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La señora que le había vendido las cajetas a doña Gregoria, lloraba también desconsoladamente, tratando de hacerla respirar.
El joven David Sequeira (32), decidió emigrar a Estados Unidos en mayo 2021. Así que no tuvo más remedio que dejar en Nicaragua, con su exesposa, Joselyn Gaitán, a su pequeño varoncito de cuatro años, Javierito Sequeira. El 4 de agosto de 2021, Gregoria Polanco (57), la abuela del niño, salió con él a hacer un mandado. Cerca del Hospital “Conchita Palacios”, doña Gregoria, sin soltarle la mano a Javierito, se puso a esperar que pasase la ruta 117. Necesitaba ir por el sector de La Subasta, carretera norte de Managua. Pensó en sus problemas de hipertensión y más, andando en la calle. “Este bus ya se está retrasando mucho”, le dijo al niño, mientras compraba en la parada, un par de cajetas de coco para resolver por si le daba hambrita al niño más tarde. Las abuelas son así.
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Doblando en la rotonda del paso a desnivel Rubenia, Adolfo A. Gómez (56), conductor de la Ruta 117, se percató que la Policía de Tránsito estaba en un operativo de multas a motocicletas, autos, camionetas y tenían atollado el tránsito. Sonrió levemente. “Me voy a retrasar en el recorrido”, pensó, haciendo cuenta de lo que iba a ganar en las 4-5 vueltas que tenía que ajustar para ganar el salario mínimo diario. Precisamente, unos días atrás había hablado con algunos directivos de la Cooperativa Parrales Vallejos, a la que pertenecía la unidad que le habían asignado, sobre la necesidad de algunas revisiones mecánicas del bus a su cargo. Ya antes lo había hablado con el propietario de la unidad, sin resultados: “Estamos en tiempos fregados, no estamos ganando lo suficiente”, le había dicho el dueño del bus. “Vos decidís- le dijo a su vez uno de los líderes de la Cooperativa- ya sabés que son al menos dos días que no vas a trabajar si les hacemos esas reparaciones”. Dos días sin trabajar eran demasiado. “O te esperás, porque cerca de las fiestas patrias de septiembre, vamos a estar estrenando unidades nuevas”, le dijeron.
Ya Adolfo había oído que cerca de las elecciones del 7 de noviembre que se iban a celebrar en el país, el Gobierno iba a renovar toda la flota nacional de buses. Así la gente tendría fresca la imagen de mejoramiento e interés del Gobierno en los usuarios. Por eso, entendía que se estaban evitando las reparaciones, para no gastar de más. Adolfo decidió entonces esperar sin reclamar, mientras llegaban las unidades nuevas, repitiéndose a sí mismo: “Tengo que ganar 4-5 vueltas por día, para medio ajustar” Pero tampoco decidió tapar a como fuese, un pequeño hoyo que había notado en la tercera fila a la izquierda del bus. “Lo más que puede pasar es que se le prense el zapato a alguna vieja o alguna coqueta taconuda“, se dijo.
A paso lento, pasando el retén y los policías, que lo saludaron sin detenerlo, ya estaba llegando a la parada del Complejo Conchita Palacios. Las banderas de plástico nacional y partidaria que llevaba al frente del bus, ni siquiera hacían ruido por el viento, de tan lento que iba avanzando. Adolfo sabía que circulaba sin placas, pero, aun así, estaba seguro que los policías, igual que los inspectores del Ministerio del Transporte, no fastidiaban a la Parrales Vallejos, por sobradas razones.
Rosa Martínez Espinoza (42) iba de pasajera de la unidad 117, enojada porque se le había olvidado traer la mascarilla e iba a una oficina de préstamos cercana al mercado Iván Montenegro. Tenía un retraso de tres pagos y necesitaba hacer un arreglo por su mora. Se había metido a un grupo de mujeres de su barrio que conformaban un club de préstamo con esa entidad financiera. Todas eran fiadoras de todas. César, su marido, la había presionado por varios días que ingresara a ese grupo de solo mujeres, para conseguir ese dinerito. El día que se lo habían dado, César se lo quedó todo y Rosa ni las vueltas le vio, aparte del celular usado que César apareció usando. Pero era de buena marca. Sentada en la parte de afuera de la fila tercera, a la izquierda, del bus de la 117 en la que viajaba, Rosa, sin mascarilla, mascullaba todas sus vergüenzas con el grupo de mujeres, con la financiera y con su familia, que César le estaba haciendo pasar. Notó en el paso a desnivel de Rubenia, cómo el señor conductor del bus, se saludaba afectuoso con los policías que tenían embotellado el tránsito, despachando multas con las cuales ganan bonos extras. Y que poco a poco, ya iban llegando cerca del Conchita Palacios; dos paradas adelante, ella se iba a bajar, casi enfrente de la financiera. Al regreso, iba a tener una fuerte discusión con César, porque le había visto unos chats raros con un par de mujeres del barrio, en el celular que ella estaba pagando. Eso no podía ser.
Al fin el bus se detuvo en la parada del Conchita Palacios. Empujándose unos a otros, hombres, mujeres y niños se disputaban ser los primeros en subir. Doña Gregoria subió de última, sin soltar al niño, pero el pasaje que había apartado se le había confundido en su pequeño bolso de mandados al pagar las cajetas. Preocupada que el niño no fuera cerca de la puerta mientras ella pagaba, le dijo al niño, siempre conduciéndolo de la mano: “A ver, Javierito, sentate allí, con la señora”. Rosa Martínez, mordiéndose los labios en su enojo que también iba masticando en su burbuja de preocupaciones, giró hacia afuera sus piernas, para darle pasada al niño al lado de la ventana, pues ya se tendría que bajar en la financiera. No recordó en ese momento que ella se sentó a la orilla del asiento porque vio que el piso del bus estaba roto frente a ese asiento. Javierito entró, alegre porque iba a ir en la ventana.
David Sequeira en Estados Unidos, recibió el cuatro de agosto de 2021, la más apabullante llamada que jamás podría haberse imaginado recibir. Algo de su niño, Javierito, la ruta 117 de la Parrales Vallejos, de su suegra y de su exesposa, un hoyo en el bus, elecciones de noviembre, banderas partidarias, algo así. Joselyn sintió ella misma hundirse en un abismo sin fin con la noticia. Gregoria su madre, también estaba hecha añicos, desbaratándose del llanto, casi no hablaba en la línea telefónica. Adolfo al primer instante, no comprendía los gritos de la gente pidiéndole que se detuviera. Apesarado y temblando, acompañó a la abuela y a los pasajeros espantados y que levantaban sus manos al cielo, a sacar el cuerpecito de Javier, de debajo del bus. Algunos de los policías del paso a desnivel, llegaron rápido cuando les avisaron del accidente. Pusieron un carril de protección y otro para que el tránsito no se detuviera.
La señora que le había vendido las cajetas a doña Gregoria, lloraba también desconsoladamente, tratando de hacerla respirar.
En la casa donde despachan la Presidencia y Vicepresidencia del país, junto con personeros de la Alcaldía de Managua, giraron de inmediato la orden, de dar salida de aduanas a los nuevos buses que renovarán la flota del país.
*Este texto fue publicado también en el blog del autor: Día-Logos