Qué difícil debe ser para vos verte en el espejo y pensar que no sos suficiente para nada ni nadie. A veces sin fundamentos. De vez en cuando, hay situaciones y personas que lo confirman. No permitís que otros sepan lo que sentís, lo que pensás, lo que vivís. Has construido una muralla de 200 metros de alto y quizás estás cómodo así.
A vos tampoco te gusta sentir lo que sentís. No te gusta pensar lo que pensás. No te gusta vivir en un sube y baja emocional infinito que si deja de funcionar alguna vez, te destruye. Tratás de hacer mil cosas para distraerte. Pero el odio propio vuelve y te patea. Se ríe de tus esfuerzos.
Gritar no es suficiente. Ya has llorado inconsolablemente hasta no poder más, por días continuos. Todo parece regresar a la normalidad, pero no. Los pensamientos y las voces vuelven y gritan que no sos suficiente, que te odiás y que nadie te podrá querer.
No querés que nadie sepa, porque sentirse así no es «normal» y si está fuera del marco, serías estigmatizado. No querés y no debés. Tenés que pretender que sos el mejor para no sacar a relucir que te detestás. Entonces tus actitudes se traducen en altanería y falta de humildad y sos odiado por los demás. Perfecto, lo que querías.
Es indescriptible sentir que siempre habrá un remplazo para vos. Que solo estás de paso en la vida de la gente y que no sos especial. Duele y es inevitable. O que medio mundo te odia solo por el hecho de existir.
Y que sufrís ataques de pánico. Que no querés salir de tu casa, porque socializar te da miedo. Que todos los días hacés un resumen de las cosas que peor hiciste en el día. Que de noventa buenos comentarios, leés uno que dice que sos estúpido y te creés ese. Que esto es un estilo de vida inevitable y constante.
Tranquilo. Vos y yo somos los mismos. Hay gente que te ama y que sabe valorarte. Hay alguien que te dice “Ojalá te quisieras como yo te quiero”. Hay alguien que te espera con los brazos abiertos. Y si no lo hay, estás vos. Te juro que eso es más que suficiente.