En pantalla

Marvel apela a los asiáticos-norteamericanos con Shang-chi y la Leyenda de los 10 Anillos
Shang-chi y la Leyenda de los 10 Anillos

Corregir más de un siglo de invisibilización y envilecimiento de los asiáticos en el cine no es una tarea que dependa de una sola película, pero “Shang-Chi” lo intenta.

     

Tres años después de reivindicarse ante el público afroamericano con “Black Panther” (Ryan Coogler, 2018), Marvel trata de hacer lo mismo con los asiaticoamericanos. “Shang-Chi: La Leyenda de los 10 Anillos” concede protagonismo a un grupo étnico subrepresentado en su universo.

Xu Wenwu (Tony Leung) es un guerrero milenario que consigue vida eterna y grandes poderes al adquirir la joyería del título. Su carrera criminal se desvía al tratar de conquistar una aldea mágica, y enamorarse de su guardiana. Juntos procrean dos hijos, hasta que el pasado le pasa la cuenta. Alcanzamos al primogénito, Shang-Chi (Simu Liu), como joven adulto. Es un migrante asimilado en San Francisco. Se identifica con el nombre anglo de Shaun y trabaja parqueando carros con su mejor amiga, Katy (Awkwafina). La máscara de normalidad cae cuando una pandilla lo ataca en bus, para despojarlo de un pendiente de jade, regalo de su madre. El modesto Shaun se defiende con un despliegue de artes marciales que delata su fantástico origen.

Las películas de Marvel son producidas, principalmente, para el público norteamericano. Por eso, funcionan dentro de los parámetros culturales de Estados Unidos. A la hora de trabajar en pos de mejorar la representación de las minorías, es dentro de un esquema que hace sentido para los migrantes y descendientes de generaciones previas. Más que invocar la cultura china, busca referentes que tengan eco con la identidad asiaticanorteamericana. El reparto es realmente multinacional. Simu Liu migró como un niño de China a Canadá. Awkwafina es descendiente de sudcoreanos. Tony Leung es una leyenda del cine de Taiwán, y Michelle Yeoh nació en Malasia.

Corregir más de un siglo de invisibilización y envilecimiento de los asiáticos en el cine no es una tarea que dependa de una sola película. “Shang-Chi” lo intenta. No hay protagonistas blancos en el extenso reparto. Lo más cercano a un occidental es Ben Kingsley, el actor inglés, descendiente de migrantes, quien asume el papel de alivio cómico. El director es el asiaticonorteamericano Destin Daniel Cretton, nacido en Hawai de madre japonesa y padre irlandés. El estudio trata de expiar culpas de su vida pasada, como editorial de cómics. En un extenso monólogo, Xy Wenwu denuncia cuán oprobioso era que lo identificaran como “El Mandarín”, explotando los peores estereotipos racistas del pasado.

El problema está en que “Shang-Chi…” funciona dentro de las claves del cine de superhéroes. El éxito de Marvel como fecundo proveedor de producto taquillero ha contribuido a la infantilización del cine comercial. Su fórmula ha sido tan viable económicamente, que establece férreos controles creativos. Hay algo mecánico y predecible en el balance entre escenas expositivas y secuencias de acción. Con 20 años construyendo su “universo narrativo”, las películas se han vuelto densas en detalles pero simplistas en desarrollo dramático y psicología de los personajes.

En la acepción más básica de “representación”, Marvel hizo su tarea. Pero lo que ofrece es una simplificación cultural a la inversa. Los estereotipos de antaño, construidos de acuerdo al racismo de épocas pasadas, se suplantan por otros, invocados en clave positiva. Dudo que la película funcione como puerto de entrada al legítimo cine asiático. No veo a las masas corriendo a buscar los trabajos de Tony Leung con Wong Kar Wai. Marvel solo conduce a más Marvel, y por obra y gracias de sus “escenas extras” al final de los créditos, está haciendo una película que nunca termina.

Como tantas otras películas de la franquicia, la película es demasiado larga para la historia que cuenta. La estética es sombría y oscura, lavando incluso los colores de la naturaleza. La fotografía de charco sucio llega a su epítome en el largo desenlace, una batalla campal que invoca acción acrobática y monstruos generados por computadora. Las mejores escenas son las más simples: dos carreras por un bosque de bambú, con árboles mágicos que se mueven en tiempo real para perder a los invasores en un laberinto. La primera gran pelea de Shaun, en un autobús urbano de San Francisco, disimula sus manipulaciones por computadora. El bosque de la aldea Ta Lo recuerda la idealización de la naturaleza en “Princesa Mononoke” (Hayao Miyazaki, 1997), pero olvídese de la magia. Esto es solo un ejercicio de apropiación más amable. Es homogenización.

“Shang-Chi y la Leyenda de los 10 Anillos”
(Shang-Chi and The Legend of The 10 Rings)
Duración: 2 horas, 2 minutos
Clasificación: * * (Regular)