Icono del sitio Revista Niú

Los datos que registran nuestros móviles, una autobiografía digital

Autobiografía digital

Foto: Agencias | Niú

El teléfono móvil es un pequeño ordenador, compañero inseparable, que puede actuar como una caja negra. Registra el gran conjunto de datos que genera lo que hacemos durante el día. Incluso puede capturar y almacenar aspectos tan personales como las horas de sueño, la frecuencia cardíaca o dónde estábamos en cada momento del día.

En efecto, usamos el móvil para llamar, intercambiar mensajes y navegar por internet. Pero tenerlo siempre a mano lo habilita para mucho más. También permite guardar un historial de todo cuanto hacemos a lo largo del día. El móvil es capaz de archivar texto, imágenes, los lugares donde estamos e incluso signos vitales.

Esa capacidad ha motivado que muchas personas lleven ya un registro minucioso, en tiempo real, de aspectos relevantes de su vida diaria. Con el móvil capturan datos con los que construyen toda una autobiografía digital.

¿Qué es el lifelogging?

Recopilar datos sobre experiencias personales se conoce como lifelogging (o registro de actividades vitales) y permite sacar conclusiones sobre cómo vivimos.

Pero esta práctica no siempre se hace de forma activa y consciente. Con los mensajes de texto, las publicaciones en medios sociales y los álbumes digitales de fotos, muchas personas, casi sin darse cuenta, están documentando su propia vida.

Leé: ¿La tecnología digital nos hace mejores? De momento, parece que no

Es una captura continua y meticulosa, en tiempo real. El móvil archiva mucho de lo que hacemos cada día. Guarda las imágenes que captamos del mundo que nos rodea y, si se le permite, cuenta nuestros pasos, anota dónde estamos e incluso cuántas horas dormimos. Y así caemos en la tentación de querer registrarlo todo.

Este deseo de conservar todo cuanto vemos, pensamos e incluso sentimos como respuesta a lo que vivimos es, en realidad, un fenómeno tan antiguo como el ser humano en su afán de perpetuarse. Basta recordar las tablillas de barro de la Antigüedad clásica, los cuadernos de bitácora de la marina mercante y los diarios personales, entre otros, para entender que el lifelogging no es algo nuevo.

Lo nuevo es que casi todo, o al menos mucho más de lo que parece, se puede registrar con la tecnología digital, muy integrada en nuestro entorno. Cada vez hay más apps destinadas a capturar datos a pequeña escala sobre nuestra actividad cotidiana. El resultado es así un archivo detallado cuyo análisis nos revela las claves de nuestro estilo de vida.

Una caja negra personal

El registro continuo de actividades diarias constituye, pues, una especie de caja negra personal. Las publicaciones en medios sociales y el autorrastreo de desplazamientos y signos vitales están cartografiando detalles de la vida cotidiana. Son registros parciales y fragmentados, pero han probado su utilidad en muchos escenarios. He aquí algunos ejemplos:

Los sensores integrados en el móvil pueden recoger datos como el tiempo empleado en una actividad deportiva, el gasto calórico o las horas y la calidad del sueño.
Captura de pantalla de Google Fit, Author provided

Hay además un placer inherente al hecho de rememorar acontecimientos del pasado. Y los medios sociales juegan aquí un papel clave. Publicar en ellos es un aporte a la identidad personal, al autoconocimiento y a la narración de la individualidad.

Aunque las plataformas sociales convidan a una exhibición excesiva, si se usan con buen juicio permiten construir la propia memoria, y luego reconstruirla. E invitan, en consecuencia, a revivir hechos del pasado, a redescubrir “un día como hoy”, con la convicción de que evocar aquel instante causará una recompensa emocional.

Las publicaciones en plataformas sociales contribuyen a construir la memoria autobiográfica e invitan a revivir momentos de la vida cotidiana. Captura de pantalla de ‘Un día como hoy’, en Facebook, Author provided

¿Es posible registrarlo todo?

La ciencia ficción nos permite imaginar un futuro en el que, por estar todo registrado, se podría recrear la vida de una persona. Ese futuro ya está aquí. Microsoft ha patentado un chatbot capaz de recrear a una persona fallecida a partir de su contenido publicado en medios sociales.

Suena macabro, y no consta que esté en desarrollo, pero nos da una idea del enorme potencial que ofrece la recopilación personal de datos. Mientras tanto, hace ya tiempo que generamos registros fragmentados en forma de tuits, fotos de Instagram, mensajes de Whatsapp…

El deseo futurista de contar con un adelanto tecnológico que permita revivir cualquier recuerdo apareció representado en la serie Black Mirror. El episodio Toda tu historia (2011) retrata un mundo donde las personas graban todo lo que ven y oyen mediante un dispositivo implantado tras la oreja.

La idea no es nueva. En 1945, el ingeniero estadounidense Vannevar Bush ideó el Memex (memory extender), un artilugio que pretendía recuperar todo lo relativo a un suceso concreto. Aquella idea visionaria, en más de medio siglo avanzada a su tiempo, nunca se materializó. Pero supuso un notorio intento de trascender las limitaciones de la memoria humana.

Algunos riesgos

Pese a los beneficios personales que promete, el lifelogging ha generado posiciones enfrentadas. Algunas voces lo defienden como un producto de la curiosidad humana con gran potencial para el autoconocimiento, el refuerzo de la memoria personal y colectiva, y la investigación científica. Otras, en cambio, la consideran una tendencia egocéntrica con riesgos como la exposición permanente a la red o la pérdida de privacidad.

Analizar piezas de información personal tales como fotos, vídeos, tuits o datos de ubicación, sobre todo si se sacan de contexto, podría ofrecer un retrato equivocado de una persona, cuyo pasado podría quedar entonces en entredicho. Se plantean entonces dudas éticas, sobre todo si esos datos personales llegan a manos poco escrupulosas.

Por último, y no menos importante, está la inseguridad derivada del alojamiento de esos datos en servidores remotos. Son frecuentes los ataques a servicios de internet y el robo y la exposición de datos personales. Por lo tanto, cada cual debe decidir si quiere aceptar esos riesgos a cambio de las numerosas ventajas o si, por el contrario, prefiere quedar fuera del radar.

*Este artículo fue republicado de The Conversation bajo licencia Creative Commons.  Lea artículo original. Jorge Franganillo, Profesor de la Facultad de Información y Medios Audiovisuales, Universitat de Barcelona