En pantalla

«Nadie sabe que estoy aquí» denuncia fantasía del éxito musical
Nadie sabe que estoy aquí

Nadie sabe que estoy aquí toma su título de una canción pop genérica, crucial en el desarrollo de la trama, que también hace alusión directa al aislamiento del protagonista.

En la primera escena de Nadie sabe que estoy aquí, Memo (Jorge García) deambula por una casa moderna y cómoda. La edición revela en ‘flashbacks’, fragmentos filmados en video de sus audiciones infantiles para programas de talento infantil en la TV. Tiene una voz privilegiada. Asumimos que ha tenido fama y fortuna, y que ahora mira hacia atrás desde el regazo del lujo. Esa presunción es parte del problema que la película explora con la precisión de un cirujano. La tiranía de la imagen puede desvirtuar el ejercicio del arte, y de paso, hacerle daño a los individuos que caen entre sus engranajes.

Memo no es el dueño de la casa, ni un cantante millonario. Invade este palacete para usar un jacuzzi y contemplar una vida posible, ahora fuera de su alcance. El acto de usurpar ha marcado su vida, y este siniestro, pero finalmente inocente ejercicio, es una manera de retomar control. Ser él el usurpador, al menos por una vez —o dos, o tres, o hasta que lo agarren—. Eso anticipa el tío Braulio (Luis Gnecco), con quien vive en un caserón desvencijado. Estamos en una pequeña isla en el Lago Llanquihue, en la región de Los Lagos, en Chile. Ahí, trabaja en la granja de ovejas. Ya no canta. De hecho, apenas habla. Los parámetros de su trauma se revelarán poco a poco, por la intervención de Marta (Millaray Lobos), una solícita vecina que trata de sortear la infranqueable barrera emocional que Memo ha construido a su alrededor.

El negocio del espectáculo es un juego de espejos. Algunas estrellas son construidas para encajar en estándares de belleza, sus historias de vida tratadas como materia prima para narrativas de éxito —y si el azar los lleva por malos caminos, de redención—. Podemos decir que esta misma película tiene su lugar en esa dinámica, pero cualquier acusación de oportunismo queda desactivada por su escepticismo manifiesto, fuerte propuesta estética y el mesurado control de la narrativa. Para excoriar el fenómeno, tiene que asumir algunas de sus formas.

Nadie sabe que estoy aquí, la canción

Nadie sabe que estoy aquí toma su título de una canción pop genérica, crucial en el desarrollo de la trama, que también hace alusión directa al aislamiento del protagonista. Es un tema en inglés, originado en un mercado hispano —los niveles de simulación y duplicidad parecen interminables—. La soledad que sirve de escape y protección a Memo se invoca en imágenes lapidarias. Una cámara aérea lo observa empequeñecido en medio de la naturaleza, pero al mismo tiempo, protegido. Un comentario incidental en el guion espartano hace alusión a los viajes al espacio. Marta le regala un muñeco plástico en forma de astronauta. Y varias tomas de botes surcando las aguas podrían voltearse 180 grados y pasar por naves rompiendo los cielos.

A pesar de sus traumas, Memo anhela el reconocimiento que le ha sido negado. Se viste con una camisa de lentejuelas que él mismo ha cosido, y simula cantar para una audiencia imaginaria. Que Marta lo sorprenda en medio de este acto privado, y que insista en tratar de establecer una amistad con él, habla de la nobleza de sus intenciones. Ella misma es una especie de artista: es diseñadora de ropa. Su casa llena de percheros, y visible arraigo en una provincia sugiere cierto rechazo al “carrerismo” que representaría un éxodo a la capital.

La trama eventualmente lleva a Memo a la gran ciudad. El giro de eventos abre nuevas oportunidades de explotar contrastes: las vistas del hotel que parece nave espacial con el paisaje provinciano; la desvencijada casa del tío Braulio y el enclave burgués que Memo gusta invadir; incluso, la apariencia del niño cantante y su rival.

He sido intencionalmente vago con los detalles de la trama, porque la manera en que las revelaciones obligan al espectador a reacomodar sus expectativas me parece crucial para el disfrute de este sólido debut del director Gaspar Antillo, quien ostenta un control magistral de los elementos estilísticos de su película. Consigue sólidas actuaciones de todo su reparto. Jorge García brilla en rol demandante. Está virtualmente en cada escena de la película, en un papel francamente monosilábico. El actor y comediante norteamericano, hijo de padre chileno, es mejor conocido por la serie de TV “Lost” (2004 – 2010). Es decir, pasa por chileno, pero no lo es.

“Nadie sabe que estoy aquí”
(Nobody Knows I’m Here)
Dirección: Gaspar Antillo
Duración: 1 hora, 31 minutos
Clasificación: ⭐⭐⭐ (Buena)
*Disponible en Netflix