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La próxima vez:
Nos tragamos el acoso callejero, y las ofensas porque creemos que es mejor irnos antes de exponernos a que nos pase algo peor
Hace unas semanas, una joven amiga sufrió acoso callejero por primera vez en una de las calles de Granada. Un tipo de unos treinta y tantos, que estaba sentado en la acera por la cual ella iba caminando, le pasó la mano rápido por un lado del cuerpo. Ella, desagradablemente sorprendida, no pudo más que voltearse y decirle: «¿Y qué te pasa, acaso me conocés?»; luego de esto se dio la vuelta y caminó rápido hasta entrar en una heladería.
El hombre en cuestión, añadiendo sal a la herida, entró a la heladería y comenzó a ‘ponerle quejas’ a la dependienta: «Suegra, que si la conozco me dice». Mi amiga, asustada por la insistencia y seguridad del hombre, compró un helado y comenzó a caminar de regreso a la oficina.
El hombre la siguió y se paró a la par de ella mientras ella intentaba -de los nervios y el coraje le temblaban las manos- abrir el portón : «¡Hey, te estoy hablando, es con vos, te estoy hablando!»; hasta que ella se volteó y preguntó: «¿Qué es lo que querés?!; él le respondió con un grito y con el dedo: «FUCK YOU!!!». El macho, aparentemente ofendido, por fin se fue.
Mi amiga pudo abrir el portón, atónita entró y nos contó su horrible experiencia. En retrospectiva, lo que más me sorprende de nuestra reacción, fue que más que brindarle simpatía en el momento, nos enfocamos en interpelarla: «¿Y por qué no hiciste nada?», «Te hubieras cambiado de acera», «Nos hubieras llamado», «Yo por eso siempre camino con cara de pocos amigos».
Estábamos asignando la culpa de la situación a algo que ella dejó de hacer, en lugar de enfocarnos en lo que el hombre hizo requete mal. Como mujeres y como sociedad, pienso que hacemos esto frecuentemente y de manera inconsciente, porque estamos programados para ello.
Asumimos que debemos tragarnos este tipo de ofensas y muchas veces, otras peores. Porque la vocecita en nuestra cabeza nos dice: «No hay que perder la compostura», «¿Qué va a decir la gente?», «Una dama no se comporta así», «Lo que quiere es que le pongás atención», etc. Sin contar que en la mayoría de los casos, los hombres nos superan en tamaño y fuerza física, entonces, por el ‘intelecto de la supervivencia’ nos vemos forzadas a tragarnos la ofensa e irnos antes de exponernos a que nos pase algo peor.
¿Qué consecuencias tienen este tipo de experiencias en la salud mental femenina? Yo he pasado años caminando por las calles de Granada y tragándomelo CASI todo -en un par de ocasiones a más de alguno asusté, a la luna he de agradecer-. En Nicaragua, el acoso callejero es aceptado como un comportamiento normal masculino; los hombres así son, no van a cambiar, entonces ajustémonos a ello.
Pues yo digo: NO!!! NO!!! NO!!!
«La locura es la única respuesta saludable a una sociedad enferma».
Cuando algo así te pase, no digás nada, inhalá profundo y pegá un GRITO. Un grito con todas tus fuerzas y aliento, de esos que te dejan la garganta adolorida; un grito donde le devolvás la ofensa al sujeto ahí mismo, sin palabras, solo con un aullido, y descargués toda la frustración, malestar e indignación que este tipo de violencia ocasiona.
Por favor y por salud, ¡no te vayas con eso a tu casa!
Que tu grito haga asomarse a la gente para ver que pasó, porque que violenten tu espacio no está bien; el acoso callejero es una agresión que se ha vuelto comúnmente aceptada y las que no hemos gritado por años llevamos parte de la culpa.
Digo #GritáComoLoca, porque cuando yo lo hice -aunque en circunstancias diferentes-, lo saqué todo de una vez; saqué hasta lo que no sabía que cargaba dentro… ¿Y sabes qué? Hoy soy una mujer más balanceada por ello; porque antes de conocer la locura, no pude comenzar a integrar/componer todo aquello que tenía retorcido, porque no estaba consciente de ello.
Así que la próxima vez, #GritáComoLoca; tal vez así, la sociedad comienza a escuchar.