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Fotoensayo
Luigi Esposito ahorró durante dos años para emprender un viaje a Taiwán. Estas son algunas de las fotos e historias de su periplo.
Él era el más bajo de la compañía. De todos los actores del teatro –él sentado en una tabla, con la mirada perdida– era el más chaparro. El nicaragüense Luigi Esposito lo retrató tras bambalinas, mientras los demás se enfrentaban a la audiencia de Tamsui, un distrito al norte de Taiwán. Era una obra tradicional, con trajes tradicionales, música tradicional y un escenario desvencijado. Tamsui fue uno de los primeros lugares que Luigi visitó en Taiwán. Y el actor anónimo, inmóvil entre los disfraces, espejos y cajas con maquillaje, una de las primeras personas que fotografió en ese país al que llegó en 2015.
Luigi Esposito tiene 26 años, es comunicador social y apasionado de la fotografía. Ahorró durante dos años para costearse su viaje a Taiwán y para emprender este periplo – atizado solo por la curiosidad– renunció a su trabajo. No habla chino pero ha retratado personajes en Hong Kong, Japón, Malasia y planea ir pronto a Corea. Escogió Taiwán porque “es un lindo país, tengo buenos amigos aquí, y es un buen lugar desde el cual puedo viajar y conocer otros países de Asia”, dice. Estas son algunas de las fotos e historias que compartió con Niú:
El empleado del templo
Es difícil precisar su edad. Tendrá más de 50. Menos de 60. Pero es una suposición. Solo se sabe que siempre puede encontrarlo —espátula en mano— en el Templo de Longshan (Longshan Temple) en Taipéi, uno de los más grandes y antiguos de Taiwán. Su trabajo es limpiar los residuos de las candelas que los peregrinos colocan en el inmenso candelero. Adultos. Jóvenes. Niños. Taiwaneses. Turistas… Sin importar el rezador, este empleado del templo, raspa y raspa el candelero con igual esmero. No habla. Solo ve con seriedad la cámara que le apunta.
Al azar
Fue en un estudio improvisado, en un parque, un sábado al mediodía. Al bajar del bus y cruzar el Taipei Expo Park, Luigi Esposito encontró a decenas de personas disfrazadas. Invitó a un amigo y ahí comenzaron a hacer los retratos. Escogieron a los modelos con los mejores atuendos y su amigo, que sí habla chino, los llamó. Fotografiaron a aquellos que sobresalían entre la multitud de cosplay.
Todos ellos metidos en sus personajes. Para algunos es una profesión. Incluso dejaban a Esposito tarjetas de presentación.
El equilibrista
Tiene el peso de la geometría en su cabeza. La punta de un triángulo se sostiene en su frente y de ahí las formas se multiplican a más de un metro de altura. Los curiosos lo ven, lo graban, le toman fotos. Están en una feria latinoamericana en Kaohsiung, la segunda ciudad más importante de Taiwán. Ahí encontró Luigi Esposito a una pareja de equilibristas.
Él guindado de un aro, dando vueltas. Ella pasándole, lentamente, las piezas metálicas con las que luego armaría las formas geométricas. Ambos de negro. Él moviéndose de un lado a otro al ritmo de la música. Ella generando la tensión necesaria para el acto que duró aproximadamente 40 minutos.
Libres
Andan por todas partes. Posan para las fotos. Roban lo que puedan a los turistas y más de uno mordió a quien quisiera agarrarlos. En las Cuevas Batu, a 13 kilómetros de Kuala Lumpur, capital de Malasia, los monos andan libres. Y se multiplican.
Miles peregrinan a estas cavernas naturales para entregar ofrendas o promesas a distintas deidades hindúes, entre ellos Murugan, el hijo de Shiva y Parvati. Los devotos, en el camino, deben ir esquivando a los cientos de monos que se deslizan a sus anchas en este sitio sagrado al que llegan los hindúes de Malasia.
Un músico agradecido
Eran las ocho de la noche. Luigi Esposito se bajó del metro y lo encontró. Casi siempre lo veía en el mismo sitio tocando la flauta. Ese día lo fotografió, llegó a su casa, seleccionó las mejores tomas y un par de semanas después lo volvió a hallar haciendo música. Se acercó a él, y en inglés, le habló de las fotos y le pidió un email para enviárselas. “El señor me dio su correo junto con 5 o 6 CDs con su música a manera de agradecimiento”, recuerda Espojer.
Mil caras
Jiufen es un pueblo enclavado en una montaña de Taiwán. Ahí, en medio de calles y callejones angostos, hay un hombre que congela expresiones en máscaras. Él sonriendo. Él triste. Él con los cachetes inflados… Para conocer su museo –uno muy informal, por cierto– el visitante debe pagar 50 dólares taiwaneses (poco menos de dos dólares americanos).
Al entrar, cientos de máscaras cuelgan de las paredes. Cuartos llenos de ellas. Barack Obama por un lado, insectos por otro y al menos un rostro con forma de glúteos resalta. Cada una con su nombre y hechas de cartón o papel mojado, moldeadas y puestas a secar. El dueño y artesano, de quien Luigi Esposito no conoció el nombre, era un tipo ameno y divertido que hacía ligera la visita a su excéntrico museo, ubicado en una calle transitada de este turístico pueblo famoso porque ha sido escenario de distintas películas. Más de una taquillera.
Peregrinos
En las Cuevas de Batu, no se vale perder el aliento. Para llegar a los altares y cuevas secundarias se deben subir casi 300 escalones que se vuelven elásticos e interminables. Cuando se llega a la cima, en uno de los templos, aparece este hombre de mirada penetrante. Al salir hace una especie de ritual. Alrededor del altar da un par de vueltas y desaparece.
En estas cavernas, consideradas una de las mecas hindúes más grandes fuera de la India, se celebra el festival de Thaipusam, en el que los peregrinos suelen atravesarse distintas partes del cuerpo con afiladas agujas o ganchos. De estas cuelgan las ofrendas en honor al dios guerrero Murugan.
Colosal
Fo Guang Shan es el monasterio budista más grande de Taiwán. Ubicado en el Distrito de Dashu, alberga reliquias como el Buda Dorado (la estatua de Buda de oro sentado más alto en el sudeste asiático) y el Buda de Jade. Flanqueado por pagodas y un Buda inmenso, cuya cabeza es de tres pisos de altura. Uno de sus ojos es tan ancho como toda la planta de otros edificios del monasterio, revela su portal oficial.
Este es un sitio que se recorre con tiempo. Luigi Esposito asegura que se necesita al menos un día para conocerlo. Durante el Año Nuevo Chino, hay un festín de luces. En una plaza lanzan masivamente fuegos artificiales y montan una exposición de lámparas chinas.
Entre la multitud
A mediados de abril, en plena vía y completamente tieso, este monje pedía ofrendas en una calle de Tamsui. En Taiwán, dice Luigi Esposito, es común encontrarlos. Hay de distintas edades y no siempre se les ve meditando, usan celulares y se mueven en bicicletas. Son amables, silenciosos, como la mayoría de los taiwaneses, asegura.
Es un indio de cobre que levita. O al menos eso parece. Este artista callejero de Tamsui, a lo lejos, es una estatua cobriza que reposa en el aire sin que nada lo sostenga. Ese es el truco. Este hombre, vestido como un nativo americano, adoptaba dos posiciones: sentado por varios minutos con las manos en las piernas y de pie tocando la armónica. Dos pasos que repite una y otra vez lentamente.
Lo acompañaban una vasija, –también cubierta de ese tono metálico y en la que le echaban dinero– y una botella con agua.
Si quiere ver más fotografías de Luigi Esposito visite el sitio web The Hidden on Looker, un proyecto impulsado junto al también nicaragüense Sergio Palma.