En pantalla

La vida deja de ser un juego en “Toy Story 4”
Toy Story
Fotograma de Toy Story 4.

No fue con poco escepticismo que acudí a “Toy Story 4”, pero rápidamente quedé desarmado. El tiempo, y la existencia misma, son juguetes que nunca aburren.

Han pasado 24 años desde el estreno de “Toy Story” (John Lasseter, 1995). La película le dio un impulso vital a Pixar, el pequeño estudio de animación que ahora es una de las joyas de la corona de los estudios Disney. Por eso, no es extraño su empeño en ceñirse al protocolo de producción permanente de secuelas. “Toy Story 3” (Lee Unkrich, 2010) culminaba con una poderosa alegoría de la mortalidad —el incinerador de basura hacia el cual se precipitaban los protagonistas—. ¿Qué más queda por decir, después de contemplar el “sueño final”? No fue con poco escepticismo que acudí a “Toy Story 4”, pero rápidamente quedé desarmado. El tiempo, y la existencia misma, son juguetes que nunca aburren.

Han pasado un par de años desde que Andy regaló sus juguetes favoritos a la pequeña Bonnie (Madeleine McGraw). El neurótico Woody (Tom Hanks) asume el rol de principal guardián de la niña, aunque cada vez más, ella favorece a otros con su atención. En el primer día de preescolar, Bonnie construye a su propio favorito, usando un tenedor desechable, un limpiapipas y otros desperdicios. Es bautizado como Forky (Tony Hale), y al adquirir consciencia, enfrenta una profunda crisis existencial. Sabiéndose construido con desechos, trata de lanzarse repetidamente al basurero con celo suicida. “¡Soy basura!”, grita con convicción. Woody trata de enseñarle que el amor incondicional de Bonnie lo han elevado al estado de gracia de los juguetes, pero es inútil. Forky no entiende de razones, y escapa durante un viaje familiar en una casa rodante. Woody asume la misión de rescate, que lo lleva a una tienda de antigüedades. Ahí encuentra a Gabby Gabby (Christina Hendricks), una muñeca con su propio problema existencial: nunca ha pertenecido a nadie, por culpa de un defecto de fábrica. Con la ayuda de sus secuaces, unos siniestros muñecos de ventrílocuos, Gabby toma como rehén a Forky. Solo lo entregará a cambio de un sacrificio vital de Woody.

Los dos secundarios “nuevos” matizan, cada uno a su manera, el dilema de Woody. Al definirse por el vínculo con el niño de turno, el vaquero no tiene razón de ser cuando esa relación se extinga. Forky apunta a la extinción personal, Gabby a la parálisis del amor no correspondido. Un tercer camino queda trazado por Bo Peep (Annie Potts). La muñeca de porcelana nunca ha sido exactamente un juguete. Decoraba una lámpara en el cuarto de Molly, hermana de Andy, desde donde funcionaba como ideal romántico para Woody. El flashback que abre la nueva película muestra cómo los padres se deshacen del objeto, con pastora y ovejas incluidas, cuando la niña deja de tener miedo a la oscuridad. Bo vuelve a aparecer como líder de un grupo de “juguetes perdidos”. Eminentemente libres, ellos apuntan a una vida después de los niños.

La idea que el juguete —o más bien, el sujeto— pueda tener razón de ser por sí mismo, se remacha con otros personajes nuevos. Duke Caboom (Keanu Reeves), un motociclista especialista en trucos peligrosos, fue desechado por su único niño cuando no podía duplicar en la realidad las hazañas dramatizadas en un comercial de TV. En una feria, Conejito (Jordan Peele) y Patito (Keegan Michael Key), dos peluches baratos, chantajean a Buzz Lightyear (Tim Allen) para que les ayude a ser entregados como premio. El camino a la felicidad está en admitir que es posible ser feliz una vez que los niños crecen y ya no te necesitan. O incluso, si no pudiste tenerlos. O si escogiste no tenerlos. Viniendo de una compañía eminentemente conservadora, “Toy Story 4” sorprende con estos destellos progresistas que emergen de su historia.

El guion, acreditado a Andrew Stanton y Stephany Folsom, se esfuerza por conectar con preocupaciones contemporáneas: la insidiosa naturaleza del privilegio masculino es graciosamente expuesta en una escena en la que Woody habla sobre Dolly y Jessie, para terminar imponiendo su erróneo punto de vista —cualquier mujer inserta en el campo laboral ha sufrido situaciones como esta—. Sí, el buenazo de Woody es ciego a su propio machismo. Una pareja formada por dos madres es visible cuando Bonnie llega a la escuela. Son pequeños momentos que iluminan los cambios que la sociedad ha experimentado desde que esta aventura inició. Como Woody, tenemos que aceptar que la vida es cambio, y a veces, el cambio es para mejor.

“Toy Story 4”
Dirección: Josh Cooley
Duración: 1 hora, 40 minutos
Clasificación: * * * * (Muy Buena)