Música

El hechizo de Jorge Drexler en Managua
Jorge Drexler Nicaragua
Carlos Herrera | Niú

El cantautor uruguayo encantó a un auditorio que lo ovacionó en el Teatro Nacional

     

magia

Del lat. magīa, y este del gr. μαγεία mageía.

1. f. Arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales.

2. f. Encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo.

Un halo de luz iluminó el centro del escenario, creando un claroscuro denso, místico, del que surgió el mago, como una estrella que venía de otra galaxia. Era solo él y su guitarra. Ni fanfarria de banda ni estrépito electrónico. Se plantó —sonriente, hermoso a pesar de las ojeras y el gris de la barba rapada que comienzan a delatar el avance imparable de la edad— bajo el halo de luz y, coqueto, lanzó un ¡por fin!, que era el primer guiño mágico para encantar a la sala mayor del Teatro Nacional que minutos antes, ansiosa, gritaba ¡Jorge! ¡Jorge! El encanto comenzaba con los primeros acordes de la guitarra y de su voz suave, sedosa, ligera, salió aquel vale una vida lo que un sol, una vida lo que un sol vale, que dio comienzo, a las 8:32 de la noche, al acto de magia del mago Jorge Drexler en Managua.

Hechizar no es nada fácil. Para que el encantamiento surta efecto el mago sabe que debe echar mano de conjuros muy bien seleccionados, procedimientos sobrenaturales que abstraigan de la realidad al individuo que será encantado. Y este mago plantado en la Sala Mayor del Darío no es cualquier charlatán de la magia.

Jorge Drexler Nicaragua
Carlos Herrera | Niú

Tal vez, por llevar sangre alemana en las venas, conoce muy bien los encantamientos de Merseburg, esos versos paganos cargados de eventos mágicos, con los que el mago quiere librar esta noche de los grilletes del cansancio, el estrés, la cotidianidad, la mediocridad política de un paisito cansado, a su auditorio. Las palabras muy bien seleccionadas para que el trance comience: “agradezco a Nicaragua la cantidad de poesía que me ha metido en el cuerpo”, dijo el pícaro y la gente se rindió como un padre ante la sonrisa de su hijo con la que busca el perdón de una travesura.

Y entonces pidió al público hechizado —el “querido público nica”— que lo siguiera silbando, con las palmas o con los chasquidos de los dedos, “las castañuelas” las llamó, para cantarle a “esta tierra de músicos, poetas y volcanes”. Los acordes de su guitarra comenzaron a bailar en el gran salón al son de la vida no para, no espera, no avisa.

Mientras el mago entonaba “Inoportuna” del público salían gritos de ¡te amo! ¡casate conmigo! ¡guapo! que el mago recibía con su sonrisa coqueta. Una muchacha de prístino vestido blanco y de larga cabellera oscura, mientras grababa con su celular la canción, tiraba suspiros que se perdían en esta Sala Mayor extasiada. ¿Quisiera ser ella esa mujer que tan a tiempo, pero tan inoportuna, rompiera la cautela del mago en esta noche sin luna?

¿Quién le ha enseñado al mago la magia de la música? ¿De dónde vienen estos hechizos melodiosos que hacen que la gente, encantada, mueva los hombros en la sala oscura? El mago convocó a sus mentores, a algunos de ellos, y de su voz de seda uno a uno comenzaron a aparecer Ernesto Cardenal —el poeta cansado cuyo viaje cósmico a su vez ha hechizado a nuestro mago—, Rubén Darío —¡los guiños del pícaro!— y Joaquín Sabina.

Los tres estuvieron presentes en el escenario. A los tres los puso a cantar. Y alguien del público hasta se puso a imaginar bailando a estos jinetes de la música y la poesía esa milonga del moro judío, canción comprometida, himno contra el odio, el racismo, el chovinismo, el nacionalismo rufián que ahora amenaza al mundo como la inminente llegada de un ciclón devastador, casi, casi, como sucedió hace ya setenta años atrás, cuando la familia del mago salió huyendo de su tierra, conquistada por el horror nazi.

Yo soy un moro judío, que vive con los cristianos, no sé qué dios es el mío, ni cuáles son mis hermanos. No hay muerto que no me duela, no hay un bando ganador. No hay nada más que dolor y otra vida que se vuela. La guerra es muy mala escuela, no importa el disfraz que viste. Perdonen que no me aliste bajo ninguna bandera. Vale más cualquier quimera, que un trozo de tela triste.

Carlos Herrera | Niú
Carlos Herrera | Niú

Fue, dijo el mago, su “maestro y mentor” Sabina quien le instó a componer estos versos. Fue, contó al público, en Madrid, cuando ambos se reunieron para conversar. Fue, dijo, en un posavasos. El cantautor le dictó y él tomó apuntes: yo soy un moro judío, escribió. “Esta es la canción que tú tienes que escribir”, le dijo. “Escríbelo en décima”, le ordenó. Drexler —¡otro guiño!— dijo que no tenía ni remota idea de eso de las décimas, por lo que una vez en casa “preguntó” a Google. La canción final, en realidad, es un homenaje al cantautor español José Antonio Sánchez Ferlosio y su cuarteta Yo soy un moro judío / que vive con los cristianos, / no sé qué Dios es el mío / ni cuáles son mis hermanos.

En esto de hechizar al público Drexler está bien entrenado. Si pudo hacerlo ante cientos de millones de personas que lo escucharon cantar a capela —por las pantallas de sus televisores— aquella noche en Los Ángeles cuando recibió el Oscar por “Al otro lado del río”, ¿cómo no lo iba a lograr en esta sala más cálida, acústica, entregada? “Aquella fue una versión involuntaria”, dijo el mago. La de hoy no. Dejó de un lado la guitarra y bajo el halo de luz comenzó aquellos primeros acordes que se clavan en la piel. Clavo mi remo en el agua, llevo tu remo en el mío, creo que he visto una luz al otro lado del río…

#acapella #jorgedrexler

Un vídeo publicado por Xavier Mantecon (@xaviermantecon) el

Hubo un momento en la noche cuando el hechizo parecía cerca de romperse. O tal vez al mago se le salía de la mano el efecto del conjuro. Él le dijo a la gente que pidiera canciones, que él los complacería. Y del público salió una masa cargada de palabras ininteligibles, que el mago trataba de traducir. ¡Ssssshhhh!, pedía alguna gente en el público. Y el mago tuvo que imponerse con su voz de seda. De ella salieron “Don de fluir”, “Princesa bacana” —“hace mucho que no toco esta canción”, dijo—, “Salvapantallas” y al fin la canción que le da nombre a la gira y una de las más famosas del cantador: “Mi guitarra y vos”, que entonó con otro guiño hechicero al público: fue en ese momento cuando Rubén Darío salió a escena.

Ama tu ritmo y ritma tus acciones

bajo su ley, así como tus versos;

eres un universo de universos

y tu alma una fuente de canciones.

La celeste unidad que presupones

hará brotar en ti mundos diversos,

y al resonar tus números dispersos

pitagoriza en tus constelaciones.

Escucha la retórica divina

del pájaro del aire y la nocturna

irradiación geométrica adivina;

mata la indiferencia taciturna

y engarza perla y perla cristalina

en donde la verdad vuelca su urna.

Poco más de dos horas duró este acto de magia. El mago desapareció y apareció en dos ocasiones, al ritmo de los aplausos del público, que pedía otra, otra, otra. Y llegó el momento del bailongo, de canciones con una carga rítmica contagiosa, que se meten en el cuerpo como un virus, o, mejor dicho, como un conjuro. El Tararará, tararará de “Universos paralelos” explotó en el auditorio y un mar de hombros en movimiento comenzó a hacer olas. Mi anhelo no está, mi anhelo se fue detrás de ti siguiéndote por la avenida…Una mujer se levantó a bailar en pleno salón. Ha vuelto ha pasar mi anhelo volvió a tomar su propia decisión, independiente de la mía. Que le voy hacerse trata de ti y en eso el y yo, ya lo sabes, opinamos diferente…El mago animaba al público, las palmas, los silbidos, las castañuelas. Yo contigo mantengo las distancias, mi anhelo las rompe, alegremente…

Los universos paralelos… llévate del aire el perfume de tu pelo ???

Un vídeo publicado por Wilfredo Miranda Aburto (@piruloar) el

Pasadas las 10:30 Drexler decretó que “este calor me hace bien” y regaló algunas canciones más. De su guitarra salió “Me hace bien”, “Bolivia” y para cerrar la noche “Todo se transforma”. Tu beso se hizo calor, luego el calor movimiento, luego gota de sudor, que se hizo vapor, luego viento… Una pareja se fundía en un beso, él acariciándole los hombros, ella tocándole el rostro, mientras la gente, de pie, cantaba y aplaudía al mago. El hechizo terminaba. El telón se cerraba. El público volvía a la realidad del paisito cansado. Pero —no cabe duda— todos todavía encantados con la voz de seda del mago.

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