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Mujeres que brillan en el mundo médico

Ilustración: Olga Sánchez | Níu

Tres doctoras nicaragüenses han logrado con perseverancia y dedicación ubicarse en puestos importantes en hospitales y escuelas de prestigio en Estados Unidos. Mecker Möller, Marcela Del Carmen y Claudia Martínez han demostrado voluntad y resiliencia para navegar el duro camino de ser mujer, médico y migrante.

Aunque las mujeres han hecho aportes fundamentales a la ciencia médica a lo largo de la historia, hasta ahora son reconocidos sus méritos y esfuerzos. Según las estadísticas de la Asociación Americana de Colegios Médicos (AMCC, por su siglas en inglés) la mitad de los estudiantes que ingresan a las escuelas de Medicina son mujeres. No obstante, aún queda un largo camino por recorrer para ubicarse de manera igualitaria en puestos importantes dentro del esquema de los centros de salud e investigación.

Estas son las historias de tres jóvenes mujeres que han logrado sortear los obstáculos y desempeñarse en lo más alto de la medicina estadounidense.


Mecker Möller: Una cirujana oncóloga polifacética

Fuera del quirófano, es esposa, madre y poeta

Cuando era niña Mecker Möller soñaba con descubrir la cura contra el cáncer. Vio a su abuela materna sufrir a causa de un melanoma y fijó en su cabeza la idea de ser cirujana y ayudar a quienes padecían esta enfermedad.

Pero muchos años antes de ser una exitosa cirujana oncóloga de la universidad de Miami (UMiami), la pequeña Mecker vivía en Matagalpa soñando también con ser artista. Su familia paterna de ascendencia danesa y su familia materna nicaragüense, fortalecieron su interés por las ciencias y las artes, y la motivaron a destacarse en ambos campos durante su educación en el colegio San José. “Recuerdo la neblina en las mañanitas, el frío, los actos del colegio, me gustaba mucho actuar, era un mundo muy lindo, lleno de magia”, recuerda Mecker.

| Cortesía | Níu

“Desde muy chiquita yo quería ser cirujana, no solamente médico, sino cirujana. Me encantaban las ciencias y eso me motivó mucho, a estar siempre en el área de la biología. Pero también escribía poesía y ganaba concursos de declamación”, rememora.

Mecker es ahora profesora asociada de cirugía oncológica en la UMiami y lidera dos exitosos programas de intervención especializada para pacientes de cáncer. Salió de Nicaragua a los once años hacía Venezuela, durante el conflicto armado en los años 80. Su abuelo paterno fue un preso político y eso empujó a la familia al exilio. En Venezuela, cursó sus estudios de secundaria, pero siempre se mantuvo latente su anhelo de regresar a su país natal.

En 1991, Mecker regresó a Nicaragua directo a la Universidad Nacional Autónoma de León a estudiar Medicina General. Durante ese tiempo, además de sumergirse de lleno en la investigación, también cultivó sus habilidades artísticas. Al final de la carrera, recibió una beca en la Universidad de Valladolid en España para analizar la relación entre genética y cáncer.

“Después de esa beca yo me di cuenta que tenía que salir de Nicaragua, porque ahí no existe la especialidad de cirugía oncológica. Me fui a los Estados Unidos a iniciar todo el proceso de validar mi título. Y aquí es difícil porque cuando uno no está trabajando de médico te toca trabajar cualquier otra cosa para sobrevivir.”, cuenta Mecker.

Aún con las altas tasas de competitividad de la educación médica en Estados Unidos, en el año 2000 Mecker logró entrar a la Universidad Estatal de Michigan para especializarse en cirugía. Después de seis años allí, hizo otros tres años en la Universidad del Sur de la Florida, en Tampa, donde recibió su título de cirujana oncóloga.

Desde 2009 ingresó a la escuela Miller de Medicina en la UMiami, donde ha ido escalando posiciones, tanto en el área clínica, como en el área de investigación.

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“Aquí he logrado hacer dos cosas de la que estoy muy orgullosa: el tratamiento de cáncer peritoneal, que son los cáncer de cavidad abdominal. Tenemos aquí uno de los pocos centros que hace este tipo de procedimientos y la creación de una nueva clínica multidisciplinaria de melanoma que abrirá el próximo año”, indicó la doctora.

Su rutina de trabajo, incluye realizar tres veces por semana operaciones que duran un promedio de doce a catorce horas. Cuando está fuera del quirófano hace rondas para monitorear a los pacientes del centro.

“Hay algo que no tiene precio y es cuando le decís a la familia que le lograste quitar el cáncer a ese paciente, que tal vez es una mamá que tiene dos niños. En ese momento vos sentís que tu nombre no importa, lo que importa es lo que hiciste, es una satisfacción muy linda. Pero es muy triste también cuando los pacientes me llegan con cáncer muy avanzados y no puedo hacer nada, es duro, o cuando estás en el quirófano y encontrás tumor en áreas donde no podes quitarlo”, relata Mecker.

Fuera del hospital, la doctora Möller es esposa y madre de una niña de dos años. Aún con todas sus responsabilidades laborales y familiares, siempre le queda tiempo para cosechar el arte. Su poesía ha sido publicada en antologías a nivel latinoamericano y su próximo proyecto apunta a la creación de un libro de poemas en inglés y español.

“He logrado lo que he querido hacer desde niña. Claro que no sabía cómo era el camino, yo me miraba como en las películas operando y también en Hollywood”, bromea Mecker.

“Yo quería conocer el mundo y ha sido una oportunidad porque mi carrera me ha hecho ir a conocer el mundo. También siempre me ha gustado escribir y lo estoy haciendo”, dice orgullosa la doctora Möller.

Yo nací para ser médico, es mi vocación y mi destino

Marcela Del Carmen: directora médica del hospital de Harvard

Marcela Del Carmen se recuerda a si misma de niña caminando por las calles de Jinotepe de la mano de su abuelo, el doctor Carlos Amaya. Recuerda a la gente saludándole y agradeciéndole por haber curado a algún familiar pero sobre todo rememora la manera en que su abuelo agradecía con sencillez los gestos de sus pacientes. Eso la marcó de por vida, y la llevo a enamorarse de la medicina. Para ella es una vocación vinculada inexorablemente a su manera de concebir el mundo.

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Nacida en Managua pero criada en Carazo, Marcela pasó sus primeros diez años de vida en Nicaragua, acuerpada por una amorosa familia. Bajo el ejemplo de su abuelo, descubrió la capacidad de los doctores de salvar vidas y su interés con la Medicina crecía enormemente.

Sin embargo en 1979, con solo diez años de edad, Marcela, sus padres y hermanos tuvieron que dejar el país de manera súbita, debido a la guerra. Se asentaron en Seattle en el Estado de Washington, en Estados Unidos. Posteriormente se trasladaron a Miami.

Siempre con el empeño de ser médico, al graduarse de la secundaria, Marcela logró ingresar a la Universidad John Hopkins, la misma en donde estudió su principal referente, su abuelo.

“Yo nací para ser médico, es un estilo de vida, es mi virtud, es mi vocación y mi destino. Desde que tengo uso de conciencia siempre tuve un gran interés, por la cercanía con mi abuelo. De todos sus nietos la única médico fui yo”, expresa la doctora.

Aunque desde muy joven se perfilaba para especializarse en cirugía, la experiencia de vivir con un paciente de cáncer, y recorrer junto a él todo el proceso la motivó a interesarse por la oncología.

En su primer año de Medicina en John Hopkins, conoció a Claudia Chamorro y su hijo Tolentino Bárcenas, un joven paciente de leucemia. Rápidamente, Marcela se apegó a la familia y pasaba largas temporadas con ellos.

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“Para mí se convirtieron en una familia adoptiva y recuerdo cuando lo llevaban con el oncólogo, lo vi del otro lado y vi la diferencia y la dimensión que puede hacer un oncólogo en la vida de un paciente, eso para mí fue una experiencia muy importante y me quedaba claro que ese era mi llamado”, asegura Marcela quien encontró un punto de unión entre la cirugía y el tratamiento de cáncer en la ginecología oncológica.

Después de terminar Medicina General se especializó como gineco-obstetra también en John Hopkins y en el Hospital General Massachusetts (MGH por sus siglas en inglés), como gineco-oncóloga. Posteriormente estudió una maestría en salud pública en el mismo centro, que forma parte del ala médica de la prestigiosa Universidad de Harvard.

Actualmente es una de las directoras médicas del hospital y tiene a su cargo 1200 doctores. Reparte sus labores administrativas con horas de quirófano y atención clínica.

“Salgo de mi casa a las cinco y media, y llego como a las nueve de la noche. La vida de un médico es abnegada por decisión propia para poder lograr su vocación. Cuando uno logra salvar un paciente uno anda como caminando en la nubes, la familia lo único que ve es que uno no está en la casa, no se alimentan de esa droga que es adictiva para el médico”, indica Marcela.

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“Lo vale porque a pesar de todos los cumpleaños que te perdés, de todas las navidades que no pasas con tu familia, de las noches largas hay una conexión espiritual con los pacientes, ellos te dan más de lo que uno como médico les da, uno se conecta con la gente. A veces tengo días pesados y días tristes, pero de alguna manera, lo que yo doy lo he recibido tres veces, a través de los pacientes”, agrega.

A pesar de haber vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos, con 47 años, Marcela asegura que se siente más nicaragüense que nunca. Visita el país dos o tres veces al año por vacaciones y otras dos veces como parte de programas médicos en el Hospital Bertha Calderón y el Hospital Oscar Danilo Rosales, de León. Ese proyecto incluye apoyo en la formación de residentes de ginecología y obstetricia de las universidades nicaragüenses.

“Siempre mis padres estuvieron muy conscientes de que ante todo éramos nicaragüenses y cultivaron que no perdiéramos esa conexión y es importante para que uno no pierda el amor por su patria”, declara Marcela.

En el MGH, la doctora Del Carmen es una de las cirujanas más respetadas, por su capacidad médica y por su vocación de enseñanza, pues además forma parte del staff de profesores para la especialidad de ginecología oncológica. Es también parte del Consejo de admisiones de esa facultad y es una de las pioneras en la investigación sobre cánceres poco inusuales en los ovarios. Sin embargo, ella desde el principio asegura que le gusta que sus pacientes solo la llamen Marcela.

“Todos mis pacientes me llaman por mi nombre, el llevar el doctor te separa del paciente no me gusta usar los títulos. Quiero seguir ejerciendo y operar, pero también quiero seguir contribuyendo en el campo de investigación y representar a los grupos minoritarios. En estos tiempos políticos que estamos viviendo y toda la polémica que se ha dado en contra de los latinos me gustaría dejar como mi legado, la contribución a los avances médicos”, dice Marcela.

“Para mí este es mi llamado sagrado”, sentencia la doctora.

Claudia Martínez: cardióloga de intervención

Mi ilusión es contribuir con Nicaragua”

La curiosidad es la madre de todos los talentos y para la nicaragüense Claudia Martínez su interés por saber cómo se desarrollaban las enfermedades y qué formas podía encontrar para curarlas resultó en una pasión indetenible por la Medicina. Con 32 años de edad, Claudia es profesora asociada de cardiología de la UMiami y especialista en cardiología de intervención.

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Creció y cursó primaria y secundaria en Nicaragua. A los quince años se trasladó a Guadalajara, México, para estudiar Medicina General, siguiendo los pasos de su abuelo, el doctor Alejandro Martínez Urtecho, que también estuvo en esa universidad.

Posteriormente se trasladó a Nueva York a culminar su preparación y fue ahí donde descubrió sus intereses por todo lo relacionado al corazón y el sistema cardiovascular.

“Me di cuenta que la mayor parte de las enfermedades tenían alguna relación el corazón y que era la especialidad que iba a ser más completa para mi estilo de vida. Como médico todo mundo venía y le preguntaba al cardiólogo si podía o no podía hacer tal procedimiento. Además la cardiología es una especialidad bien dinámica, hay procedimiento invasivos y no invasivos, uno está moviéndose siempre y va mucho con mi personalidad”, manifiesta Claudia.

Entre horas de clínica, horas de clases y proyectos de investigación, a Claudia aún le queda tiempo para pensar en su natal Nicaragua. Reconoce que una de las razones por las que decidió trabajar en la UMiami es la cercanía que le permite con su país. De su trabajo, confiesa, lo único que no le gusta es que quisiera tener más tiempo para estar con su familia.

“Por lo demás me gusta todo de mi trabajo. Me gusta cuando veo pacientes en el hospital, cuando hago procedimientos. Me gusta contribuir a la información y estar compartiendo con los residentes porque me permite estar constantemente educándome, además de estar involucrada en la investigación. Mi ilusión de contribuir con Nicaragua, establecer colaboración con las instituciones nicaragüenses”, dice la doctora.

Las intervenciones que ella realiza en su día a día son sumamente complejas. Desde tratar con infartos, hasta limpiar las arterias para prevenirlos, así como determinar y corregir fallas congénitas en el corazón de personas adultas, pues usualmente estas no son detectadas a edades tempranas.

En muchos de sus procedimientos se realiza un acceso (herida) para introducir un catéter a través de una arteria o vena y por ellas llegar al corazón o al sitio a tratar. Entre los trabajos de investigación que realiza se encuentra la aplicación de la tecnología médica para que estas intervenciones sean más precisas y efectivas.

Constantemente, esta nicaragüense se involucra en equipos multidisciplinarios que intentan encontrar soluciones a enfermedades cardiovasculares. Recurren a fondos de apoyo a la investigación y parte de su tiempo libre lo dedica a escribir las propuestas.

En su vida privada, Claudia está casada y es madre de un niño pequeño. Todos los días antes del trabajo se encarga de alistarlo y llevarlo al jardín de infantes.

“Cuando salgo del hospital soy un ser humano, tengo hobbies, me gustan el arte, la fotografía, no soy solo una médica y ya, me gusta la interacción social. Paso tiempo en familia con mi hijo, mi esposo y mis padres cuando puedo”, asegura la cardióloga.


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