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Mi padre me dio el mejor regalo que se le puede dar a un niño: una infancia feliz. Ha sido compañero, confidente y cómplice.
Mi padre me dio el mejor regalo que se le puede dar a un niño: una infancia feliz. Recuerdo nuestros paseos al parque para andar en bicicleta. Él se sentaba en una banca a leer el periódico, me decía que esperaba mi reporte en diez minutos y me dejaba ir, confiado en que solo daría vueltas a su alrededor… Pero en realidad yo me iba de gira por las calles de Masaya, pedaleando en mi bici rosada a toda velocidad mientras sorteaba carros, motos y peatones. Después volvíamos a casa. Sanos y salvos. Solo éramos un padre y su hija de ocho años regresando de una tarde de aventuras.
Si en nuestra vida la presencia o ausencia de nuestros padres nos marca, la presencia de mi papá ha sido realmente clave para mi hermano y para mí. Su responsabilidad y cercanía son dos características destacables, pero él ha ido más allá. Ha sido compañero, confidente y cómplice. Nos contaba chistes y anécdotas, nos ponía apodos graciosos, nos cantaba, nos bailaba, jugaba con nosotros y nos mimaba mucho, quizá demasiado. Y lo mejor es que… ¡Todavía lo hace! Me atrevo a decir que mi padre nació para ser padre.
Sin embargo, además de padre, ha sido un personaje de novela. El niño criado en el campo, el menor de tres hermanos varones convertido en un chavalo tímido interesado en la poesía y la actuación, el joven flacucho que por azar termina estudiando Economía, el hombre de paz que huyó tanto de la guerra que terminó vestido de militar y cargando un rifle oxidado en los cortes de café, el recién casado rechazado por sus suegros, el sobreviviente de tres graves accidentes de tránsito y de la extirpación de uno de sus riñones, el bodeguero que con años y años de trabajo se vuelve empresario.
Una vez encontré en una librería un libro llamado Mi padre y yo del escritor británico J.R Ackerley. Lo compré sin pensarlo aunque ni siquiera sabía quién era J.R Ackerley. Y lo leí con gran interés con la vaga idea de algún día escribir algo similar. Pero, ¿qué diría de mi papa? ¿cómo condensaría en unos cientos de páginas su vida y su enorme influencia en tantos aspectos de mi existencia? ¿con qué palabras expresar nuestras sorprendentes similitudes y aún más impactantes diferencias? Y, principalmente, ¿qué título le pondría? ¿cuál de sus frases célebres resumiría el contenido? Ya sé. Aquella que suelta cada cierto tiempo cuando nos encontramos ante alguna dificultad: “en la vida hay que saber caminar para hondo (lo complejo) y para plano (lo sencillo)”. No se diga más, papa, ahí está: Mi padre y yo, la vida en hondo y en plano.