En pantalla

Matt Damon se da la “Pequeña Gran Vida”
Fotograma: Downsizing

La mano ligera del director Alexander Payne, permite que tragedias reales se inserten en la comedia, infundiéndole una corriente subterránea de pesadumbre.

A lo largo de su carrera, el director Alexander Payne se ha distinguido como un humanista. No es casualidad que entre las seis nominaciones al Óscar que ha cosechado en su carrera, las dos estatuillas que se ha ganado sean por los guiones de “Sideways” (2005) y “The Descendants” (2011). Su capacidad para dramatizar los conflictos internos de sus protagonistas y replicar el ritmo de la vida misma, lo delatan como un cineasta de sensibilidad novelesca, en el sentido positivo de la palabra. Sus películas, ancladas en personajes específicos, contienen multitudes.

Con “Pequeña Gran Vida”, Payne se aleja del realismo que ha favorecido hasta ahora, montándose en las alas de un argumento de ciencia ficción: preocupados por la explosión demográfica del mundo, científicos suecos desarrollan un procedimiento médico que permite reducir a los seres humanos a una decena de centímetros. Con el tiempo, la tecnología se mercadea como un nuevo estilo de vida. Experimentamos este mundo distorsionado a través de la experiencia de Paul Safranek (Matt Damon) y su esposa, Audrey (Kristen Wigg). Son la típica pareja de clase media, varados a medio camino hacia el elusivo sueño americano. Al descubrir que sus modestos ingresos se traducirán en una vida digna del 1%, los Safranek deciden dar el paso que los convertirá en pequeños millonarios. No saben que el mundo que les espera se parece mucho al que pretenden dejar atrás.

Si la premisa le recuerda a “Los Viajes de Gulliver”, no es una casualidad. Payne se convierte en un Jonathan Swift para nuestros tiempos. De la misma manera en que la reciente “madre!” (Darren Aronofsky, 2017) usaba como trampolín la preocupación por el medio ambiente, “Pequeña Gran Vida” se apropia de esta agenda para usarla como pasaporte hacia una sublime sátira social sobre las aspiraciones humanas en Estados Unidos – y por extensión -, en el mundo entero, en la medida en que estas se dispersan y superan fronteras. La tecnología misma es incontenible. Pronto, otros países la usan para empequeñecer a disidentes y enemigos del status quo. Paul se queja porque sigue habitando la casa donde creció. Uno de los incentivos para empequeñecerse, es que podrá pagar por una monstruosa mansión, tan de moda antes de la explosión de la burbuja inmobiliaria. No en balde eran conocidas despectivamente como “McMansions”.

Bajo su plácido clima controlado, el mundo empequeñecido es tan desigual como el nuestro. Christoph Waltz es hilarante en el papel de Dusan, un bribón que ha hecho una fortuna en traficando artículos de lujo “reducidos” para satisfacer las demandas de los nuevos ricos. “¡De un puro Cohiba puedes sacar 50!” – dice balanceando la incredulidad con la felicidad. Waltz presenta una deliciosa caricatura de euro-basura. Después de una fiesta épica en su departamento, Ngoc Lan (Hong Chau) entra en la vida de Paul, como una afanadora más en el equipo de servicio doméstico que llega para borrar los vestigios del bacanal. Por un fugaz reporte televisivo, sabemos que en el mundo de tamaño real, es una activista de derechos humanos vietnamita, reducida a la fuerza por las autoridades de su país. Es la única sobreviviente de un grupo de ilegales que trataron de introducirse en el paraíso de los reducidos ocultos en la caja de una televisión. La mano ligera de Payne permite que tragedias reales se inserten en la comedia, infundiéndole una corriente subterránea de pesadumbre.

Ngoc Lan es una creación brillante, que eleva la película a un plano superior. Conceptualmente, el personaje corre el peligro de convertirse en el representante “mágico” de una minoría, que solo existe para ayudar a que el protagonista blanco se convierta en un mejor ser humano. Ngoc Lan le enseña a Paul cosas que no conoce, pero Payne se toma el trabajo de construir a una persona reconocible. Tome nota de la escena en una iglesia evangélica, donde sus lágrimas no se toman a la ligera, aunque el hombre vea con extrañeza las emotivas reacciones de los demás feligreses. La actriz tailandesa Hong Chau asume la carga emocional de la película en un puñado de escenas brillantes. Damon es sólido como el proverbial hombre común, pero “Pequeña Gran Vida” realmente le pertenece a ella. Es una actuación milagrosa. Tiene que verla para creerla.

“Pequeña Gran Vida”
(Downsizing)
Dirección: Alexander Payne
Duración: 2 horas, 15 minutos aprox.
Clasificación: * * * * (Muy Buena)

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