Aquella tarde la adrenalina no lo dejaba en paz. Ahí estaba metiéndose en la nívea camisa, en el frac estilizado, poniéndose la pajarita negra. El cabello engominado y la barba hecha. Listo para una noche de glamour y tensión. Pero en realidad vestido de nerviosismo. En unas horas su nombre aparecería en las pantallas de decenas de millones de televidentes y él solo pensaba que si le daban el Óscar se iba a desmayar. O caerse al bajar las escaleras. Tremendo espectáculo. Aquella tarde contrató una limosina y junto con los colegas que le apoyaron en la realización de La Parka, Gabriel Serra se enrumbó al 6801 de Hollywood Boulevard, donde cada año se celebra la ceremonia de entrega de los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Iban bebiendo mezcal. De alguna manera había que domar la maldita ansiedad.
“Fue un momento muy bonito, pero muy estresante”, recuerda Serra, el cineasta de 33 años que llenó de expectación a Nicaragua por su nominación al Óscar en la categoría de mejor corto documental. Aquella noche la anhelada estatuilla no quedó en las manos del nica, que se libró de caer desmayado y tropezarse en las escalinatas del Dolby Theatre.
“Perder me desilusionó, porque soy competitivo”, afirma. “Uno quiere ponerse humilde y dice “ya llegar aquí es una gran cosa”, pero cuando estás allí, con toda la prensa, ver a tus contrincantes en la misma categoría, que también son competitivos, es un ambiente feo en ese sentido. Cuando vos ves todos esos artículos positivos, cómo el público recibió la película, decís “sí hay una posibilidad muy grande de ganar”. Entonces perder me entristeció”, admite Serra.
No se trata de falsa humildad. En realidad Gabriel Serra es un ganador en un país donde la producción cinematográfica está en pañales, con poco apoyo oficial y del sector privado y un público secuestrado por el cine más comercial. No es poco ser el primer cineasta nicaragüense en ser nominado a un Óscar. ¡Y tan joven! Es el premio a una entrega total al cine, arte del que se enamoró en el Centro de Capacitación Cinematográfica del Centro Nacional de las Artes de México, donde Serra se abrió a un mundo fascinante que, dice, lo “maravilló”.
De ese viaje de ocho años salió La Parka, pero también mucho conocimiento, experiencias, contactos, ideas que el cineasta ha ido convirtiendo en proyectos. Todo ese bagaje, dice Serra, es su aporte a Nicaragua. Está entregado a la enseñanza a través de talleres, donde él comparte su experiencia, pero también invita a otros colegas para enseñar a nuevos realizadores. Su meta, dice, es educar sobre cine, pero también desarrollar el arte audiovisual en la región. Le gustaría, por ejemplo, sentarse con un gerente de los grandes grupos económicos del país para explicarle su idea de desarrollar una industria cinematográfica en Nicaragua. “Ellos pueden aportar al desarrollo de este país sin que sientan que están colaborando en una obra social”, explica.
Serra está en un momento de intensa producción. Trabaja en un largometraje y en la producción de “Walter”, una película que narra la vida del cantautor Alejandro Mejía y su convivencia con el Síndrome de Tourette, un trastorno neuropsiquiátrico, que ha definido las relaciones de Mejía con su padre, amigos, esposa e hija. Con esta película, Serra quiere documentar la vida y obra de Mejía, concienciar sobre el síndrome, pero también que “la gente pueda pensar cuál ha sido el Walter en su vida, porque todos tenemos uno”.
Esta tarde fresca de mediados de noviembre acompañamos al cineasta a grabar una exposición y concierto de Mejía, en un desvencijado centro cultural del barrio Santa Ana, de la capital. Mientras Serra coordina todo para la grabación, con su figura larga y desgarbada, vestido con un bluyín desteñido y en camiseta, se le veía satisfecho consigo mismo. “Hago cosas que me gustan”, dice. “No sigo el estereotipo de mis amigos, de mi generación, que tienen hijos, carros, casas. Yo no tengo nada de eso. Para mí lo más importante no es solo mi profesión, que es mi pasión, sino hacer cosas que puedan permitirme cambiar el mundo, hacer reflexionar a los demás sobre cosas que no están bien en este mundo”, explica.
¿Cuáles son las aspiraciones de este hombre tan satisfecho? “Espero seguir con esta pasión, con esta frescura, con esta locura. Para mí es fascinante poder dedicarme a esto y estoy muy orgulloso de que vivo bien, duermo tranquilo, no le debo a nadie, hago lo que me gusta, estoy enamorado, mi familia está bien. Para mí eso es estar bien, eso es vivir en este mundo”.
¿Qué podemos esperar de su producción cinematográfica? “Mi aportación es hacer política desde el cine y creo que lo estoy consiguiendo. Estoy en un momento en el que estoy asumiendo proyectos más grandes. Estoy haciendo un largometraje. Quiero seguir así, pudiendo llegar a los 60 años cosechando películas y proyectos que hagan reflexionar a muchas personas en el mundo”.