Llega la Navidad y con ella la algarabía, las comilonas y las bebederas. Recuerdo aquellas fiestas de adolescencia cuando juntábamos botellas de Finlandia, Extra Lite, y todo aquel licor blanco… para rellenarlas con guarón en bolsa que comprábamos en la venta. De hecho, esa técnica del “camufle” era lo usual por aquellos días con mis amigos. No trabajábamos y el litro salía como a veintiún pesos, sino mal recuerdo. De dos pesos en dos pesos nos “armábamos”.
Eran los años previos al 2009. El guarón o el guaro lija todavía no había sido prohibido. No había sucedido la intoxicación masiva con metanol en Occidente, que dejó 52 muertos. Comprar tu bolsita transparente de aguardiente era normal, al menos para adolescentes sin dinero y consuetudinarios. De hecho, el consumo de guarón era lo común en el siglo pasado, según me cuentan varios abuelos.
En el área de Carazo, Granada y Masaya, Rivas –conocida en el pasado como la Cuarta Región– existió un aguardiente tan popular, que los comerciantes pasaban días pernoctando en los patios de las casas de Diriamba, hasta que llegaba su turno en la fila para rellenar los bidones en la fábrica.
Era el agua ardiente Santa Cecilia. Un trago de rigor en cada estanco o cantina. Los dueños de este licor era la potentada familia Rodríguez Blen, que lo destilaban en la Hacienda Santa Cecilia. Aunque nunca invirtieron en publicidad masiva, la popularidad del aguardiente fue tal que hasta en Managua se volvió la preferida.
“Le decían Santa Cecilia, la “chila” o la “chilita”, y en los años 50 y 60, casi todos los técnicos, profesionales de mediana condición y burócratas aburridos, o simplemente trabajadores de toda laya, tenían una cita con ella a mediados (con una sopa o “zopilota” bien hecha), o al final de la jornada del día, cuando la tarde se extingue educadamente para darle paso a la noche”, recuerda –valga decir que también con nostalgia– mi abuelo y periodista Ernesto Aburto.
Cada vez que hablábamos sobre rones, el abuelo Aburto menciona el Santa Cecilia. Pero no sólo él. Acostumbro a salir con personas mayores, y ellos también coinciden en “lo bueno” de este licor.
El Santa Cecilia también fue embotellado. Era identificada por la etiqueta amarilla que exhibía en letras góticas pintadas de rojo el nombre de la marca. “¿Por qué tuvo que morir un aguardiente que hombres y mujeres adoraban por su pureza, olor y sabor, al que le atribuían cualidades anti-resaca mal oliente, y en la fantasía de algunos, hasta decían que los animaba para el trabajo?”, pregunta Aburto.
La respuesta es sencilla. La aparición del Ron Plata de la Flor de Caña. La agresiva publicidad, y el eslogan del trago “para hombres muy hombres”, de la Ron Plata, y el desinterés de la familia Rodríguez Blen de trascender el modelo familiar de negocios, fueron los factores que acabaron con la “chilita”.
Sin embargo, la cultura del guarón en bolsa no desapareció en la geografía nacional. Cualquiera producía ya que el proceso es sencillo. El guarón puede consumirse apenas se destila el alcohol etílico, y se baja con agua hasta el grado en que puede consumirse sin daño para la salud humana.
Así, pues, hasta 2009 que conocimos el guarón en bolsa. En una Semana Santa, cuando me fui con unos amigos a acampar a Las Salinas, en Tola, Rivas, desde Lunes Santo a Domingo de Gloria, llevamos aguardiente sin diluir. Lo hacíamos a medida que del bidón sacábamos medio litro y lo convertíamos en uno añadiendo agua.
Los últimos dos días en el mar el agua potable se nos agotaba. Decidimos dejar lo que había estrictamente para saciar la sed. El guaro, a esa altura, lo íbamos a beber sin diluir. ¿Qué más daba? Era un trago que golpeaba. Quien nos vendió el guarón explicó que la graduación andaba por arriba de 40 por ciento, y había que “bajarle los diablos”. Pero la verdad es que si lo diluíamos tampoco podríamos preparar el fresco instantáneo para “pasarlo” a falta de agua potable. Lo bebimos así, sin más…
No nos pasó nada, más que algunas ampollas en los labios, que sería injusto atribuírselas al guarón, sin tomar en cuenta el salitre al que estuvimos expuestos una semana entera. El domingo, cuando regresábamos a casa, decidimos botar los casi once litros que quedaban. Alguien lo vertió sobre las brasas de una fogata. ¡Cuál fue nuestro susto cuando una llamarada se alzó! Nadie dijo nada. Unos solo se tocaron el estómago con estupor. Nos quedamos viendo. Luego soltamos la carcajada y seguimos bebiendo guarón algunos años más, hasta 2009.
Con la veda del aguardiente de bolsa, varias marcas surgieron: La Joyita, El Cajinazo, El Caballito, entre otros. Con la veda, nosotros nos pasamos al Mombachito, porque era un licor igual de suave que el de bolsa. Los otros eran muy fuertes. Al siguiente día dejaban un olor muy feo en la boca. Ahora que ya no somos jóvenes, que trabajamos, y bebemos otros licores, mi grupo recuerda aquellos días divertidos cuando fingíamos que bebíamos Finlandia en Nochebuena.
Con esta entrada, ¡Otra, por Favor! se despide del 2016. ¡Nos vamos de vacaciones! Les deseamos felices fiestas de navidad y año nuevo. En estas fechas ubérrimas –como diría Darío– les recomiendo seguir el verso de otro poeta llamado Juan Manuel Serrat: “No dosifiques los placeres; /si puedes, derróchalos”.
Nos leeremos el próximo año para que compartamos las experiencias. ¡Salud!