Cada año, al acercarse ciertos periodos estacionales, se ponen de moda algunos alimentos “nuevos y exóticos”. Es el caso de la quinoa, las bayas de goji, el aceite de coco, la espirulina, las semillas de chía, la col kale… Estos prometen “una lista interminable de nutrientes”, una “larga vida” y una “salud de hierro”.
¿A que nos referimos con el concepto “superalimento”?
Hagamos una búsqueda en Internet de la palabra “superalimento”. En pocos segundos encontraremos más de 4.000.000 coincidencias. La cifra que aumenta hasta 56.900.000 si introducimos el término en inglés. Esto nos sugiere el potencial interés que despiertan este tipo de productos en diferentes colectivos de la población.
Encabezando el listado de resultados, hallamos la definición de Wikipedia. Aquí, el concepto “superalimento” se describe como “un término de mercadotecnia para referirse a ciertos alimentos que aparentemente proporcionan numerosos beneficios a la salud humana, como resultado de una alta densidad nutricional”.
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Esta y otras definiciones similares son las que consumidores, personajes públicos y empresas utilizan para referirse a aquellos alimentos que “tienen una cantidad significativamente mayor de nutrientes específicos”. ¿Cómo cuáles? Vitaminas y minerales; proteínas o sustancias denominadas bioactivas, como las fibras o los polifenoles, cuyo efecto beneficioso sobre la salud está demostrado.
¿Qué sabemos de ellos?
En contraposición a la información divulgativa poco contrastada, si buscamos la definición de “superalimento” en la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) veremos que el término no está definido en la normativa. Tampoco lo reconocen entidades europeas reconocidas, como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).
Además, algunas de las alegaciones de salud del etiquetado o publicidad de estos alimentos (“mejorar tu salud”, “reduce el riesgo de enfermedades”…) pueden entrar en conflicto con las directrices establecidas en los Reglamentos de la Unión Europea. Sobre todo, como es de suponer, con los relativos a la información presente en el etiquetado de los alimentos.
Estos mensajes y alegaciones hacen pensar que el consumo de un superalimento es suficiente para garantizar el aporte de todos los nutrientes necesarios en una dieta adecuada. Eso, a mi juicio, es totalmente opuesto al mensaje que tendríamos que dar.
¿Existen realmente?
Hasta la fecha, solo hay un alimento que ha demostrado tener todos los nutrientes necesarios para la vida y en las cantidades adecuadas para el hombre. Se trata de la leche materna, hasta los 6 meses de edad.
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Sin embargo, ninguno de los productos proclamados superalimentos han demostrado tener una cantidad de un determinado nutriente más elevada que muchos otros alimentos de consumo frecuente. Algunos de ellos sí presentan una composición que puede resultar interesante en la dieta. Ahora bien, no deberían plantearse como un sustituto más rápido y cómodo de una dieta equilibrada.
¿Por qué decimos que no existen los superalimentos?
Esta es una pregunta fácil y complicada al mismo tiempo.
Por una parte, la sociedad ya no busca sólo productos nutritivos. Existe un gran interés por aquellos alimentos con la capacidad de mejorar el estado de salud previniendo la aparición de muchas enfermedades crónicas.
Además, necesitamos y demandamos algo rápido. Al fin y al cabo, llevar una dieta saludable y hacer ejercicio requiere tiempo, constancia y fuerza de voluntad. Ahí está nuestro talón de Aquiles.
Por otra, para las empresas, la salud, como marca, vende. Así, una parte del proceso de marketing se basa en resaltar aquellos aspectos de un alimento que puedan conferirle un beneficio sobre la salud.
Es el caso del kale o la col rizada, perteneciente al grupo de hortalizas crucíferas, como el brócoli o la coliflor.
Es cierto que existe una gran evidencia sobre el papel de las crucíferas en la salud. Por ejemplo, la col rizada y la berza tienen un mayor contenido de calcio, folato, riboflavina, vitamina C, K y A que otras crucíferas, mientras que su contenido en fitoquímicos es similar.
Sin duda, las hortalizas crucíferas pueden proporcionar una variedad de compuestos beneficiosos para la salud, pero es difícil concluir que una es más saludable que otra.
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Sin embargo, la información fluye tan rápido a través de las redes y los medios de comunicación, que es fácil influir rápidamente en la elección del consumidor.
Los investigadores estamos haciendo un esfuerzo importante por divulgar, por hacer que la información que generamos o conocemos llegue al público general. Pero parece que la velocidad a la que lo hacemos no es suficiente para revertir mucha de la desinformación que circula. Contenido que, por el momento, no está basado en evidencias científicas sólidas.
*Este artículo es republicado de The Conversation bajo licencia Creative Commons. Leer el artículo original. Sonia González Solares, Profesor Titular de la Universidad de Oviedo. Investigadora del grupo dieta microbiota humana y salud del ISPA, Universidad de Oviedo y María Gómez Martín, Investigadora predoctoral del grupo dieta microbiota humana y salud del ISPA, Universidad de Oviedo, Universidad de Oviedo