: “Lo que pasó fue que el pueblo se hartó de ver las injusticias. Había un pueblo que callaba, callaba porque quería mantener su ego de sandinista alto todavía, pero al ver tantas injusticias, cómo los jóvenes estaban muriendo, se hartaron, se cansaron… nos cansamos».
Estos nicaragüenses decidieron involucrarse activamente en las protestas y tranques en la Ciudad de las Flores. Cerda era miembro activa del Movimiento 19 de abril junto Yubrank Suazo, Cristian Fajardo, María Adilia Cerrato, Santiago Fajardo, quienes forman parte de los 80 presos políticos del departamento de Masaya. Su delito fue “haber alzado la voz contra el gobierno, haber alzado la bandera de Nicaragua. Ese es el delito que tenemos, por eso estoy exiliada aquí, al haber recibido amenazas”, explica Cerda.
Se integró de forma espontánea, asegura. Era una más autoconvocada del pueblo, dice. “No era necesario decirle al pueblo ‘necesitamos tal cosa’ porque la misma gente, llegaba y te decía ‘aquí está este bocado de comida, aquí está este perol de masa de cazuela para que le des de comer a la gente”.
Sevilla, por su parte estuvo dedicada a apoyar los puestos médicos instalados de forma improvisada en la ciudad. “Tuve siete puestos médicos en diferentes lugares de Masaya, les abastecía para heridas, para alimentación”, menciona.
“PSJ” trabajaba como chofer, hasta el 19 de abril de 2018. “No estaba de acuerdo con lo que le estaban haciendo a los ancianos”, dice refiriéndose a las reformas a la Seguridad Social que contemplaban reducir las pensiones de las personas jubiladas. “El trabajo lo perdí, que prácticamente era el sostén de mi familia, mis hijos, y me involucré en las marchas, en las barricadas, y pasar día y noche en los tranques”.
Los brutales ataques
El 17 de julio, fuerzas combinadas de la Policía Nacional y paramilitares se tomaron Masaya y el barrio Monimbó, después de desmantelar los tranques con el fuego de armas de guerra. Centenares de masayas decidieron escapar de la fatídica operación limpieza desatada por los paramilitares del régimen.
“Ese fue un día inolvidable. Amanecimos, siempre me quedaba, porque era el cabecilla. Yo amanecí y recuerdo que ese día, cuando me reportan por un grupo de Whatsapp que nos están cayendo, y cuando veo viene el grupo de policías, lo que hacemos fue buscar como resguardarnos y le digo a los muchachos: ‘vámonos’. Pero ellos entraron, y como eran multitudes de policías y paramilitares, a uno de mis compañeros lo hirieron en el brazo y la espalda y él se iba desangrando. Pero gracias a Dios, a un vecino nos dio lugar para entrar en su casa y ahí estuvimos”, rememora “PSJ”.
Falsas acusaciones
«Fue un ataque descomunal, ese día, ellos mismos arrastraron un cadáver, aunque ellos dicen que fuimos el pueblo. No fuimos nosotros, fueron los mismos paramilitares los que arrastraron a un policía muerto y lo quemaron, porque eso sí lo vi. Estuve en esa ocasión ahí cerca y lo vi, fueron ellos. Los chavalos estaban como a dos cuadras de donde se dio ese acontecimiento”, afirma Cerda.
“Gato Nica” ha sido acusado por el régimen por la muerte de ese policía. “Me subieron mi foto de perfil incriminándome en un asesinato… Nunca miré a ese policía, nunca lo miré en una barricada que lo hayan tenido (…) y me di cuenta que me inculpaban y por eso tomé la decisión de migrar por punto ciego y ahora soy un exiliado más acá”, cuenta.
Este joven bajó por la Laguna de Masaya, pasó una noche allí y luego salió rumbo a Costa Rica. “PSJ” también se vio obligado a salir de Nicaragua de forma irregular. En Rivas estuvo refugiado quince días, después decidió tomar una lancha con un amigo. “Nos venimos hacia acá por agua”, dice.
Cerda también cruzó por un “punto ciego”. “Cuando venía por una zona lodosa, fangosa, el Ejército me detuvo, me dijeron que yo aparecía en la lista, me mostraron una foto de personas en una de las protestas en Masaya. Tenían una foto mía en una tableta, me la enseñaron y me dijeron que allí me iba a quedar», recuerda.
«Yo venía con mi hijo y con mi sobrino. (Un oficial) se acercó y yo le decía llorando que me dejaran ir, que yo venía con mi hijo que lo único que quería era salir del país porque la vida de mi hijo estaba en riesgo. ‘No’, me dice, ‘es que vos andabas metida en las protestas… sos de Masaya, ya te tenemos bien identificada, vos andabas con esos hijueputas’. Vino el más viejo y me dijo, ‘¿traes dinero con qué pagar? Si tenés con que pagar, te vas’. Entonces me cobraron 50 dólares por cada uno, eso les costó mi cabeza a ellos, 50 dólares, eso valía yo para ellos”, cuenta con lágrimas en los ojos.
Las adversidades del exilio
Los primeros días en la vida de los refugiados transcurrieron en un estado de precariedad. “Gato Nica” durmió el primer día en una parada de autobús, luego en el parque La Merced. “Desde ese día que se nos metieron a Masaya con todos los paramilitares, (hasta) como a los dos días pude probar un bocado de comida. Me acuerdo que fue un pucho de frijoles que nos regaló una señora en una panita, con un pedazo de pan y un tuco de queso”.
A Cerda le tocó dormir en un autolavado. “No estoy hablando mal de las personas, porque les agradezco mucho. Nos prestaron unas esponjas, pero estaban húmedas, y fue horrible dormir en algo remojado”.
La ayuda humanitaria llegó a los primeros meses, pero cada vez escasea más. Mientras la cantidad de nicaragüenses que llegan con necesidades básicas a Costa Rica aumenta. Las solicitudes entre los exiliados son similares, explica Cerda.
Detalla que necesitan trabajar porque «sentimos demasiado largas estas vacaciones, unas vacaciones forzadas sin salario». También requieren alimentación porque «la mayoría de gente que antes apoyaba con alimentos hoy día no lo hace, que ya están cansados». Además piden atención médica y que las autoridades ticas les brinden sus permisos laborales.
Sevilla coincide: “aquí tengo una familia y ellos me han estado ayudando un poco y con ayuda de los amigos… si no fuera así no sé cómo haría. Actualmente no recibo ayuda de ninguna organización”.
En medio de las dificultades que continúan atravesando, siguen pendientes de las noticias de Nicaragua y mantienen la demanda de justicia: “Es duro ver morir tantos chavalos, que los que estuvimos ahí lo vivimos, y que quieran decir amnistía para ellos… es como pasar sobre el cadáver de estos chavalos y dejarlos tranquilos a ellos”, insiste.
“PSJ”, por su parte, se pregunta qué sucederá con quienes han participado en la represión y han sido cómplices del régimen. “Tengo familia que han andado de paramilitares y actualmente se han hecho policías. Solo le pido al Señor que les toque su corazón, que no sea demasiado tarde, porque sé que la lucha va a seguir y pronto Nicaragua va a ser libre y no sé que van a hacer ellos, dónde se van a meter cuando Daniel Ortega se vaya”.