En pantalla

La revolución es traicionada en “Judas y el mesías negro”
Judas y el mesías negro

En el Chicago de los años 60, Bill O’Neal (Lakeith Stanfield) es un ladronzuelo con un truco maligno. Simula ser agente del FBI para robar a personas negras como él.

Uno de los estrenos más llamativos del Festival de Sundance llega a los cines, impulsada por seis nominaciones al Óscar de la Academia. “Judas and the Black Messiah” nos pone al día con la historia de Fred Hampton, líder de las “Panteras Negras” de Chicago, y Bill O’Neal, su mano derecha, un infiltrado del FBI.

En el Chicago de los años 60, Bill O’Neal (Lakeith Stanfield) es un ladronzuelo con un truco maligno. Simula ser agente del FBI para robar a personas negras como él. El terror que tienen ante la ley de los blancos los hace bajar sus defensas. La perversa simulación se convierte en realidad cuando es arrestado. Como alternativa a la cárcel, le ofrecen infiltrase en la Panteras Negras, el grupo militante que clama por una revolución racial en Estados Unidos. El objetivo es acercarse a Fred Hampton (Daniel Kaaluya), líder en ascenso en el movimiento.

Stanfield (Uncut Gems) y Kaaluya (nominado al Óscar por “Get Out!”) son magnéticos en sus interpretaciones, dramatizando dos maneras opuestas de actuar para vivir. Las implicaciones morales son opuestas – O’Neal es un oportunista, Hampton un idealista – pero ambos “actúan”, al alternar maneras de ser. Sabemos que O’Neal está actuando como si fuera un radical, por lucro y validación según el status quo blanco. Note como Mitchell ofrece dinero y la promesa de un negocio propio como incentivos. O’Neill se posiciona entre la reivindicación de su propia raza, y el éxito personal en clave capitalista. Pagará muy caro por inclinarse al extremo opuesto a sus intereses de clase.

Cada escena es un acertijo, donde tratamos de entender hasta qué punto las acciones y sentimientos de O’Neill son genuinos o simulados. Queremos creer que en algún nivel, se siente culpable, pero la opacidad es inescapable. Stanfield construye una fascinante quimera. En el otro extremo, Kaaluya dibuja al líder como un ser dividido, pero sin malicia. Hay algo de “interpretación” en el ejercicio de liderazgo.

Sacrificarse por una causa va en contra de la preservación personal, la militancia es opuesta a la vulnerabilidad. Tome nota del contraste entre su feroz imagen pública, que alcanza el punto más intenso en la electrizante escena donde da un discurso, con la suavidad que luce en sus breves encuentros con la poeta y activista Deborah Johnson (Dominique Fishback), de quién se enamora. Fishback es excelente, y uno quisiera ver más de ella. Pero de la misma manera en que la militancia sacrifica la vida personal, la película la relega al margen para concentrarse en los hombres que monopolizan la lucha.

“Judas…” concede demasiada atención a dos variables de “el diablo blanco”. Martin Sheen parece salido de un sketch cómico, con un exagerado e innecesario J. Edgar Hoover. Jesse Plemons interpreta a Roy Mitchell, el mefistofélico agente que corrompe a O’Neal, es mucho más interesante. Bastaría por sí mismo, con una o dos escenas, para representar la violencia pasiva-agresiva del status quo.

Las seis nominaciones al Óscar de la Academia no son casualidad. En forma y estilo, el director Shaka King no se aleja mucho de las vidas de hombres ilustres que apelan a estos premios. Pero bajo su formato tradicional, oculta un interesante ejercicio de contemplación del líder como hombre vulnerable. Hampton, bajando la guardia y enamorándose, ostenta la misma lacerante humanidad de Malcom X (Kingsley Ben-Adir) asolado por las dudas en la reciente “One Night in Miami…”

Para un público ignorante de este particular episodio de historia norteamericana, dentro del cual reconozco encontrarme, la película supone una experiencia reveladora. El partido de las Panteras Negras fue un hito en la lucha contra el racismo, aunque a lo largo de los años osciló entre el activismo puro y la violencia. Es llamativo escuchar la retórica revolucionaria que eventualmente marcaría una era de Nicaragua, invocada en el contexto de la lucha contra la discriminación racial en Estados Unidos – las Panteras Negras se vieron influenciadas por las ideas del marxismo y la revolución cubana -. Pero claro, Hampton no vivió lo suficiente como para ver sus ideales corrompidos. “Judas…” muestra cómo el Estado y sus órganos represores pueden instrumentalizar a los individuos para actuar contra sus pares. Toma medida del alto costo que pagan las víctimas, y el daño colateral de los victimarios. Cuando los contratan nunca les dicen que van a perder el alma.

“Judas y el Mesías Negro”
(Judas and the Black Messiah)
Dirección: Shaka King
Duración: 2 horas, 6 minutos
Clasificación: * * * (Buena)