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Llegó el momento en que mi jefa me dijo que lo sentía mucho, que tenían que despedirme, que se esperaba el cierre oficial de bares y restaurantes y no podían asumir el gasto
Trabajo de camarera, ubicado casualmente frente al Hospital Clínico de Barcelona. El jueves de la semana pasada suspendieron las clases, ya me esperaba que las cosas no irían bien. Las enfermeras y médicos del Clínico no hacían muy buena cara, algunos comentarios no eran alentadores de que esto no fuese a pasar rápido.
Me sentí angustiada, por un lado, que llegara algún cliente con coronavirus y pillarlo ahí; por otro lado, quedarme sin trabajo. Cosa que no llegó muy lejos. El viernes tuvimos una decadencia en la faena increíble, un lugar donde la hora de la comida es muy concurrido y hasta hay cola de espera. Ese día servimos como máximo 10 comidas, fueron unas horas largas y llegó el momento en que mi jefa me dijo que lo sentía mucho, que tenían que despedirme, que se esperaba el cierre oficial de bares y restaurantes y no podían asumir el gasto. Pues nada, me fui a casa sin saber cuándo voy a poder solicitar el paro –la prestación por desempleo–, ya que las páginas web están cerradas; tampoco podría empezar a buscar trabajo.
Aquí estoy en mi casa con mis dos hijos tratando de que la ansiedad no nos gane, tanto a ellos como a mí. Tengo que tener mi mejor cara para no angustiarlos; son dos niños muy movidos que no están acostumbrados a pasar mucho tiempo en casa, van cada día al colegio, al parque y a un casal, un centro que existe en el barrio en el que hacen actividades para los niños donde también reciben educación emocional, una manera de apoyar a los padres que no podemos recoger a los niños a la hora de salir de clases.
La Shelly, mi hija menor, me ayuda a cocinar, le encanta hacer tortillas; el Brandon mi hijo mayor, ayuda en lo que puede, y pues pasamos el día viendo Netflix, haciendo deberes que mandan los profesores vía email, inventando juegos, haciendo vídeos de los niños cantando, tratando de sobrellevar este encierro, que a mí particularmente me llena de ansiedad. Solo esperamos que la gente sea responsable y de esta manera logremos parar la propagación de este virus. En Nicaragua, mis hermanas y hermanos siempre están pendiente de cómo estamos, pidiéndonos que nos cuidemos y pues yo les pido lo mismo. Seguimos confinados hasta nuevo aviso.
*Este texto es parte de la serie CróNicas, publicada en la Revista Niú, a partir de este 16 de marzo, sobre las experiencias y reflexiones de cómo los nicaragüenses en España viven las medidas de confinamiento tomadas por el Gobierno español. Te invitamos leer más testimonios en este enlace.