Icono del sitio Revista Niú

Guerra

Mi ahijada Isabella me miró con expresión asustada y preguntó: “¿por qué tiran bombas?”. Le expliqué con palabras sencillas que era por alegría, “son cohetes, en Masaya tiran cohetes para celebrar, pero solo se van al cielo, hacen ruido y no pasa nada”. No la noté muy convencida con mi respuesta, seguía viendo hacia arriba mientras la pólvora explotaba a los lejos y su temor era evidente pues tiene apenas dos años y medio. Más tarde ese mismo día, le comenté a su mamá lo ocurrido y su comentario todavía no se va de mi cabeza: “Imaginate los pobres niños en las zonas de guerra”.

Guerra. Isabella todavía no sabe de la existencia de esa palabra. Yo sé de su existencia, pero no de su significado. Y no puedo saberlo porque no la he vivido ni sobrevivido. La guerra es para mí los testimonios de mis familiares, el miedo, el dolor, la rabia e incluso la incertidumbre que dejan tras de sí las notas periodísticas, las fotos, los videos (cada uno más crudo y cruel que el anterior, con especial saña en la muerte de niños) llegados desde lugares lejanos, rompiendo las distancias gracias a las redes sociales o a los medios de comunicación.

El día que Estados Unidos lanzó “la madre de todas las bombas” de nuevo se activó en mí la sensación de que ahora sí esta será la guerra “definitiva”. La primera vez que tuve ese hormigueo en la piel fue en 2003. Recién había cumplido diez años y la guerra de Irak era el tema del momento. Se hablaba tanto de eso que en mi mente de niña el lacito blanco que me ponía en la camisa del colegio era un verdadero compromiso con la paz.

Sin embargo el tiempo pasó, la guerra de Irak siguió y no ha sido la única. Siempre hay un conflicto por aquí, otro por allá, unos más mediáticos que los demás. Ayer por oro y rutas comerciales, hoy por petróleo, gas y demás intereses económicos o políticos, mañana por agua y pedazos de tierra. Mi inocencia se terminó cuando caí en cuenta de que vivimos en un período “entre guerras” pues la calma aparente y las supuestas buenas relaciones diplomáticas en realidad son tiempos muertos que los poderosos aprovechan para afilar los dientes, crear armas con mayor capacidad de destrucción y estudiar los adversarios. Los belicosos líderes de los países más grandes y fuertes juguetean a tirarse dardos envenenados ocupando el mundo como tablero. “Te reto a que ataques primero”, parecieran decirse. Así, sin asco.

La vocecita de Isabella y su mirada me siguen rondando. “¿Por qué tiran bombas?”. Le dije que por alegría, que solo es ruido, que no pasa nada. ¿Cuántos niños sirios han preguntado lo mismo? ¿Cuántas veces más será la guerra la que les responda?