En pantalla
La 35ª edición de los Premios Goya pone el colofón a un año atípico en el cine. Los cierres de salas han tenido una consecuencia positiva: Hollywood ha dejado más espacio al mercado nacional.
El presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, Mariano Barroso, reconoce en la web oficial de la institución que los premios Goya serán “especiales, distintos, responsables”. Pero es que no queda otra en el año de la Covid, que tanto daño ha infligido al propio cine español, con rodajes aplazados o ralentizados y, sobre todo, con aforos reducidos o clausura de pantallas. A fin de cuentas, estas son el lugar finalista en donde las películas aspiran a simpatizar con sus espectadores, razón de ser de la industria audiovisual de un país.
No es adagio, pero podría serlo: “Un país sin cine es un país muerto”. Por eso estaremos más que nunca junto a los Goya del próximo 6 de marzo en el malagueño Teatro Soho Caixa Bank. Será una ceremonia, añade Barroso, “extremadamente contenida y extremadamente responsable”.
Las circunstancias obligan y la simbólica alfombra roja se limitará a tener en sus butacas a nominados y entregadores de premios, ejerciendo como presentadores la periodista María Casado y el actor Antonio Banderas, quizá el que más razones tenga para odiar al virus por haberle chafado la gala en su propia ciudad. Todas y todos embozados: otro calvario para quienes tienen el rostro como principal sostén de su popularidad, aunque sean legión los restantes, aquellos cuyos nombres y oficios jalonan los títulos de crédito.
Otra jugarreta de la covid es que profesionales en particular, y público en general, tendremos de seguirlo desde el variado espectro de pantallas a nuestra disposición, excluyendo, paradójicamente, la única a la que aspiraban los equipos implicados en todos los filmes candidatos: la pantalla grande. Esa que en 2020 apenas ha podido acoger estrenos. Para buena parte de los títulos que han logrado acceder a una sala, fue a cambio de taquillas irrisorias. Realmente un panorama desolador. Aunque siendo pragmáticos, nunca tan fácil lo puso Hollywood al ceder su dominante cuota de mercado a otros cines nacionales, el nuestro sobre los demás.
Un año más español que nunca
Con todo, tampoco conviene olvidar que –como instituciones semejantes por el mundo adelante, que anualmente también conceden sus premios– la Academia de Cine española es un club privado. Como tal, sus miembros eligen según sus gustos, no siempre coincidentes con quienes estamos al otro lado, sentados en las butacas aguardando a que las luces se apaguen y los proyectores emitan su fulgor.
Primero fueron los Oscar, allá por 1929, y años después sus ondas se expandieron a otros países, casi como clones inmutables. Y aunque los tiempos fueron cambiando y con ellos las costumbres y los hábitos de consumo audiovisual, el esquema permanece casi inalterable en lo esencial.
Por eso, quizá sea llegado el momento de solicitar que a los votos emitidos por los insignes académicos se sumen también los del público soberano, e incluso los de la crítica. Mecanismos hay, sobrados y con garantías suficientes. No se entiende de otra manera que galardones ya asentados entre nosotros, como los premios Forqué y más recientemente los premios Feroz, sean ya, más que precedentes de los Goya, realmente sus competidores. Eso, sin añadir los otorgados por las asociaciones profesionales de cada comunidad autónoma, en buena parte surgidas para superar lo que pareciera –quizá sin pretenderlo– un veto centralista a sus aspiraciones.
En fin, que el tema da para mucho debate, siempre desde el afán de dotar de credibilidad a Goyas y otros galardones ante un público que –reconozcámoslo de una vez–, todavía no está en condiciones de sucumbir fascinado a su reclamo. Entre otras razones, porque muchos de los filmes premiados o ya han desaparecido de cartel o regresan tímidamente a la pantalla grande.
Las cinco finalistas
Vayamos ahora con una valoración sobre los aspirantes a la categoría reina, el Goya a la mejor película, a la postre el más apetecible y el que acaba haciendo historia. Son cinco finalistas con la calidad por bandera y avalados por una buena acogida crítica ya que la pandemia les vetó la taquilla.
Junto a su incuestionable acabado formal, se cobijan por derecho propio bajo el paraguas del cine social, invitando a la reflexión más allá de sus afanes por entretener. El drama de la inmigración se afronta en Adú, de Salvador Calvo, con 13 nominaciones. Nueve nominaciones reúne la delicada mirada sobre la infancia y la adolescencia de Las niñas, de la debutante Pilar Palomera. El tragicómico retrato de mujer, La boda de Rosa, de Iciar Bollaín, aspira a ocho.
Se les suman las cinco de Ane, con el terrorismo de ETA como fondo a cargo del debutante David P. Sañudo, y de la inteligente comedia Sentimental, de Cesc Gay. Claro que, si a este crítico le preguntasen sobre a cuál ve como ganadora, apostaría por la ópera prima de Palomera, que ya trae en su zurrón la Biznaga de Málaga y el Forqué, además de ser una sobresaliente introspección en el universo femenino a través de la memoria personal.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Miguel Anxo Fernández Fernández, Doctor en Comunicación Audiovisual, Universidad de Vigo, Universidade de Vigo