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La odisea de los nuevos migrantes nicaragüenses
Personas esperan entrar a las oficinas de Migración y Extranjería en Managua. Al fondo, otra fila dentro de las instalaciones. Carlos Herrera | Niú

Desde hace casi dos meses, a diario, las oficinas de la Dirección General de Migración y Extranjería reciben a cientos de nicaragüenses solicitando pasaportes y visas de menores

     

A las seis de mañana la fila para entrar a la Dirección General de Migración y Extranjería ya se extiende por más de cuatro cuadras afuera del edificio. A esa hora, el tráfico está paralizado y los negocios enfocados en trámites migratorios, tienen más de una hora de estar trabajando. Desde que inició la crisis en Nicaragua, todos los días son así.

«Esto no pasa ni en diciembre», dice un vendedor ambulante, mientras ofrece enchiladas a las personas que forman la fila que se alarga cada minuto que pasa. Es histórico. A las oficinas centrales de Migración, diariamente llegan alrededor de mil personas para realizar todo tipo de trámites. Para muchos, tener un pasaporte es el primer paso para la “libertad”.

Entre la violencia, el desempleo y la persecución política que se vive en el país, la desesperación colectiva aumenta. Familias enteras prefieren iniciar sus vidas de nuevo, antes que les sean arrebatadas por las balas. Para ellos, esa razón es suficiente para irse.

Las filas son divididas entre trámites de pasaporte, visas de menores y entrega de documentos. Todas inmensas. Entre la muchedumbre, el tiempo se vuelve pesado. Algunos esperan hasta un día completo para ser atendidos.

Poco a poco, esperar tanto tiempo se vuelve normal y las filas se convierten en lugares de convivencia. Las personas comparten alimentos, se ayudan a llenar formularios y crean nexos con personas que, probablemente, nunca volverán a ver. O quizás sí, pero en otro país y en otro contexto.

En el inciso E, 222, del informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se afirma que «el recrudecimiento y la prolongación de la violencia están conllevando a que un número considerable de personas y familias nicaragüenses estén tramitando sus documentos de viaje para migrar a países vecinos de Centroamérica». Según el informe, los movimientos migratorios se han aumentado hasta un 50%, siendo la mayoría para niños, niñas y adolescentes.

El informe cita un estudio de la la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (FUNIDES), donde se explica que la crisis en Nicaragua ha puesto en peligro entre 20.000 y 150.000 empleos, por lo tanto, muchas personas optarán por migrar como una estrategia de supervivencia y para la búsqueda de trabajo o mejores oportunidades de vida.

En las afueras de Migración hay historias duras. Como Martina y Lorena, dos jóvenes hermanas masayas de 24 y 26 años. Hace dos meses todavía trabajaban como artesanas en Catarina, la profesión a la que toda su familia se ha dedicado por generaciones. Orgullosas y sonrientes, cuentan cómo sus creaciones, a base de cerámica, eran llevadas a países europeos y cuántos halagos recibían de los turistas diariamente. La felicidad se gira rápidamente en tristeza. Desde hace cinco semanas el taller despidió a la mitad de su personal, entre ellos a Martina y Lorena.

Las personas forman la fila desde antes de las cuatro de la mañana. Cuando llegan cerca del portón, aseguran, ya llevan más de cinco horas esperando. Carlos Herrera | Niú

No es un secreto que Masaya ha sido asediada y golpeada por el régimen. «Nadie culpa a los tranques, uno les ayuda», cuentan. Después de entrar al desempleo se han dedicado completamente a preparar comida a los tranqueros y de vez en cuando, se van a asomar para medir el tamaño de las barricadas. Martina, la menor, mide menos de un metro y medio, para ella es divertido que varios muros de defensa son más altos que ella. Solo eso les ha quedado.

Sin embargo, ser madres solteras las obliga a partir. Ambas dejarán sus instrumentos de artesanas para trabajar como domésticas en el exterior. Dejan a sus hijos con miedo, pero sienten que es lo ideal por el momento. Levantarse de madrugada para sacar el pasaporte, dicen, es un sacrificio que vale.

Para llegar a Migración salieron de su casa a las tres de la mañana, pasaron por más de veinte tranques y lograron llegar a Managua tres horas después. Saben que si no son atendidas hoy, tendrán que quedarse acampando en los portones de la institución, no pueden hacer el viaje dos veces.

Desde hace semanas, la mayoría de oficinas departamentales de Migración y Extranjería fueron cerradas. Esto ha provocado que toda Nicaragua se desborde sobre en Managua. Como Martina y Lorena, muchos provienen de los lugares donde la represión ha sido más fuerte: Masaya, Jinotepe, Matagalpa y Estelí. «Yo no me quiero morir», repiten varios. Ese es uno de los sentimientos más comunes en la fila.

«En dos días ha venido más gente que en todo diciembre», aseguran los gestores de documentos que trabajan fuera de la institución. Cada día, expresan, llegan más personas que el día anterior. Carlos Herrera | Niú

Por esto como premisa, resisten. Resisten el sol y la lluvia, resisten el ayuno, resisten estar de pie por horas y resisten, a veces, que les digan que ya no pueden dejarlos entrar. La cantidad de trámites es abrumadora y a veces a la una de la tarde no pueden atender a más personas.

«Si no venís a las cuatro de la mañana te quedaste», sentencia un gestor migratorio en las afueras del lugar. Estos han sido testigos de cómo, de un día para otro, las filas comenzaron a doblar en las esquinas.

«Aquí la gente viene desesperada», remarca. El llanto de los bebés y las quejas de los ancianos son sonidos comunes en el sector. Según el gestor, las personas están tan «desesperadas» que pueden pagar hasta mil córdobas para comprar un lugar en la fila, pero hasta esos se acaban temprano. Como no todos pueden pagar, prefieren quedarse a dormir afuera del portón con rendijas azules, que ya es familiar para muchos.

Martha durmió la noche ahí. Tiene unos 20 años y es de Chinandega. Durante dos meses, ha visto cómo han asesinado, golpeado y apresado a varios jóvenes que veía por los pasillos de su universidad. Es tímida al hablar y cuando pasa una cámara cerca, se esconde con la carpeta donde tiene su documentación. Tiene vergüenza que sus compañeros de clase la miren y la acusen de cobarde.

  • Ilustración: Juan García. Niú

«Muchos de mis conocidos andan en las barricadas y yo ando buscando cómo salir del país, eso no está bien», lamenta. En la fila la tratan de convencer que está equivocada. Ella ríe apenada y cuenta cómo su madre le dio todo su salario para que ella se fuera a Costa Rica donde sus tías. «Me voy obligada», repite varias veces. La migración tiene rostro joven.

Adelante de Martha hay más de cien personas, detrás de ella unas quinientas. Será un día pesado para los trabajadores de Migración y Extranjería. Últimamente cierran los portones en la tarde, pese a que hayan personas esperando afuera. Los porteros tratan de explicar que por más que quisieran atender a todos, debido a la demanda de pasaportes les es imposible. Como a Martha la noche anterior, a varias personas les tocará dormir ahí.

Aún cerrando sus puertas temprano, a las seis y media de la noche todavía hay personas dentro del edificio esperando realizar sus gestiones. A esa hora, ese es el lugar más concurrido en Managua, que después de las seis, se convierte en una ciudad fantasma debido a la inseguridad de las últimas semanas.

La gente tiene miedo de ser baleada mientras duerme afuera de Migración. Recuerdan que ahí acampan niños, ancianos, embarazadas. «Si nos matan tratando de irnos, corriendo del peligro es porque ya nos tocaba», explica un anciano. Este es solo el inicio de la odisea de los nuevos migrantes latinos.

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