Gastronomía

La «sensación» por los waffles hechos por dos universitarios
Waffle boys
Augusto Domínguez y José Carballo, los "Waffle Boys" que se han vuelto famosos. Carlos Herrera | Niú

Niú siguió de cerca el proceso de preparación y venta de los waffles más famosos del momento: los Waffle Boys.

¿De qué están hechos los waffles?: Harina. Huevo. Mantequilla. Leche. Polvo de hornear. Vainilla.

— Oe Carballo, no te olvides del ingrediente secreto — dice Augusto Domínguez.

— Muchachos, salgan por favor — orienta José Carballo — y aunque primero pienso que bromean, las miradas de ambos confirman que lo dicen muy en serio.

— Es una especia que accidentalmente cayó en la mezcla un día y fue el toque especial — cuenta Augusto, mientras salimos.

— Canela… Nuez moscada — trato de adivinar. Pero no acierto.

Intento asomarme, pero Augusto con su amplia espalda cubre a la perfección toda la mezcla para waffles. José, mientras tanto, voltea constantemente para verificar que ni fotógrafo, ni periodista logremos ver nada. Cuando terminan de verter todos los ingredientes volvemos a la cocina.

Este es el escenario donde nacieron y crecieron, en solo un par de meses, los Waffles Boys. Dos chavalos universitarios que son «la sensación del momento», por quienes se hacen grandes filas frente a la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y por quiénes varios universitarios de la Universidad Centroamericana (UCA), llegan sin desayunar.

Pero no todo fue así al inicio. Estos dos jóvenes, que recientemente se unieron a René Ortega – un tercer universitario quien prepara brownies – empezaron a vender sus waffles con pana en mano y de banca en banca, por toda la pasarela de la UCA. Y en ese momento no eran tan bien recibidos por los universitarios a quienes intentaban transmitirles su amor por los waffles.

Niú siguió de cerca el proceso de preparación y venta de los waffles más famosos del momento, que reciben apoyo y admiración no solo en persona, también en redes sociales.

Augusto es «el de las ideas locas», mientras que José es el que «aterriza las cosas a la realidad». Carlos Herrera. | Niú

Tienen mucho en común

Augusto Domínguez tiene 18 años, vive solo con su abuelo, pues por la crisis que vive Nicaragua, su mamá tuvo que salir del país. Él y José Andrés Carballo, también de 18, se conocieron en la universidad, cuando ambos tomaron la decisión de estudiar psicología en la UCA y coincidieron en las mismas clases.

Al principio no se cayeron bien. Augusto es bastante extrovertido, sonriente y conversador, mientras que José es un poco más reservado. Lo primero que hizo Augusto al ver a José, el primer día de clases, fue acercarse a saludarle, y eso a José no le cayó muy en gracia. «Qué le pasa a este maje», recuerda haber pensado.

Sin embargo, luego de tener un debate en la clase de historia hicieron «clic» y empezaron una amistad que ahora viven cómo si se conocieran desde la infancia. Hacen tareas y trabajos, «José prácticamente vive en mi casa», cuenta Augusto. Y ahora, hasta tienen un negocio juntos.

Los estudiantes hacen fila para probar los famosos waffles que preparan estos dos jóvenes. Carlos Herrera | Niú

José Carballo, también enfrenta una situación difícil. Él vive junto a dos, de sus cinco hermanos y sobreviven de una pulpería que tienen sus padres en su barrio, por lo que entendió a la perfección las dificultades económicas por las que pasaba su compañero, cuando su mamá tuvo que emigrar.

«Y aunque estábamos pasando una situación difícil, como siempre he sido amante de los waffles, le pedí a mi mamá que me regalara una «wafflera». Y ella, hizo todo lo posible para hacerlo. Ese día, feliz de tener mis propios waffles, llamé a José para compartirlos con él y como dos semanas después ya estábamos vendiéndolos en la UCA», recuerda Augusto.

Amor por los waffles

José nunca en su vida había probado un waffle, pero «fue amor a primer mordisco», comenta. Recuerda que fue el doce o trece de mayo de este año, la primera vez que se aventuraron a vender los waffles en la universidad. José llegó tempranito a la casa de Augusto, prepararon la mezcla, compraron miel de mapple y cocinaron alrededor de 15 waffles. Al final tuvieron que regalar uno que no lograron vender. Ese día recogieron un total de 450 córdobas aproximadamente, de los cuáles habían invertido C$350. Su ganancia fue mínima.

Waffle Boys
Augusto Domínguez y José Carballo, los «Waffle Boys» que se han vuelto famosos. Carlos Herrera | Niú

La aceptación, tampoco fue inmediata. Y ellos utilizaban toda estrategia de venta que se les ocurriera, «por ejemplo con la tapa de la pana, soplábamos lo waffles para que saliera el aroma — dice entre risas José — y los estudiantes percibían el riquísimo olor y se animaban a comprar», recuerda. «Otros nos corrían, nos quedaban viendo mal e incluso nos decían que por qué no vendíamos algo ‘normal’ como gallopinto», añade Augusto.

Pero ellos persistieron con los waffles. Augusto, como adora este platillo, se encargó de divulgar a sus compañeros los beneficios nutricionales que tienen. Según él, son un alimento completo, que mantendrá a un estudiante sin hambre por buen tiempo. «Me gustó la idea de venderlos porque yo sé qué es andar en la universidad con hambre, por eso escogimos el lema: «de estudiante a estudiante», es una opción barata, nutritiva y que les va a llenar», comenta el universitario.

Se volvieron virales

Venta frente a la UNI
Los jóvenes además de servir con amabilidad los waffles, también intentan siempre tener una sonrisa y preguntarles a sus clientes cómo se sienten. Claudia Tijerino | Niú

Pese a que ya tenían cerca de un mes de llevar los waffles a la UCA tres días por semana: lunes, miércoles y viernes, no tenían la popularidad con la que hoy cuentan. Fue hasta Bryan Montiel, quien estudia Finanzas en la misma universidad, subió una publicación a Facebook, que las personas empezaron a notarlos, a sentirse identificados y orgullosos de lo que ellos estaban haciendo.

«Ese post tiene un montón de compartidos, me gusta y comentarios. Y si yo tuviera que definir un momento en que nos volvimos, por decirlo así ‘populares’, fue ese. Desde entonces la gente nos comenzó a dar apoyo, a mandar mensajes por redes sociales y a recomendarnos», recuerda José.

La publicación del estudiante fue retomada por la página Esto es Nicaragua. A la fecha ese segundo post, que es básicamente igual al de Bryan, tiene 7200 reacciones, 403 comentarios y se ha compartido 3900 veces. «Fue ahí que nos empezaron a pedir que llegáramos a otras universidades como la UNI e incluso nos han pedido que lleguemos a la UNAN y tenemos planes de hacerlo. Nos sentimos muy contentos del efecto que han tenido nuestros waffles», comenta Augusto.

Donde los waffles se vuelven realidad

Muchas personas los han apoyado, comprándoles o incluso regalándoles utensilios que les permitan mejorar el proceso. Carlos Herrera | Niú

En la pequeña cocina de la casa de Augusto es que se vive la magia. Todo comienza un día anterior a la venta, es decir; los domingos, martes y jueves. Después de clases los estudiantes compran los ingredientes, primero los adquirían en el supermercado, pero a medida que pasó el tiempo, han encontrado formas de abastecerse con productos más económicos que les permitan ganar más.

Lo primero que hacen es limpiar la cocina y los utensilios que usarán. Se lavan las manos y se colocan guantes antes de preparar la mezcla. La primera wafflera es Troncha Toro -nombrada así por la villana de la película Matilda- fue la que compró la mamá de Augusto. Pero ahora tiene otras tres compañeras: Mary Sue, Brad Pitt y Emma Watson, las tres compradas con las ganancias de los waffles.

Cuando tienen todos los ingredientes en el recipiente empiezan batir, escuchan música y conversan un poco sobre el día. Cuando la mezcla está lista, la terminan de afinar con una batidora. Y luego la colocan en la refrigeradora para que «se asiente». En ese momento aprovechan para preparar los toppings. Primero solamente servían los waffles con miel de mapple, pero luego, viendo tutoriales en YouTube aprendieron a hacer leche condensada, chocolate y dulce de leche.

Se venden «como pan caliente»

Al día siguiente llega José para preparar los waffles. Limpian nuevamente todo y se colocan una vez más los guantes. José conecta las waffleras, pone música y se dividen para hacer los waffles y los «minipancakes». «Un invento» que creó Augusto primero como regalo para su novia y que luego incorporó a la venta.

Mientras cocinan, bailan un poco o conversan. «Aunque hay momentos en que estamos tan cansados, que ni siquiera hablamos mucho. Si tuviera que decirlo, lo más tedioso de esto es la parte de la cocina», asegura José. Solo deben estar atentos al tiempo de las mezclas tanto en la wafflera como en la plancha de pancakes, si se descuidan tan solo un poco, corren el riesgo de echarlos a perder.

Ya listo todo, solo queda empacar: waffles, pancakes, toppings, platos, servilletas, malvaviscos, a veces incluso, venden helados. Luego se encuentran con René quien prepara por su cuenta los brownies. Llegan a la universidad -ya sea la UCA o la UNI- a las 8:30 de la mañana en punto. El costo de los waffles sigue siendo de treinta córdobas y cinco adicionales para agregarles un topping diferente a la miel de mapple.

Los minipancakes tienen un costo de 25 córdobas la orden. Y los brownies tienen un costo de 35 córdobas, los cuáles pagan a René. De las ganancias, primero apartan lo que utilizarán para los próximos waffles, otro monto para ahorro y el resto se lo dividen entre dos.

«La ganancia la utilizan para nuestros gastos y ayudar en nuestras casas», menciona Augusto, mientras prepara los recipientes, que en menos de una hora han quedado vacíos. Algunas personas en vehículos a pie se acercan a preguntar si  «todavía hay», pero Augusto se disculpa y sonríe apenado. Promete que la próxima vez traerá más.