Un día, cuando tenía entre siete u ocho años, le dije a mi mamá que quería leer un libro. Ella y mi papá nos habían comprado a mi hermano y a mí colecciones de cuentos infantiles e incluso una obra en varios tomos de manualidades para niños, pero esos ya los había leído. Ahora quería un libro. Mi madre no lo dudó y una tarde me llevó a la librería San Jerónimo en Masaya. Ahí me dejó ver durante todo el tiempo del mundo una enorme pared cubierta de libros y pagó por el que finalmente escogí: La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne. A partir de ese momento mi vida cambió, no me separé de los libros nunca más.
Contrario a lo que pudiera parecer, la protagonista de esa escena no soy yo, es ella. Ella con su cercanía, su actitud decidida y su interés en dar siempre lo mejor de sí misma, en este caso, al abrirme las puertas del mundo de la literatura. Recuerdo esto ahora que está por cumplir sesenta años y me encuentro inmersa en la tarea de redactar su biografía para dársela como obsequio el próximo seis de junio. Confieso que no ha sido fácil y no solo porque esté trabajando contrarreloj (no sé hacerlo de otra manera), si no porque hay tal cantidad de información que siento como si este documento fuera en realidad todo un libro. Y la vida de mi madre se merecería ese libro.
El escritor argentino Jorge Fernández Díaz autor del libro Mamá dijo una vez: “creía saber mucho de mi madre hasta que la entrevisté durante 50 horas”. Es cierto. Yo nada más hablé con mi mamá por cinco horas divididas en dos días, pero al terminar me sentí maravillada: había escuchado ciertas historias cientos de veces pues en mi familia siempre hemos platicado mucho, pero acercarme a su vida casi de un tirón y que respondiera absolutamente todas mis preguntas fue conocerla de una forma muy distinta a lo experimentado durante mis 24 años de existencia.
Llegado este punto pienso que escribir su biografía quizá es un regalo de ella para mí y no al contrario. La he observado estas semanas y se me encoge el corazón al descubrir rasgos externos e internos de la niña y la joven que fue y me resuena en la cabeza la respuesta a la pregunta más difícil que le hice: ¿cómo te gustaría ser recordada al morir? “Quiero ser recordada como una mujer feliz. Amé mucho, nunca me sentí débil, siempre me puse en manos de Dios, aprendí que los retos no deben vencer a nadie, que uno siempre debe ser seguro de sí mismo, destacar por sus principios y valores y tener claro que después de la oscuridad siempre, siempre va a salir el sol”.