Las dos caras de la CIRUGÍA PLÁSTICA
El deseo de un cambio físico puede cumplir un sueño o terminar en tragedia
La cirugía plástica es la Cenicienta de la Medicina moderna. Sí se puede hablar públicamente de una pierna rota, pero confesar que la genética no le dio esa nariz respingada usualmente se convierte en un tabú, en un mundo en el que solo en 2015 se realizaron casi 10 millones de procedimientos quirúrgicos con fines estéticos, más otros 12 millones de tratamientos que no involucraron un bisturí (bótox, peelings, entre otros).
A pesar de su importancia para reconstruir (durante la Primera Guerra Mundial un médico británico usaba colgajos de piel para reparar los rostros desfigurados de los soldados), si se trata de mejorar la apariencia de algo —o de alguien—, quienes se practican una cirugía plástica son tachados de superficiales o vanidosos por la misma sociedad que establece los estándares que definen qué es bonito y qué es feo. Estas son las historias de aquellos que se atrevieron a contar a Niú sus experiencias con el escalpelo (lo que celebraron o sufrieron) y de aquellos a los que la fatalidad los obligó a que un deseo íntimo se hiciera público.
La tragedia de Lizandra
Lizandra Jarquín. 25 años. Mercadóloga. Tres paros respiratorios detuvieron su corazón el 17 de junio, al finalizar la cirugía estética en la que le aumentarían el tamaño de sus glúteos y le quitarían grasa del abdomen
Cada noche, Samuel habla con Dios y en sus oraciones le propone un trato: se portará bien si Él le devuelve a su hermana.
Samuel tiene 10 años, es sobreviviente de cáncer y desde el 17 de junio insiste en negociar, pese a que su mamá le ha dicho que Lizandra no va a regresar.
—Devolvémela y yo me voy a portar bien, no voy a ser malcriado, devolvémela—, repite.
“Él dice me la mataron, y me dice, para qué se operó mi hermana si estaba linda, para qué se operó si ella no necesitaba eso”, lamenta su madre, Sandra González.
Sandra tampoco ha descifrado cómo lidiar con la ausencia de su hija. Era su mejor amiga. Su confidente. Aún le parece que Lizandra llegará, que tendrán charlas interminables y que la verá feliz. Muy feliz, como el día antes de esa fatídica cirugía.
“Ayer se parqueó un carro frente a mi casa, y escuché el ruido del carro de ella y el pito. Mi corazón brincó y yo dije, mi hija, y de repente como que reaccioné, y la realidad es que está muerta, que ya no la voy a ver más”, confiesa. Luego rompe en llanto.
Los recuerdos se le apilan en una computadora. Tiene videos de la última Navidad, de Año Nuevo, del cumpleaños número nueve de Samuel… Es un registro de felicidad.
En las grabaciones se ve a Lizandra y a Samuel peleando. Riéndose a carcajadas. Echándole agua a la cámara. Luego ella con Léster, su esposo. Él, la lleva de las manos y la sostiene, mientras Lizandra trastabilla en unos patines. Fueron novios por seis años y tenían dos de estar casados. La casa que compraron juntos está sola. Las cosas de ella quedaron intactas: sus collares, su ropa, sus zapatos de tacón. Todo está como lo dejó. Allí llegaría el día de la operación. Su mamá le arregló el cuarto y la esperó. Ella le dijo que regresaría en la tarde, pero nunca volvió.
Lizandra era amada y coqueta. Le gustaba maquillarse, ir al salón de belleza y quería verse más delgada. Por eso buscó a un cirujano plástico.
Su caso ha abierto un intenso debate sobre los procedimientos estéticos en Nicaragua. Es por eso que en sus oraciones Sandra, a diferencia de su hijo Samuel, no pedía que Lizandra regresara. Ella a Dios le pedía justicia.
El pasado viernes, en un juzgado de Managua, el médico que operó a Lizandra fue declarado culpable de homicidio imprudente.
Rafaela y los senos que no pidió
Rafaela (nombre ficticio). 40 años. Quería reducir el tamaño de sus mamas, pero en la operación le removieron todo el busto. Se ha practicado dos cirugías más para poder reconstruir sus senos
Cuando “Rafaela” corría, la atención se dirigía no a su velocidad, sino a su pecho. Todos miraban los senos que se balanceaban soberanos dentro de su camiseta.
Durante las competencias de atletismo, los púberes del colegio la esperaban. “Ahí viene”, “ahí viene”, repetían. Al verla correr se reían.
“Me daba mucha vergüenza”, recuerda.
Su busto grande, talla DD, no combinaba con su menuda figura de adolescente. Los días de invierno eran los peores. Lo único que podía hacer era cubrirse la blusa con cuadernos, antes que la ropa mojada se le pegara al cuerpo.
“Rafaela” se deprimió. Pese a que las mujeres de su familia insistieron en darle confianza, el peso del pecho le lastimaba la espalda y los hombros. El roce de sus senos llegó a irritarla.
Intentó de todo: brasieres con mejor soporte, con tiras más anchas, su mamá incluso le cosió almohadillas a los tirantes para que no se le clavaran al cuerpo, pero al llegar a la universidad todo empeoró.
“Los profesores me quedaban mirando el busto, yo odiaba ser chichona y decidí operarme y quitármelas. Yo sé que cuando la gente habla de cirugía plástica a veces solo piensa que es un tema de vanidad, para mi tenía que ver con complejos que tenía, también con salud”, cuenta.
“Rafaela” tenía 19 años y quería un busto talla B. En 1995 contrató a una cirujana plástica para que le hiciera una reducción de mamas.
Pagó 4,500 dólares por la cirugía. Por una que fue un desastre. La doctora no le redujo los senos, se los extirpó y le dejó los pezones ocho centímetros más arriba del lugar correcto, más un par de costuras que le llegaban desde el centro del pecho hasta los costados, justo debajo de los brazos.
Al principio la cirujana le dio diferentes excusas. Que así se veía al principio. Que la grasa rellenaría el espacio vacío. Que los pezones bajarían al lugar correcto. Que no se preocupara. Que era normal. Al sexto mes le dijo la verdad: jamás había hecho un procedimiento de ese tipo.
“Nunca, en las tres consultas que tuvimos, nunca me dijo que su especialidad era el rostro, o que cuando hacía senos era para aumentarlos y que la primera vez que iba a hacer una reducción de mamas era conmigo, que ella solo lo había visto en la escuela”, aclara.
Para enmendar su error, la doctora ofreció operarla de nuevo. “Rafaela” no aceptó.
“Para mí había sido suficiente. Ese error de esa doctora creó demasiados efectos negativos en mi vida personal, en mi autoestima”, lamenta.
No le gustaba mirarse al espejo, tener relaciones sexuales, verse desnuda. Su esposo, su familia y sus amigos más cercanos la apoyaron, pero ella se sentía culpable e insegura.
Dolía, en secreto. “Rafaela” no quería que se supiera lo que le había ocurrido, por eso empezó a llevar brasieres con relleno y a evitar cierto tipo de ropa. Los bikinis de dos piezas estaban prohibidos: no le tapaban las heridas que le surcaban el cuerpo y a veces el triángulo del sostén no cubría los pezones que se escabullían por la tela.
“Rafaela” llora al recordar esos días.
Reconstruir para recuperar
Vivió con el pecho plano durante casi una década y visitó varios doctores antes de escoger otro bisturí. Oyó sobre un cirujano especialista en procedimientos reconstructivos para mujeres que han sufrido cáncer y con él se operó.
Este le atenuó las cicatrices y le puso unos implantes diminutos de silicona. Era todo lo que su piel resistía a los 28 años. Los médicos eran sinceros. Lo que le había pasado a “Rafaela” se podía mejorar, no arreglar.
A los 35 años otro doctor de renombre le reconstruyó los senos y cambió los implantes de silicona por unos de solución salina.
Cinco años después de esa tercera cirugía, “Rafaela” llega a esta entrevista enfundada en una falda ceñida y una blusa rosa sobre la que señala dónde están ahora sus pezones, aún colocados tres centímetros más arriba de su sitio natural.
No se podían mover más sin dejar marcas como las que quedan sobre una tela parchada. Ella está contenta, luego de tener ocho centímetros extra, tres son una victoria. Pequeña, pero al fin una victoria, dice.
“Es como una violación”
“Rafaela” pide el anonimato porque está convencida que en Nicaragua el trato recibido por quienes han sido víctimas de una mala praxis por una cirugía estética es similar al sufrido por las víctimas de una violación.
«A mí me parece exactamente igual como cuando dicen ‘ah, la violó, pero es que ella andaba de falda corta o vestida muy atrevida’»
«Cuando a vos te sale mal un procedimiento de cirugía plástica dicen ‘ah, sí, pero es que ella se lo buscó, porque para qué se quería cambiar y no está feliz con lo que tenía’. Y eso no es así, uno es la víctima, es fácil culpar a la víctima”, subraya.
La doctora que la operó no fue denunciada, en esa época un abogado y un policía le dijeron que hacerlo no serviría de nada. “No sé con cuántos más se ha equivocado”, asegura.
Sabe que su decisión de reducirse los senos fue prematura y que debió esperar alcanzar madurez emocional y física para escoger, sin embargo, “Rafaela” se declara a favor de las cirugías estéticas.
“Si a mí una persona me dice, ‘yo me quiero operar’, aún con toda mi mala experiencia yo le digo ‘sí’, pero buscá un buen médico (…) uno sí necesita sentirse bien como se ve”, aclara.
Luego de más de 12 mil dólares y dos décadas, a sus 40 años “Rafaela” ha empezado a recuperar la sensación en sus senos. A descubrirlos. A aceptarlos. No son perfectos, pero hoy le gusta lo que ve en el espejo.
El trauma de Laura
Laura (nombre ficticio). 46 años. Artista y licenciada en traducción inglesa. Un implante de glúteos infectado la llevó a enfrentarse a su médico en un juzgado, donde el cirujano fue absuelto porque supuestamente el juez y él pertenecían a la misma iglesia.
“Laura” ya no quería pintar, el llanto se le apresuraba y no podía concentrarse. Pese a haber sido una niña inquieta, a sus 34 años, estaba sumida en un estado de impotencia, vergüenza y tristeza, desencadenado por una cirugía estética que salió mal.
Desde que era adolescente, “Laura” se sentía insatisfecha con sus glúteos. Nacida en una zona rural de Nicaragua, en 2003, esta artista se operó con el doctor David Páramo.
De los dos implantes que le colocó en los glúteos, el izquierdo se infectó y tuvieron que removerlo. De acuerdo a un dictamen del Instituto de Medicina Legal (IML) el cirujano insertó implantes de seno en la cadera. “Lo que es una causa reconocida internacionalmente que ocasiona rechazo de los pacientes a este tipo de prótesis”, reza el documento.
Se le formaron cicatrices “defectuosas” que a los siete meses no habían sanado y que eran visibles cuando ella estaba sin ropa. Según Páramo, citado por el diario La Prensa, ella no “cumplió con las recomendaciones médicas sugeridas en el caso”.
Por un procedimiento que valdría 1,200 dólares, “Laura” terminó pagando 14 mil para reparar el daño. Un informe psiquiátrico forense del Instituto de Medicina Legal, concluyó que en junio de 2004
ella se sentía “maltratada, mal atendida y ahora tiene deformidades, supuraciones y su estado emocional se ha afectado”.
En 2005 se acusó al médico por los delitos de lesiones culposas y exposición de personas al peligro. El caso se llevó en el Juzgado Tercero Local Penal de Managua. Según Ricardo Flores, abogado de “Laura”, la causa se engavetó por supuesto tráfico de influencias.
“A pesar de haber demostrado la responsabilidad del señor, el juez del momento que conoció de la causa que era compañero de su ministerio religioso lo declaró absuelto, después confirmamos que efectivamente eran compañeros del mismo ministerio”, reveló Flores.
De acuerdo a las crónicas de la época, el juez sentenció que no se pudieron determinar los delitos imputados. Por eso el médico salió libre.
La denuncia se quedó atascada en el sistema judicial y luego se extravió el expediente, denunció Flores, quien para el proceso solicitó al Ministerio de Salud una constancia que expresara si Páramo estaba autorizado como cirujano plástico y si su clínica estaba inscrita.
El documento de abril de 2005 reveló que en los libros no aparecía el establecimiento y no estaba autorizado para brindar los servicios que ofertaba y que en los libros el médico solo salía como “doctor en Medicina y Cirugía, no como especialista en Cirugía Plástica”.
Se registró en junio de 2005 y en agosto de ese año fue absuelto.
“Laura” estaba “desmoralizada totalmente” y decidió irse de Nicaragua. 13 años después, el delito prescribió y ella ya no puede reclamar.
La curiosidad de Mateo
Mateo (nombre ficticio). 37 años. Comunicador Social. Se ha sometido a tres procedimientos estéticos: dos liposucciones y un “retoque” para eliminar grasa de su abdomen.
Al principio fue por curiosidad. En 2004, “Mateo” tenía una barriguita cervecera y una prima cirujana, que dieron paso a su primera liposucción gratis.
Le sacaron grasa del abdomen y los costados. Una operación ambulatoria, que duró menos de una hora y en la que le pusieron anestesia local y una pastilla para que se “relajara”.
“Mateo” no necesitaba el procedimiento, pero a sus 24 años era “una cuestión de vanidad y verme bien con el menor esfuerzo”, reconoce.
Estuvo en buenas manos, no hubo negligencia, ni traumas. En su caso todo salió tan bien como podría.
Después de la operación, a pesar de las indicaciones de su prima, él no siguió una dieta, volvió a tomar cervezas y recuperó su “barriga”. Cuatro años después ella le extrajo grasa de nuevo, pero ahora “en las llantitas”.
En 2009 se sometió a una tercera intervención. A “un retoque”, dice.
No pagó nada por ninguna de sus cirugías.
“Quedé bien. En general estoy contento”, admite. Aunque hoy, a sus 37 años, confiesa que no lo haría de nuevo, simplemente porque el cuerpo cambia, la grasa se confunde y se acumula en los lugares equivocados, señala.
“Tenés que seguir una serie de instrucciones, que el mismo cirujano te da como hacerte masajes post operatorios, que yo por no gastar no me los hice, cada masaje costaba 30, 40 dólares. Obviamente si vos te sometés a una intervención de esa naturaleza sí tenés que seguir ese proceso, si querés seguir con los resultados”, explica.
“No queda perfecto”, aclara. El médico “puede ser que te sacó un poquitito de grasa más del lado derecho que del izquierdo y se ve”.
12 años y tres cirugías después, “Mateo” ha recorrido el mundo y a muy pocos les ha contado sobre sus operaciones. No porque le avergüencen, sino porque considera que la sociedad nicaragüense es rígida con ciertos temas, entre ellos los procedimientos estéticos.
“Si a una mujer la critican por hacerse una cirugía imagínate un hombre, ya te podés imaginar el tipo de comentarios que pueden hacer, frente a mí no lo hicieron, a lo mejor a mis espaldas”, lamenta.
Prefiere el anonimato, pues contar su historia significaría enfrentarse a unas redes sociales “caóticas”: “el 70 por ciento de los comentarios son negativos y el 30 por ciento positivos”, asegura. Él no está dispuesto a someterse a ese escrutinio. Ha escogido “Mateo” como seudónimo.
Sentirse satisfechos
“Mateo” es un hombre trigueño que ahora se mantiene “en forma” a base de ejercicios y dietas. Es un lector voraz y un fiestero.
Él sabe que los procedimientos estéticos son más comunes de lo que se dice. Al menos seis de sus amigas se han operado los senos y están satisfechas.
Algunas han mejorado su vida sexual, otras se han convertido en madres y sin problemas han dado de mamar a sus hijos… En su círculo las cirugías son tema de conversación y no pasa “nada”.
“La gente dice, ‘no yo no soy vanidoso’, pero eso es mentira, cuando vos podés desnudarte frente a tu pareja y te sentís cómodo obviamente eso te da seguridad, te hace ser más espontáneo y ponerle más candela a la parte sexual”, subraya.
También conoce a hombres que se han arreglado la nariz, o se han hecho una liposucción pero ellos, acepta, no están tan abiertos a hablar sobre el tema. A casi nadie se lo contarían.
Mejor el silencio antes que la crucifixión pública.
“Mateo” afirma que los que los usuarios en las redes sociales “están a un paso de hacer comentarios dañinos que pueden afectar a la gente y hay gente que es más fuerte, pero en el caso de personas que son mucho más débiles, pueden ocasionar mucho daño a una persona y a su entorno”.
De las cirugías a “Mateo” le quedan unas diminutas cicatrices —como piquetes de zancudo— y la certeza de que “cada persona es autónoma en sus decisiones”.
La cicatriz de Allison que no se cura
Allison Molina. 26 años. Ingeniera química y modelo. En 2014, buscó a un cirujano plástico para que le aumentara el tamaño de los senos. Por una incisión de cuatro milímetros tuvo un hemotórax y un pulmón comprimido. Su doctor enfrenta un juicio por supuestas lesiones imprudentes y lesiones psicológicas graves
En una conversación Allison Molina puede hablar sobre Marie Curie o Naomi Campbell. Sobre los méritos de la científica polaca, o sobre la versatilidad de la supermodelo de ébano. En su vida como en la plática, la ciencia y la moda conviven sin roces, ni prejuicios.
Molina es ingeniera química y modelo, tiene 26 años y su nombre se hizo popular en las redes sociales cuando en junio de 2016, confesó haber sido víctima de una supuesta negligencia médica que casi la mata.
Como se trataba de un procedimiento estético, los cibernautas la atacaron (¿Por qué se operó? ¿Por qué no habló antes?), sus contratos como modelo disminuyeron, las pesadillas y el desánimo aumentaron y tuvo que buscar tratamiento psiquiátrico. Por eso se alejó de los medios de comunicación. Por eso en esta entrevista, prefiere no hurgar en la operación que le provocó una acumulación de sangre entre el tórax y el pulmón. Todo por una incisión en el lugar incorrecto.
El precio de un sueño
A Allison Molina, desde niña, le llamó la atención la ciencia —el por qué de las cosas—, los programas de belleza, las pasarelas y los tacones. Era tímida y el mundo de la moda le ayudó a atreverse “a caminar y perder el miedo al público”.
A los 19 años empezó a ahorrar para pagarse un aumento de senos. Era talla 32B y quería ser 32C. Estaba cansada de la dictadura del push up, de los brasieres de esponja: Quería usar las camisas y vestidos que sentía que no llenaba. Después de cuatro años recogió 4 mil dólares.
“Ya lo traía en mente años atrás desde que vi que mis pechos no iban a crecer más”, relata Molina.
Para su cumpleaños número 25 pensaba celebrar su operación en la playa, sorprender a su familia luciendo su busto nuevo en un bikini. El procedimiento estético salió mal y no hubo nada que festejar.
A dos años de su cirugía, Molina se cansa con facilidad. Ha dejado de correr, de jugar fútbol, de “dormir tranquila y tener un sueño profundo”, asegura. Su cuerpo ha sido cuestionado: la estrechez de su figura fue la que, según el médico David Páramo, provocó que al colocarle el implante en el seno izquierdo el músculo se rasgara y ella sufriera un hemotórax. Molina se ha sentido culpable, pese a que es una de las casi tres millones de personas, alrededor del mundo, que en 2014 se hicieron algún procedimiento estético en los pechos.
Su vida es otra. Teme no poder darle de mamar a sus futuros hijos y ha dejado de cantar porque se le va el aliento y se pierde en medio de las canciones. Si antes evitaba usar ropa descubierta para que no le preguntaran por su cicatriz ahora es más cuidadosa, porque desde que su caso es conocido la gente se fija en sus senos con más atención. Le hacen preguntas imprudentes que le avergüenzan.
“Es mi intimidad, mis pechos”, sentencia.
Su historia hoy se debate en juicio oral y público.
Alicia y la liposucción que acabó con su vida
Alicia Fernández. 38 años. Mercadóloga. En abril de 2010 acudió a una clínica a hacerse una liposucción, sufrió un paro cardíaco y el sitio no prestaba las condiciones para atenderla. Tampoco la llevaron al hospital más cercano que estaba a cinco minutos del lugar. Murió una semana después de la operación
Alicia Fernández no pudo ver a sus hijos crecer: hace unos meses el mayor se graduó de la universidad y ella no pudo acompañarlo. Pese a ser una madre dedicada, la vida, o mejor dicho –la muerte– la forzó a estar ausente desde hace seis años.
El 15 de abril de 2010, le llamaron para avisarle que ese mismo día podía llegar al Centro Médico Americano a hacerse la liposucción que había programado. No le pidieron que llevara acompañante. Tampoco le hicieron exámenes previos a la operación. Alicia se fue sola a su cirugía.
40 minutos después de que le colocaran la anestesia –esta mercadóloga y madre de cuatro hijos– “entró en paro cardíaco”, relataron los medios en esa época. Eso sucedió por la mañana, y a su hermano Eduardo Fernández, le avisaron pasadas las seis de la tarde.
La clínica estaba a un par de minutos del hospital más cercano, pero nadie la trasladó de urgencia cuando el corazón se le detuvo. La llevaron al Hospital Lenin Fonseca cuando ya era muy tarde y el daño cerebral era irreversible. Murió el 22 de abril a los 38 años.
“Ella se fue confiando”, asegura Fernández. Alicia, recuerda Eduardo, era optimista y le costaba reconocer la malicia en la gente. Por eso confió en ellos. Por eso no le avisó a nadie que iría.
Según su hermano, el médico y la anestesióloga eran empleados del Hospital Lenin Fonseca y se escaparon del trabajo para hacer la cirugía, por eso –cree él–, tardaron tanto en reaccionar.
La clínica, asevera Fernández, “era casi clandestina, no había autorización del Ministerio de Salud, estaban alquilando como si fuese una cuartería”.
En el Centro Médico Americano no había una unidad de emergencia y algunos de los medicamentos que tenían estaban vencidos.
El médico nunca se enfrentó a juicio. La anestesióloga Auxiliadora Rodríguez fue condenada a 12 años de prisión por participar en la operación desconociendo el historial de la paciente y consciente de que el sitio no prestaba las condiciones mínimas. También por negarle a Alicia la atención hospitalaria que merecía. El delito por el que un jurado la declaró culpable fue el de acción por omisión con dolo eventual.
En abril de 2011, en una sala de apelación, Rodríguez fue absuelta. “Es algo totalmente increíble”, aún lamenta Eduardo Fernández.
Durante el proceso judicial que hubo en contra de la anestesióloga se encendieron las protestas del gremio médico que cerró filas para apoyarla. “Lo cual incidió al final en la sentencia”, asevera Fernández.
A seis años de la muerte de su hermana, él confiesa que ha perdonado a los implicados en la cirugía y que espera que “ellos hayan aprendido y hayan enmendado y no cometan o no vuelva a pasar esta situación, porque en realidad lo que toca es tratar de enmendar, tratar de que las cosas mejoren”.
La justicia, dice él, “a veces no te la da el poder judicial”.
María Eugenia Flores, presidenta de ANCP: “Todos los cirujanos plásticos de Nicaragua quieren lucirse con cada paciente, porque lo que uno hace se mira”
Las cirugías en combo, los precios ridículamente bajos y las malas referencias, deben ser algunos de los pistas para detectar al cirujano plástico con el que no debería operarse, afirma la doctora María Eugenia Flores, presidenta de la Asociación Nicaragüense de Cirugía Plástica (ANCP).
Ella considera que la mejor recomendación para un médico es la que da otro paciente y que en Nicaragua es necesario discernir entre medicina y comercio.
“En Nicaragua todo mundo se conoce. La mejor recomendación son los resultados de los pacientes. Ahora tenemos el marketing, tenemos un montón de anuncios, de cosas que llaman la atención a los pacientes, pero nosotros en la Asociación tenemos un código de ética, no podemos hacer ese tipo de anuncios, esos que te ponen inclusive precios, eso no lo debe andar haciendo ningún médico, eso ya no es medicina, eso es comercio”, sentencia Flores.
En Nicaragua se encuentran 63 cirujanos plásticos registrados, de esos, 28 forman parte de la ANCP, que funciona desde hace 24 años. Para Flores, quien tenga interés en realizarse una cirugía estética debe cerciorarse que:
*El médico arregle una cita –no el día del procedimiento, sino antes– con un anestesiólogo para que este indague los detalles necesarios para determinar si el paciente es apto o no para operarse, esto además de los exámenes básicos orientados por el doctor.
*El cirujano, además del código del Ministerio de Salud (Minsa), que lo certifica como médico general, debe poseer los títulos que demuestren que está capacitado para realizar la cirugía que ofrece.
*El doctor debe explicar detalladamente “todos los riesgos habidos y por haber” en la operación que el paciente desea realizarse.
*La clínica debe ser un establecimiento legal y autorizado por el Minsa, que preste las condiciones para funcionar.
*Que no hayan malos récords en el haber del médico al que desea contratar. Para eso puede buscar expacientes, ponerse en contacto con ellos y saber cómo fue su experiencia.
*Que no le ofrezcan varios procedimientos al mismo tiempo. Las cirugías en combo implican más riesgos.
Sobre el caso Páramo
La Asociación evitó darle un nombre y apellido al reciente descalabro en la imagen de la cirugía plástica en el país, pese a que en 2005 el entonces presidente de la Sociedad Nicaragüense de Cirugía Plástica, Armando Siu, en un reportaje de Esta Semana enfatizó que el doctor David Páramo fue expulsado de ella.
“El doctor Páramo no pertenece a la Sociedad Nicaragüense de Cirugía Plástica, tiene una deuda con la Sociedad que no ha asumido, la Sociedad en reunión ha decidido que él no puede optar más a pertenecer a la Sociedad”, afirmó Siu.
Los casos recientes de presunta negligencia preocupan a la ANCP, que teme que una mala praxis pueda opacar a todo un gremio y que aún trabaja en un portal web en el que colgarán una lista de los médicos que la integran.
“Lo malo afecta, pero no lo bueno, los miles de pacientes que se operan a diario, que se han operado a través de estos años, ya sea a nivel privado, a nivel público, eso como que se obvia, pero no, nosotros hemos hecho un buen trabajo (…) Todos los cirujanos plásticos de Nicaragua quieren lucirse con cada paciente, porque lo que uno hace se mira”, aseveró la doctora María Eugenia Flores.
Según ella, los nuevos eventos han obligado al Ministerio de Salud, y a la ANCP a “replantear todo lo que es la medicina” y revisar y actualizar los protocolos.
La Asociación Médica Nicaragüense (AMN) emitió un comunicado en el que lamenta las muertes recientes derivadas de una cirugía y exige que a los doctores procesados se les respete “el debido proceso” y la “presunción de inocencia”. Mientras en la página de Facebook “Yo apoyo al Dr. David Páramo Sandoval” se publicó un documento en el que la generación de médicos de 1986 se solidariza con Páramo. En conferencia de prensa la AMN, inetgrada por 22 organizaciones, presentó un comunicado en el que hace «énfasis en que las acciones de los médicos no van predeterminadas a ocasionar daño o infringir la muerte del paciente, sino, fundamentalmente, a dar satisfacción personal y mejorar la calidad de vida que puede ofrecer nuestro servicio”.
Este viernes 12 de agosto Páramo fue declarado culpable por el homicidio imprudente de Lizandra Jarquín. La familia y defensa del cirujano declararon que el juicio estaba parcializado. La AMN, por su parte, ha dicho que se «criminalizó» a los médicos y que el proceso judicial estuvo plagado de irregularidades.
En Nicaragua no existe un colegio médico que ordene, supervise y regule el ejercicio profesional de la Medicina. Lo hubo y desapareció. Luego se aprobó en la Asamblea Nacional una ley de colegiación que rápidamente fue derogada por la Corte Suprema de Justicia en un movimiento que algunos consideran incoherente.
El único amparo para los ciudadanos es la Ley 423 o Ley General de Salud, que resulta insuficiente en cuanto a las sanciones o medidas administrativas.
La estética mundial en números
La Sociedad Internacional de Cirugía Estética Plástica, para conseguir el total de procedimientos realizados en 2015, realizó una encuesta en la que invitó a 35 mil cirujanos plásticos a participar, de los 40 mil que se encuentran registrados en su base de datos. Al final se obtuvo la información de 1,398 cirujanos certificados. Algunos países como Nicaragua, no aparecen en esta compilación porque no entregaron suficiente data.