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Justicia sin violencia

“¡Eran esclavos y ahora son libertadores! ¡Seguiremos la guerra hasta que liberemos a todo el mundo!”. Así habla Daenerys, la joven heroína de la serie Juego de tronos, cuando celebra su mayor victoria. Sus ejércitos han derrotado a la despótica reina Cersei y han conquistado la capital, King’s Landing.

Pero la ciudad ha ardido. Daenerys pronuncia su discurso triunfal en medio de ruinas humeantes. Sólo la escuchan sus ejércitos victoriosos: la horda de los Dothraki y los severos Inmaculados (los exesclavos que ahora son “libertadores”). La población de King’s Landing ha perecido o huido luego de que esta joven heroína, montada en su dragón, incendiara media urbe. Sus asesores le suplicaron que no lo hiciera. Pero la nueva reina sueña con imponer un mundo mejor, libre de “la rueda” de la opresión. Y para lograr esto reafirma su poder “mediante el miedo”. Cuando le piden piedad, ella responde: “Mi piedad es para las generaciones futuras”.

Asediado por las llamas de los fanatismos que recorren medio planeta, uno intenta distraerse. Uno busca en la tele alguna serie de fantasía, situada en un mundo alternativo o antiguo. En lugar de eso, uno se encuentra con Game of Thrones: una metáfora del nudo ciego que forman la sed de justicia y la violencia, cuando las ligamos.

Juego de tronos es la serie más premiada de la historia. Es un producto de entretención, pero tiene calidad y profundidad literaria. Más que otras series, su argumento evita el “populismo narrativo”. En Game of Thrones los villanos nos sorprenden con acciones buenas, a veces. Mientras los héroes más puros realizan algunos actos atroces, en nombre de sus ideales.

Al comienzo, la princesa Daenerys es una niña inocente caída en la miseria. Su hermano la vende como esposa al jefe de la horda Dothraki. Pero Daenerys es inteligente, valerosa y perseverante. Enamora y amansa al marido guerrero. Aprende el idioma y las costumbres de la horda. Cuando su marido muere, un puñado de esos hombres indómitos reconocen a Daenerys como jefa. Además, ella controla tres pequeños dragones, los últimos de su especie, que la obedecen como a una “madre”.

Con esos apoyos exiguos, la adolescente Daenerys intenta recobrar el trono de sus antepasados. Sus aventuras son apasionantes y algunas son tan fantásticas como aquellos dragones. Pero su evolución sicológica es realista. Al comienzo, esta jovencita aguerrida sólo desea recobrar lo arrebatado a su familia. Sin embargo, en sus viajes y peripecias Daenerys descubre una motivación más poderosa: la justicia social.

Al conquistar una ciudad ella libera a los esclavos y crucifica a los amos que se resisten. Agradecidos, estos exesclavos la llaman “madre” y luchan por ella con devoción ciega. Desde entonces, Daenerys comprende que “quebrar la rueda” de la opresión será su mejor arma. Amada por sus soldados y por los dragones llameantes (ya crecidos), la joven heroína se vuelve invencible. Y al mismo tiempo, sin darse cuenta, se vuelve cruel. 

Tras incendiar la ciudad de King’s Landing, Daenerys ordena degollar a los enemigos rendidos. Su amado, Jon Snow, le ruega que tenga compasión. Pero la nueva reina alega que esa violencia es necesaria: “No podemos escondernos detrás de pequeñas misericordias.” Jon quiere protestar. Pero Daenerys le explica: “No es fácil ver un mundo que no ha existido todavía: un mundo bueno.”

Confundido, Jon le pregunta: “¿Y cómo sabes que ese mundo nuevo será bueno?”

Daenerys le responde: “Porque yo sé lo que es bueno.” 

La reina triunfante está segura de su bondad. Y cree que tiene el derecho de imponérsela al mundo entero.

Esa jovencita ignora que protagoniza una vieja tragedia. El bondadoso que intenta imponer por la fuerza su noción de la justicia cae en la crueldad. Y así “la rueda” de la violencia sigue girando.

En democracia, forzar decisiones mediante la fuerza bruta es inadmisible. Pero, incluso allá donde la democracia falta, la violencia no es la única salida.

Gandhi liberó un subcontinente completo con el ejemplo de su resistencia pacífica. Cuando sus partidarios se entregaban a la violencia, él era el primero en protestar e intentar detenerlos. 

Albert Camus abogó por la paz, durante las luchas por la independencia de su Argelia natal. Él rechazaba la violenta represión ejercida por el ejército francés, pero también condenaba el terrorismo árabe como medio para liberarse. Debido a esta valentía, Camus quedó solo: derecha e izquierda lo insultaron por su moderación. Cuando le entregaron el premio Nobel, en Estocolmo, un estudiante árabe lo acusó de tibieza. Camus le respondió: “En estos momentos están poniendo bombas en los tranvías de Argel. Mi madre puede estar en uno de esos tranvías. Si la justicia es eso, prefiero a mi madre”.

Las épocas violentas nos exigen tomar decisiones difíciles. Algunos escogen seguir a la “madre” Daenerys. Yo prefiero seguir a Camus cuando escogió a su madre. Justicia sin violencia.