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Las siete esquinas de Nadsat

Nadsat Nicaragua

De izquierda a derecha: Juberth (bajista), Miguel (guitarrista), César (vocalista), Rodrigo (guitarrista). Carlos Herrera / Niú

La historia de Nadsat comenzó en 2013 dentro de las aulas del colegio San Ignacio de Loyola, cuando Juberth Flores, César Cáceres, Swynton Hodgson y Miguel Navarrete estaban en su último año de bachillerato y fueron convocados por uno de sus profesores para amenizar una feria de matemáticas.

En ese momento no se veían como una banda con futuro, ahora no se imaginan tocando con otras personas.

No eran amigos, tampoco sabían bien cómo manejar el instrumento que les correspondía, pero decidieron tirarse «por amor al arte». “Todo fue a la loquera, algunos de nosotros apenas teníamos conocimientos básicos de la guitarra o la batería, pero no importaba, lo único que queríamos era hacer música”, cuentan.

Como vieron que podían funcionar como banda, se les sumó Jamil Zeledón para encargarse del piano. Más consolidados, siguieron ensayando sin parar y presentándose en otros eventos del colegio, luego en algunos toques dentro de bares, karaokes… Nadsat estaba a punto de salir a la luz.

¿De dónde salió el nombre?

“Nadsat” es la jerga juvenil utilizada dentro de la novela La Naranja Mecánica, de Anthony Burgess. Mismo libro que Jamil, tecladista, estaba leyendo poco antes de que Juberth, el bajista, lo llamara para consultarle qué nombre dirían cuando se presentaran en un concierto que darían por la noche.

“Él me dijo que lo llamara en cinco minutos, abrió el libro y Nadsat fue la primera palabra que vio. Ya sabía qué significaba, pero fue como para salir del apuro y no algo bien pensado como algunos creen (Ríe) Al final nos gustó a todos y le hemos dado un giro más romántico”, cuenta Juberth.

No muchos entendían el concepto de una banda que no apostaba por el “rock bailable”. A los primeros conciertos casi nadie llegaba. Sin embargo, eso no les impidió seguir perseverando.

“Estábamos bien chiquitos y no entendíamos mucho de la escena musical, al primer concierto solo llegaron nuestros conocidos y las condiciones eran precarias, pero no nos bajó los ánimos, todo lo contrario, vimos nuestros errores”, comentan.

Poco a poco empezaron a ganar seguidores, entre ellos el actual guitarrista del grupo, Rodrigo De Franco. “Era como un groupie que siempre iba a los conciertos, después se hizo suplente y ahora está con nosotros”, cuenta entre risas el otro guitarrista, Miguel.

Finalmente se les unió Daniel Sequeira, que toca las congas. Así reunieron al Nadsat que hoy vemos en el escenario.

Siete esquinas opuestas

Todos tienen gustos musicales distintos que en la creación de la música se logran combinar. “Entre nosotros hay como Swynton, que es el más metalero puerco diabólico de la banda, hasta Juberth que escucha cosas psicodélicas todas tripeadas. Aquí hay de todo un poco”, explican.

Son siete personalidades tan diferentes en un solo equipo, pero de alguna manera logran llevarse bien.

Carlos Herrera / Niú

Al describirse califican a Miguel como el “niño bueno”, a Rodrigo como“el bandido farándula”, César es el más reservado, a Juberth lo conocen como el más «ficha», Swynton es el “payaso que a veces no da gracia”, Jamil es descrito como el más alegre y Daniel… El nuevo.

Juntos comenzaron a crear música con una apuesta al “rock blues”, un género que pocos habían intentado tocar dentro del país. Todos aportan lo que escuchan y lo que son. “Como somos tan distintos, no copiamos el estilo de otras bandas… Somos un relajo”, enfatiza César, el vocalista.

Los integrantes de Nadsat aseguran que al salir al escenario o estar en el estudio, todos se convierten en uno. Siempre hay una conexión que los une y por eso se sienten muy afortunados.

Dificultades, amigos y más

De algo que están muy agradecidos es del apoyo de sus seguidores. “Hay un cierto tipo de fan que está con nosotros en las buenas y en las malas. Gente que sin un peso en la bolsa llega a vernos tocar, sin importar que no tengan con qué regresarse. Eso nos motiva a mejorar más y más”, expresan.

También han tenido momentos difíciles. Uno de ellos fue lidiar con la salida de dos de sus miembros. Swynton se fue por «diferencias» y después regresó. Y Jamil, el pianista, que se mudó a Estados Unidos, dejando en la incertidumbre al grupo y aunque se sienta la diferencia, comentan, han sabido salir adelante.

Nadsat en el concierto de despida para Jamil / Cortesía

“Hemos tenido mucha suerte” declaran. Y citan como ejemplo el día que fueron a Estelí a dar un concierto en una comunidad donde casi nadie los conocía, pero todos los aceptaron. También se sienten felices por el apoyo que otros músicos les han brindado, entre ellos The Camels y Garcín.

“Uno nunca sabe cuánto le van a durar las cosas y lo mejor que hay que hacer es aprovechar el recurso y compartirlo. Muchos nos lo compartieron y estamos en deuda por eso”, reconoce César.

¿Cuál es límite?

Ellos no se ven produciendo música para ganar mucho dinero, de hecho, admiten que ya han conseguido lo que querían. “No tenemos la idea corrupta de querer ser reconocidos en todas partes, ni nos creemos la gran cosa. Al principio queríamos hacernos escuchar mediante la música y creo que lo hemos logrado. Lo hacemos porque nos gusta”, enfatizan.

Explican que tener sueños específicos “es muy aburrido” y que convierten sus añoranzas en metas. Guardan el dinero de sus conciertos para lograr comprar más y mejores instrumentos, además de pagar el estudio de grabación donde preparan su primer disco que todavía no tiene nombre.

Los músicos de Nadsat quieren renovarse constantemente y seguir haciendo lo que aman. “No es ser más o ser menos, es estar… existir”, confiesan. Dentro de su agenda caben muchos proyectos, sin embargo, su prioridad es no olvidarse de lo que fueron y nadar con la corriente, que por ahora los lleva a un muy buen destino.