En pantalla
La Llorona pertenece a un grupo de personajes folclóricos que suelen encontrarnos temprano, cuando somos niños, como advertencia para persuadirnos de obedecer a nuestros padres.
La Llorona nos llega vía nuestra conexión con la cultura mexicana. Pertenece a un grupo de personajes folclóricos que suelen encontrarnos temprano, cuando somos niños, como advertencia para persuadirnos de obedecer a nuestros padres. La historia de La Llorona es particularmente poderosa para un niño: la madre que mata a sus propios hijos es una aberración instintivamente repelente a cualquier edad. También introduce arteramente el conocimiento de la extinción personal: los niños también pueden morir, incluso a manos de sus padres. La versión que conocí no incluía intenciones homicidas, pero atestiguar su dolor sonaba suficientemente aterrador.
La Llorona es asumida por el productor James Wan, creador de “El Conjuro” (2013), película cuyo sorpresivo éxito de taquilla condujo a la creación de un “universo narrativo”, es “Marvel” para fanáticos del horror. Ahora, el personaje folklórico se funde con una compañía que incluye a la muñeca Annabelle, la monja demoníaca y los presuntos cazafantasmas de la vida real, Lorraine y Ed Warren. El reclutamiento de talento hispano, frente y detrás de cámaras, desactiva cualquier acusación de apropiación cultural.
Un breve prólogo dramatiza el parricidio original. Siglos atrás, una soleada escena de concordia familiar se corrompe, culminando en la oscuridad de un bosque, a la vera de un río: una mujer ahoga a sus dos niños. La acción salta a la ciudad de Los Ángeles en los años 70, por turnos invernal y nocturna. Anna Tate-García (Linda Cardellini) es una trabajadora social, madre de dos niños, tratando de reencontrar el ritmo de la vida laboral después de perder a su esposo, un policía de origen latino. El caso que la ocupa tiene que ver con Patricia Velásquez (Patricia Álvarez), una mujer que no deja a sus hijos ir a la escuela. Al visitarla, Anna descubre que los mantiene encerrados en un armario. Cuando ellos mueren misteriosamente, bajo el resguardo del Estado, la madre devastada lanza una maldición sobre Anna. Ahora serán sus vástagos los que serán acechados por a Llorona.
Al igual que “El Conjuro” y sus filmes asociados, “La Llorona” se desarrolla en el pasado preinternet, como si fuera un tiempo lejano, donde la gente tenía la inocencia necesaria para creer en fenómenos paranormales. La película está concebida y ejecutada como una máquina para dispensar sobresaltos. Escenas de diálogo informativo se alternan con pequeños interludios de anticipación y satisfacción, entendida como un abrupto despliegue de violencia, con un estridente repunte musical o un grito de horror. Quejarse de esta dinámica sería como renunciar al reflejo pavloviano. Es mecánico, pero funciona.
La película pierde tracción al comprometerse con el tratamiento literal de los eventos. Solo quiere asustar, y no tiene nada más que hacer o decir. Anna, terrenal y escéptica, es escarmentada en una escala épica. La premisa está preñada de posibilidades, ejes temáticos que podrían tener más resonancia que los alaridos sinfónicos de la protagonista —Cardellini se revela como una “scream queen” de lujo—. Pero la tensión cultural latente, producida por el trasplante de un mito mexicano a un contexto anglosajón, se reduce al eterno conflicto entre la fe y la razón. “Mi esposo era el religioso de la familia”, dice Anna cuando el padre Pérez (Tony Amendola), el sacerdote que sirve de enlace con los demás filmes del “universo conjuro”, trata de dar una solución espiritual a su predicamento. Como sus antecesoras, “La Maldición de La Llorona” es tan devota como los filmes cristianos que se filtran de vez en cuando en la cartelera, solo que un poco más sutil a la hora de evangelizar.
Anclada en el pasado, la película renuncia a comentar sobre el presente. La migración de Latinoamérica a EE. UU., y la suspicacia ultraconservadora ante la sociedad multicultural, podrían darle sustancia a la ficción, pero eso no está en la agenda de los cineastas. El gran arco narrativo, dibujado a trazos gruesos, se alinea con el pensamiento mágico latino, en contra del materialismo blanco. La madre histérica, el sacerdote y el curandero (Raymond Cruz) tenían razón todo el tiempo. La gringa debía hacerles caso desde un principio, y alegrarse de que están a su lado. Tendremos que aceptar eso como lo mayor medida de progresismo que un filme comercial puede ofrecer.
“La Maldición de La Llorona» (The Curse of La Llorona)
Dirección: Michael Chaves
Duración: 1 hora, 33 minutos
Clasificación: (Regular)
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