En pantalla
La película tiene una resonancia particular en el mundo desarrollado, donde posiciones políticas radicales en contra de la migración y la globalización.
El británico Paul Greengrass es un director que habita un espacio muy particular en el ecosistema del cine comercial. Es capaz de darle pulso vital a la fantasía de acción más estrambótica —véase su trabajo en la franquicia de Jason Bourne—; y también convierte tragedias de la vida en real en sólidas piezas de ficción. Esto supone un problema ético a la hora de enfrentarnos a ellas como espectadores. ¿Estamos supuestos a entretenernos con ellas? Sería aberrante pensar en “United 93” (2006), su reconstrucción del vuelo final de un avión secuestrado por una célula terrorista de Al-Quaeda, parte del complot del 11 de septiembre, como una simple distracción. ¿Qué son, entonces, estas películas? ¿Y cómo debemos procesarlas? Digamos que son testimonios, y debemos procesarlas como ejercicios de catarsis.
Estas preguntas toman preponderancia ante “July 22”, la película que ha estrenado mundialmente esta semana en Netflix. El título hace referencia a la fecha del peor atentado terrorista en la historia de Noruega. En ese fatídico día, en 2011, el extremista de derecha Anders Behring Breivik hizo explotar un coche bomba en las afueras de un edificio de Gobierno. Mientras las autoridades se distraían lidiando con las consecuencias, invadió la pequeña isla de Utoya, donde masacró a los adolescentes que participaban en un campamento sobre liderazgo juvenil. El saldo mortal de la jornada fue de 76 muertos y al menos 319 heridos.
Para contener la tragedia, el director y guionista concentra el foco de atención en un puñado de personajes. Seguimos en tiempo presente al letal “lobo solitario”, Behring (Anders Danielsen Lie), mientras inicia los preparativos finales de su crimen. Mientras tanto, Viljar (Jonas Strand Gravli), hijo de la alcaldesa de un pequeño pueblo, llega al campamento con su hermano menor y sus dos mejores amigos. Greengrass nos lanza al caos del momento sin mucho preámbulo. La explosión en Oslo, en una calle casi desierta del centro, contrasta con la multitud aterrada en Utoya. La masacre es una secuencia intensa y brutal, pero al no convertirla en el clímax de la película, convierte la terapéutica búsqueda de la justicia en el hilo de la trama. Su interés reside en descubrir cómo es posible vivir después de confrontar la capacidad destructiva del hombre. Las complicaciones éticas de ese proceso se cristalizan en una subtrama centrada en Geir Lippestad (Jon Øigarden), el abogado que debe acometer la ingrata tarea de defender al terrorista. A pesar de la magnitud de su crimen, tiene derecho a la defensa. El proceso legal abre camino a una confrontación entre Viljar y Behring, que se convierte en el punto culminante de la película: cómo seguir viviendo, sin traicionar los principios y el dolor, se vuelve la preocupación principal de “July 22”.
El generoso metraje de la película —casi dos horas y media— pasa volando, aunque algunos hilos narrativos funcionen mejor que otros. Las escenas centradas en el primer ministro, Jens Stoltenberg (Ola G. Furuseth), revelan cómo se vivió la crisis en las altas esferas del poder, pero en el balance final, son eminentemente prescindibles. En contraste, el drama doméstico que vive la familia del Viljar demanda más tiempo. Las tersas apariciones de Lara (Seda Witt), joven inmigrante, sobreviviente de la masacre, operan como una refutación al discurso extremista del terrorista. Pero el mejor momento de la película reside en un intercambio fugaz, que podría pasar desapercibido. Lippestad visita a la madre de Behring, para convencerla de declarar a favor de su hijo. La mujer se niega a presentarse públicamente, anticipando la condena social: “¡Todo el mundo sabrá quién soy!”, dice. Pero se despide con una declaración escalofriante: “Él tiene algo de razón, ¿no le parece? La forma en que el país esta…no es como solía ser”. Es aterrador confrontar la resiliencia de los prejuicios personales, aún frente a la peor expresión de violencia que pueden generar. Esto contrasta con la manera en que el ideólogo de la “derecha alternativa”, que Behring invoca como testigo amistoso, se desentiende de aprobar sus actos ante la Corte.
La película tiene una resonancia particular en el mundo desarrollado, donde posiciones políticas radicales en contra de la migración y la globalización, han infectado el discurso público. Los nicaragüenses, atrapados en otra especie de situación límite, podemos encontrar una especie de hoja de ruta para rescatar nuestra fe en la humanidad, después de confrontar la capacidad destructiva de nuestros propios hermanos. No es fácil, pero es la única salida.
⭐⭐⭐ // Buena
«Julio 22»
(July 22)
Dirección: Paul Greengrass
Duración: 2 horas, 23 minutos