El semblante de William Aragón cambia cuando empieza a hablar de su vida periodística. Y no es para menos. En el último año lo han perseguido, arrestado durante varias horas, lo han amenazado de muerte e incluso tuvo que terminar su matrimonio para no exponer aún más a su familia.
Su historia no es la única, desde hace más de un año los periodistas que no están en las filas del Frente Sandinista son acosados, tildados de mentirosos y arrestados. Por esto, decenas se han exiliado y los que se quedan asumen las consecuencias de informar lo que el régimen quiere ocultar.
Hablamos con cuatro periodistas: un periodista de Managua, una de prensa internacional y dos corresponsales del norte del país. Ellos cuentan, en primera persona, cómo cambió su vida desde abril de 2018.
El despertar de las protestas
Reneé Lucía Ramos, 27 años.
Periodista de la agencia internacional EFE.
En mi familia soy la única periodista. Recuerdo que cuando les dije que iba a estudiar periodismo mi abuelita se molestó, me dijo que eso era muy peligroso. Mi mamá también lo hizo y mi papá no tuvo más remedio que apoyarme. Yo siempre pensé que el periodismo era peligroso, aquí y en cualquier parte del mundo, pero nunca imaginé que sería criminalizado de esta forma. Es que uno, no lo toma en serio hasta que suceden las cosas.
Hace seis años comencé a trabajar para Efe, primero fui pasante y después ya me integré a la redacción. Soy periodista de televisión. En el último año mi mamá me ha dicho en varias ocasiones que renuncie, que esta carrera es muy peligrosa, pero a mí nunca se ha pasado por la mente hacerlo.
Desde hace un año ha habido un cambio total en el periodismo. Me acuerdo que antes como agencia internacional podíamos entrar a algunas coberturas gubernamentales y ahora es negado completamente el acceso. Ahora hay más discriminación hacia los medios y periodistas que no formamos parte del Gobierno.
A mí me han difamado en redes sociales. Han dicho que soy una mentirosa, que me paga cierto país del norte y que si me ven en la calle que se corran de mí. También han dicho que cuando me vean me van a golpear, pero yo prefiero no comentarles porque al final yo estoy haciendo mi trabajo como periodista y ellos el suyo difamándome.
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Mi vida cambió completamente durante la crisis. Tuve que cambiar de rutas cuando me movía de mi casa al trabajo. Aprendí a correrme de las balas y cuidarme de la Policía Nacional. El 28 de mayo del año pasado me quedé atrapada junto al fotógrafo de la agencia, Jorge Torres, entre agente antidisturbios que llegaron a la avenida universitaria. Nos tuvimos que tirar debajo de un carro para que no nos alcanzaran las balas y él tuvo que gritar “Somos prensa, somos prensa” para que nos dejaran irnos. Por un momento pensé que quizás fue un error, pero cuando ves a una mujer y un hombre con una cámara profesional en la mano es difícil confundirse.
En los meses más fuertes, de abril a julio, lloré todas las noches. Era una cosa horrible lo que uno veía en las calles. Sentía una pesadez en el pecho y recuerdo que abrazaba a mi mamá y le decía:
― Qué horrible lo que está pasando. No aguanto.
Ella me abrazaba y ella me decía:
― ¡Renuncia!
― Cómo voy a renunciar. Cómo la gente va a saber lo que está pasando si yo me quedo en mi casa. A mí me duele todo lo que está pasando y no me puedo quedar con eso ― le decía.
Para mí ser periodistas es una forma de aporta a Nicaragua contando hacia el exterior todo lo que está pasando porque a mí nadie me ha contado, yo he estado en todas las manifestaciones, a favor y en contra. La gente tiene que saber lo que pasa y de una forma balanceada.
Terror en el norte
William Aragón, 50 años.
Corresponsal de La Prensa en el norte.
A finales de los ochenta comencé en el periodismo. Tuve mis primeros programas de radio, pero después me fui a Alemania, regresé hasta el triunfo de doña Violeta. Me tocó vivir la guerra como militar, pero creo que en esos tiempos es más difícil porque en aquellos uno andaba armado. Ahora mi arma solo es una grabadora, una libreta y un lapicero.
En La Prensa tengo 15 años de ser corresponsal. Primero escribía sobre Madriz, pero también ahora reporto Estelí y Nueva Segovia. En esta zona hay riesgo hasta de perder la vida. Aquí hay más paramilitares porque según el Gobierno aquí es el bastión de la extinta contrarrevolución. Por eso es que ahora andamos haciendo un periodismo casi invisible. Yo tengo que moverme con gente de confianza y trato de no dejar que me vean por mucho tiempo porque cuando te ven, van a buscarte para robarte tus equipos, atacarte, intimidar a la gente y hasta atentan en contra de tu vida.
Aquí por eso mismo ya no se puede entrevistar ni a las vendedoras de los mercados porque las han amenazado con quitarle sus módulos. Aquí ahora hay un terror de la población de darte declaraciones, nadie quiere ser grabado, ni fotografiado. Y mucho menos quieren que se les identifique en las notas cuando denuncian algo.
Yo no descarto que algo me pase. Algunas personas me han dicho que me quieren matar. Carlos Maldonado, quien es concejal de la Alcaldía y también es paramilitar, en una ocasión cuando yo cubría una protesta en el empalme de Yalagüina, Madriz, sacó su pistola y me apuntó a la cabeza.
El 26 de junio pasado se cumplió un año, por ejemplo, de cuando llegaron a disparar en mi casa. Supe que uno de los que llegó fue Nelson Sánchez, exdiputado sandinista y vecino mío, él hace poco me amenazó de muerte durante un partido de futbol. El año pasado también me detuvieron durante cinco horas. Era un dos noviembre y yo iba en un bus con mis dos hijas menores a enflorar a mis deudos y unos policías se subieron y nos llevaron a los tres a la estación de Policía porque como yo no tenía cédula, dijeron que no podían identificarme, aun cuando les mostré mi identificación de periodista y mi carnet del seguro social. Ese día me entrevistaron como siete oficiales. Al final me soltaron porque se viralizó, yo salí desorientado con mis hijas y me quedé sentado un rato en un parque tratando de entender lo que había pasado. En lo único que pensaba estando preso era en mis hijas.
Por todo esto, hasta perdí mi matrimonio porque mi esposa sentía que estaba exponiéndose al estar conmigo. Y no la culpo, pero tampoco quiero dejar el periodismo. Mi familia me dice que me vaya, pero yo tomé la decisión de quedarme porque si el señor que está en la presidencia dice que se quiere quedar, yo también quiero quedarme.
Aunque eso tiene un costo. Ahora casi no duermo. Estoy lejos de mi esposa. Y siento que el trauma que ha causado todo lo que he vivido, aún no lo supero y, probablemente no lo supere hasta que se acabe esta situación, hasta que ya no existan paramilitares, hasta que se vaya Daniel.
Resistiendo a las amenazas
Roberto Mora, 41 años.
Periodista de Radio ABC Stereo.
Para mí el periodismo es una pasión. Es un sueño realizado. Me costó mucho poderme preparar, fueron cinco años en la Universidad Centroamericana (UCA) y las dificultades que yo tuve que pasar para llegar hasta aquí son grandes. Por eso, no puedo renunciar. He tenido oportunidad de irme, pero al final no me voy.
Nosotros no tenemos buenos salarios. Vivimos con grandes dificultades económicas, pero el hecho de relacionarnos con la sociedad, informar, ejercer nuestra función es mi mayor satisfacción. Yo fui corresponsal de La Prensa en Estelí durante doce años y en diciembre del año pasado fui despedido por la crisis que enfrenta el medio, ahora solo vivo de mi trabajo como periodista en la Radio ABC Stereo. Es más difícil, pero aquí sigo informando.
Quizás esta sea la peor etapa del periodismo. He visto irse a tantos colegas que trabajaron y estudiaron. Muchos de los que nos quedamos sufrimos asedio y amenazas de muerte. Yo ya había oído del periodismo de catacumbas y aunque hoy no hagamos exactamente eso, ahora andamos como si fuéramos criminales, como que si anduviéramos haciendo algo ilegal.
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A mí el jefe de la Policía Nacional de Estelí me amenazó. Mandó a requisar mi carro cuando yo estaba entrevistando a unos jóvenes que fueron arrestados durante las protestas. Dijo que yo tenía armas en mi vehículo y como yo lo comencé a grabar dijo que lo estaba intimidando. Fue entonces que me dejó ir. A esto se le sumaron las amenazas en las redes sociales. Y aquí en el norte es más difícil ser periodista porque somos pocos, entonces es más fácil que nos identifiquen y traten de intimidarnos. En Managua, son más y yo he visto que cuando van a las coberturas van a en grupos, así se protegen.
Yo creo lo que ha molestado al Gobierno y a sus simpatizantes es que seguimos haciendo periodismo a pesar de todo. Ellos al principio quisieron ocultar lo que estaba pasando, pero no les funcionó. Nosotros informamos sobre hechos, informamos porque tenemos la evidencia y eso es lo que sacamos. Por eso es que ahora más que nunca Nicaragua necesita del periodismo, pero del periodismo de verdad.
El giro del Boletín Ecológico
David Quintana, 42 años.
Periodista del Boletín Ecológico.
Yo comencé haciendo periodismo medioambiental. Esa fue el área en la cual decidí enfocarme cuando salí de la universidad. Comencé en el Boletín Ecológico hace 14 años y hasta el 18 de abril no me veía escribiendo sobre otra cosa. Para mí lo que ocurrió en esa fecha significó un cambio radical.
Recuerdo que ese día yo venía de mi oficina cuando miré lo que estaba pasando en Camino de Oriente. Fue cuando me bajé a grabar todo. Ese día no me robaron, pero al día siguiente ya no tuve tanta suerte. Después de eso y al ver que eran pocos los canales de televisión que estaban transmitiendo, decidí cambiar mi formato. Yo las técnicas del periodismo las conocía, pero todo lo que hemos aprendido en el último año –cubrirnos de las balas, correr, defenderte de paramilitares- eso nadie lo sabía.
Antes de todo esto, quienes mandaban amenazas a los periodistas del Boletín Ecológico eran los madereros o algún funcionario público, cuando le descubríamos su corrupción, pero desde hace un año las amenazas son a diario. Nos dicen que le bajemos el gas, que saben dónde vivo, inventan que algún familiar tiene problemas en tal lugar para que uno vaya.
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Sinceramente yo nunca pensé que el periodismo iba a llegar a estos límites y tampoco creo que estábamos preparados. Las nuevas generaciones estaban enfocadas en estudiar posgrados, en investigar, pero nunca estábamos preparados parar ir a una zona de guerra, porque lo que nosotros vivimos fue eso, una batalla de guerra, donde teníamos que correr para salvar nuestras vidas. Y los periodistas que habían ido a la guerra ya no estaban ejerciendo.
Mi vida ya no es la misma. Ahora casi no duermo. No salgo a distraerme y desde que inició todo esto solo me he tomado un día libre y fue un día que liberaron a unos presos políticos y te confieso que me sentí muy mal. Ahora duermo en distintos lugares, me distancié de mi esposa porque ella se fue del país. E incluso muchos familiares me dicen que no vaya a visitarlos porque los puedo exponer. Eso te golpea, pero estoy decidido a no dejar el periodismo.
Ahora en el Boletín Ecológico, David Quintana, es el periodista, el chofer, el camarógrafo, es todo. Y yo hago mi trabajo también porque sé que las imágenes que yo logre obtener van a ser ocupadas por mis colegas que no pudieron ir al lugar o aquellos que están desde exilio informando. Y la única forma en que yo puedo dejar esta lucha es que me enferme. Eso es todo.