Turismo
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Si los fines de semana en Managua te parecen monótonos, a una hora de la capital hay una alternativa turística que reúne naturaleza, cultura y adrenalina
Apenas una hora de viaje en vehículo separa el bullicio de Managua de la tranquilidad y frescura que caracterizan las verdosas faldas del Volcán Mombacho, el centinela sin cono que resguarda la ciudad colonial de Granada, al Sur de la capital. En la zona agrícola de esta imponente elevación geográfica, el día comienza con el sonido de las palas surcando los plantíos de maíz y con el correteo de los niños que estudian en las escuelas comunitarias de Miravalle.
Un prolongado camino de tierra, que separa centros educativos de parcelas, conduce a decenas de turistas hasta la Hacienda El Progreso, una propiedad que data de finales del siglo XIX y en donde se produce el “Café Las Flores”, certificado por Rainforest Alliance. Esta finca es también parte de una reserva natural que porta el mismo nombre del volcán, hogar de más de 700 especies de plantas (entre ellas 150 tipos de Orquídeas), cuatro senderos de distinta dificultad, un canopy y un ecoalbergue.
En las entrañas de este santuario natural labora Luis Altamirano, un joven moreno de veintidós años originario de la ciudad de Diriomo (Granada), quien tras estudiar idiomas en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) y de enseñar español en una escuela localizada al Sur de Francia, decidió convertirse en un guía turístico. Su vocación nació más por un inconveniente que por una convicción adquirida desde niño.
“Estando allá, una de mis compañeras de trabajo me preguntó qué lugares conocía de mi país y yo no supe qué contestarle en ese momento. Pensé que al regresar debía aprender a destacar los destinos que vale la pena visitar en Nicaragua, así que aproveché la estadía en Francia para tomar unos cursos sobre turismo, enfocados en Centroamérica y Sudamérica”, confiesa el muchacho.
De vuelta en su país, Altamirano cumplió su promesa. Desde hace seis meses labora como guía de Mombotour, una touroperadora nacional que desde el 2000 atrae miles de visitantes anualmente, entre los que predominan estadounidenses y nicaragüenses residentes en el exterior. Esta empresa es, a su vez, uno de los pilares fundamentales de la finca cafetalera en la que, convenientemente, también se encuentra una sucursal de Café Las Flores.
De la semilla a la taza
Esta mañana, Luis Altamirano inicia su jornada liderando el Origin Tour (US$23.10 p/p), un paseo que dura aproximadamente una hora y que adentra al turista por los veintiocho lotes que conforman la hacienda. El recorrido parte de una enorme pila de cemento que almacena agua proveniente de uno de los manantiales del Mombacho y que posteriormente utilizan para lavar los granos de café.
Durante el tour, el joven explica que allí se produce un tipo de grano híbrido de alta calidad que además es resistente a enfermedades como la Roya o la Broca. Su nombre es Catuaí, una combinación de las especies Arábica y Robusta, dos de las más cultivadas en el país. Granos amarillos, rojos y verdes se procesan por separado para que no pierdan su calidad, indica Altamirano, pues su estado de madurez no es el mismo.
En esta finca, la época de corte se extiende desde noviembre hasta enero. En esas fechas, un centenar de trabajadores de comunidades aledañas se trasladan hasta las faldas del volcán y, cuando son buenos recolectores, recogen en promedio entre cien y doscientas libras de café en un solo día. Como los campesinos no llegan solos, sino acompañados de sus familias, algunos pueden recolectar hasta 250 o 300 libras de este grano en los diez surcos asignados a cada núcleo.
El beneficio de la Hacienda El Progreso, cuya extensión es de 130 hectáreas, es la siguiente parada del recorrido. En julio, mes en el que no hay recolecta, el local está completamente vacío. Apenas se puede percibir el olor del grano que alguna vez fue “despulpado” (desprendido de su primera piel), fermentado y lavado para su posterior proceso de secado, el cual se realiza en unas gigantes planchas de cemento que se encuentran al aire libre.
En este mismo edificio hay una sala en la que las mujeres están al mando. Sus manos reciben el café trillado (remover la segunda capa del grano), separado según su calidad y “cepillado” por una máquina que retira el mesocarpio (tercera piel del grano). Ellas realizan un proceso que aún no se ha mecanizado, que es la última selección del café de primera y segunda calidad, separando aquel que resulta defectuoso. La rapidez que caracteriza a estas trabajadoras ha hecho que predominen en esta sección.
“De aquí salen unas 150 libras procesadas por mujer al día, de una jornada que va desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde. El café defectuoso se vende a las empresas nacionales, porque los productores prefieren tostar y exportar los granos de alta calidad al extranjero, ya que se generan más ganancias”, alega el joven guía.
Al finalizar el recorrido, Altamirano dirige a los turistas a una casa antigua en donde la familia Palazio, propietaria del lugar, pasaba sus vacaciones. En su terraza se puede degustar una taza de café saborizado con vainilla y disfrutar de la vista panorámica del departamento de Masaya, mientras decenas de visitantes arriban a bordo de camiones de diseño militar ruso. El silbido producido por las fuertes corrientes de aire fresco que provienen del Lago Cocibolca, le dan el toque fantasmagórico al sitio.
Como monos por los árboles
La veo lempa (pálida) –le dice Luis Altamirano, con sonrisa burlona, a una joven turista
¿Cómo no estarlo? – le responde ella, mientras las piernas le tiemblan sin control
Bajo la plataforma en la que ambos se encuentran, sus pies saludan a las plantaciones de café que a diario observan a decenas de visitantes deslizarse de un gigantesco árbol a otro, suspendidos por cables de acero. Unos lo llaman “canopy”. Otros, una prueba más para superar el miedo a las alturas.
Erick Bonilla, gerente de Turismo de Mombotour, afirma que esta es la actividad preferida de los turistas (US$20.75 p/p) que arriban a la reserva. Durante el recorrido de aproximadamente dos horas, los visitantes hacen paradas en quince plataformas enlazadas por seis tirolesas que incluyen juegos como el boomerang, la doble cruz, el swing del Tarzán y un descenso vertical de rappel.
Luis Altamirano, quien también lidera los paseos por los senderos que rodean la cima del Mombacho, afirma que el primer tramo del canopy constituye la peor parte para quien le teme a las alturas. “Después de recorrer la primera línea, la gente va ganando confianza y termina deslizándose sola. Es una cuestión mental, de superar ese miedo”, asegura quien fue entrenado durante tres meses para ser guía de la finca.
Esta mañana, el joven probó su punto. La turista que en un principio le rogó para que no la dejara deslizarse sola continuó haciéndolo independientemente, incluso en los tramos de mayor extensión, que llegan a superar los 150 metros de largo y desde donde se tienen impresionantes vistas de una parte de la Reserva Natural Volcán Mombacho.
Los guías afirman que, al menos en este sitio, no han ocurrido aparatosos accidentes. Con mucha paciencia, todos deben explicar al turista qué necesita hacer para mantenerse seguro. Mientras los humanos se deslizan con valentía o llenos de miedo, los monos que habitan la reserva observan desde lo alto a quienes, solo durante ratos, pueden hacer lo mismo que ellos: balancearse por los árboles.