No sé cuántos días llevamos en cuarentena, hace mucho que dejé de contar. España ya hace un par de semanas empezó a relajar el confinamiento, ya se nota como poquito a poco empezamos a tener mejores noticias en cuanto al número de infectados y fallecidos debido a la covid-19; en teoría deberíamos estar más tranquilos y seguros, pero no puedo estar más lejos de la realidad. Mi realidad está a 8000 kilómetros de aquí, en Chinandega.
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Las noticias de los últimos días que nos llegan de Nicaragua son terribles. Dice el dicho que no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar, y en el país parece que el Gobierno le invita a sumarse a la lista de desgracias con las que tiene que lidiar la población día a día.
Me consta que comerciantes, enfermeras, vendedores ambulantes y un largo etcétera empiezan a dejar de trabajar bajo la incertidumbre de futuro. Sálvese quien pueda; mi Chinandega está desprotegida, Nicaragua entera lo está y no hay una fórmula mágica que se asome para frenar el desplome que se avecina.
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La pandemia ya empezó a golpear a las familias nicaragüenses y es inútil esconderlo o negarlo. A día de hoy muchos de nosotros ya conocemos casos sospechosos de coronavirus en Nicaragua que no están en la lista del MINSA… y de fallecidos ni hablar, sólo en Chinandega durante los últimos días hemos visto cómo hacen entierros expreés durante la noche o la entrega de ataúdes sellados con orden de enterrar de inmediato.
Nicaragua no ha terminado de salir de una plaga cuando ya tiene otra encima; todo es injusto. ¿Cuándo mi país va a poder vivir tranquilo? Qué dolor mi Chinandega.
*Este texto es parte de la serie CróNicas, publicada en la Revista Niú, a partir de este 16 de marzo, sobre las experiencias y reflexiones de cómo los nicaragüenses en el exterior viven las medidas de confinamiento tomadas por cada Gobierno. Desde finales del mes también publicamos crónicas de nicas en cuarentena en Estados Unidos. Te invitamos leer más testimonios en este enlace.