Desde algunos años atrás, muchos ya estamos acostumbramos al lector electrónico, aunque yo aún lo siento o asumo como un formato complementario a mi humilde biblioteca. A pesar que en el Kindle me alcanzan más libros que en los estantes, confieso que me gustan más los de papel y por eso procuro cuidarlos. Los extraño a veces, sobre todo los viejitos a pesar de sus letras de hormiga, sus portadas desvencijadas y sus páginas amarillentas. Pero, cuando no encuentro en la librería el libro que busco, es cuando lo hallo en Amazon y lo compro apenas moviendo unas cuantas teclas. Pero estoy apegada todavía a los libros tradicionales: me resultan solemnes, románticos, artilugios llenos de misterio. Sin embargo, no es difícil prever y convencerme de una vez, -aunque me duela-, que el libro de papel irá siendo cada vez más escaso, hasta desaparecer. No sé cuándo, pero al paso que vamos con este “fin del mundo” no creo que esté tan lejana su extinción. O, en el mejor de los casos, en el futuro que ya tenemos encima, el libro de papel representará un artefacto de lujo que jamás será generalizado como sí lo es el Smartphone.
En Nicaragua es peor aún debido a la pobreza, la que ya está instalada y la que se nos viene. Desde antes de la crisis de abril, con costo contábamos con dos o tres librerías en Managua, (solo en Managua) ahora hay menos creo, y en los departamento ni una sola aunque, le digan librería a las papelerías o tiendas de útiles escolares.
El precio de un libro no es jugando, tiene uno que ser muy asidua lectora para dar hasta arriba de $25 dólares a veces hasta $30 aquí mismo, no en España que allí es peor. De hecho ya casi el libro es un lujo debido a su difícil acceso, me refiero a los precios pero también a su existencia aquí, aunque todavía se encuentran por ahí las obras clásicas en ediciones algo baratas. Los precios (me refiero a los de los buenos libros) y las complicaciones de las editoriales para exportarlos, aparte de los monopolios que se han creado, hará que no sean priorizados por la demanda. Y la oferta, que desde ya tanto los escritores como las editoriales, están trabajando con distribuidoras digitales. Esta tendencia del formato digital que ya es fuerte, en el mejor de los casos, se incrementará con esta crisis.
Y ahora que se abrirá una nueva época o civilización debido a la pandemia, según anuncian cientos de sociólogos y filósofos del mundo, derivo que la mayor parte de la producción cultural descansará mucho más en la tecnología digital, que además, al menos hoy permite que el libro digital resulta más barato. Y si acudo a la experiencia con otros productos digitales, esperaría que los lectores electrónicos, así como las tabletas y los teléfonos inteligentes, sean cada vez más accesibles. En esto seguirá ganando el monstruo de Amazon o cualquier otro oferente.
Pero creo que, muy a pesar de mis tesoros de papel, también todos ganaremos. Así es que démosle la bienvenida a esto, porque hasta la Biblia que fue el primer libro impreso, tanto la Iglesia Ortodoxa, como la Católica y la Protestante, desde hace un buen rato ya es digital.
Mi pequeña biblioteca, sin duda, en algún momento se convertirá en un pequeño espacio arqueológico, un museíto o, en una especie de ermita o santuario para rendirle honores al invento más brillante de la humanidad: El libro que, mientras exista, no importa el formato.