Amor a primera visita
A mitad de marzo de 1976, Julio Cortázar, el famoso escritor argentino y miembro del Boom Latinoamericano, impartía un ciclo de conferencias en San José, Costa Rica. Tan cerca de Nicaragua, no pudo negarse a la invitación que los revolucionarios Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal le hicieron: conocer el archipiélago de Solentiname. Pisar suelo nicaragüense.
Finalizó la semana y con ella la jornada de cátedras. Junto al cineasta costarricense Óscar Castillo, Cortázar, Cardenal y Ramírez, abordaron una avioneta Piper Aztec un sábado por la madrugada. Volaron por los vientos ticos hasta un poblado fronterizo llamado Los Chiles. Cambiaron la avioneta por el jeep del poeta José Coronel Urtecho, quien los esperaba en el poblado.
Se trasladaron entonces a “Las Brisas”, la hacienda de Coronel a orillas del Río San Juan. El poeta nicaragüense, con sus juegos de palabras, conversaba con Cortázar de literatura, sobre Roque Dalton, de Carlos Martínez Rivas y otros autores. De allí viajaron en lancha directamente a Mancarrón, la isla más grande de todo de Solentiname. De largo pasaron el puerto de San Carlos y su control militar. Era un viaje clandestino.
A Macarrón llegaron en la noche. Ahí estaba la comunidad trapense que Cardenal había fundado. Siendo domingo, Cardenal festejó misa: leían y conversaban versículos de la Biblia con los habitantes de la isla, todos sentados en las bancas del templo blanco. Hablaban de la pobreza y la miseria de 30 monedas, de la traición de Judas a Cristo. –“El dinero es la sangre de los pobres”- dijo Doña Olivia, una habitante de la comunidad.
Cardenal agregó entonces que Somoza era dueño de una empresa que vendía plasma al extranjero llamada Plasmaferesis, la que se aprovechaba de la miseria de los mendigos. –“De ganancia líquida —comenta Cortázar desde la banca donde escuchaba— es un negocio vampiresco”. Comparaban la opresión de la Biblia con Somoza.
Cortázar conoció también los cuadros primitivistas que los campesinos de Solentiname hicieron en los talleres de pintura que Cardenal impartía en la isla. Le encantaron. Su viaje lo marcó para toda la vida. En esos tiempos de conspiración, un paraíso como esa isla, lo enamoró. Julio quedaría prendado de una Nicaragua, una Nicaragua Tan Violentamente Dulce, como luego la inmortalizaría en un libro.
En la década de los setenta, Nicaragua se desarrollaba económicamente bien, sin embargo, las riquezas estaban en pocas manos. Los Somozas gobernaban y monopolizaban los mercados, los automóviles, el Ejército -la Guardia Nacional-, todo… No obstante, Somoza nunca se enteraría que Julio Cortázar visitó aquella vez Nicaragua.
Motivado por la utopía
En su primer viaje, Julio conocería el rumor subterráneo de rebeldía que crecía en lo hondo del país. Rumor que 3 años después, cansado de la dictadura somocista, se alzaría en contra del régimen, lo botaría y haría la revolución.
Motivado por la utopía, deseoso de ser parte de ella, Cortázar vino a Nicaragua meses después del triunfo. Entró a Nicaragua con Carol Dunlop, su esposa, en el jet privado de Somoza. Tomás Borge, en ese entonces Ministro del Interior, le envió pasaportes nicaragüenses, debido a que en Panamá, donde se encontraban, les habían robado los suyos.
Estuvo presente en parte de la planeación de la jornada nacional de alfabetización. Formó parte de las mesas redondas que estudiantes y escritores hacían en la Universidad Centroamericana (UCA). Al año siguiente, varios de sus escritos conformarían el texto de dicha campaña.
Durante esos días de octubre, Cortázar aprovechó para acompañar a Sergio Ramírez a una entrega de títulos que la Junta de Gobierno realizaba en Siuna. Cortázar se volcó en apoyo al país y a la revolución, mediante todos los medios posibles.
Volvería a Nicaragua con suma frecuencia en los siguientes años. Durante esa época era corriente ver por las calles de Managua a Cortázar, a García Márquez, a Carlos Fuentes, a Graham Greene, a Salman Rushdie, a William Styron, a Günter Grass, a Harold Pinter en otros escritores consagrados.
Uno de los actos más nobles que este autor tendría, sería donar los derechos de su libro Los autonautas de la cosmopista a la revolución, en 1983. Libro que escribiría realizando la historia de uno de su cuentos, Autopista al Sur.
Cortázar se quedaba en Nicaragua a grandes ratos, y su relación con el país se llevó a otros niveles.
Por ejemplo, en su retiro del balneario de El Velero en 1982, en la costa del Pacífico, estaba con Carol Dunlop cuando recibieron los resultados de los exámenes médicos que marcaban la suerte irremediable de Carol: cáncer.
Defensor de la Revolución
En febrero de 1983, Cortázar escribiría sobre una vigilia que realizó con un grupo 20 norteamericanos, Claribel Alegría, la poeta salvadoreña y su esposo, donde enarbolaron distintivos contra la guerra nuclear y la intervención de Estados Unidos, pasando algunas noches al noreste de Nicaragua, el lugar más próximo a la frontera con Honduras para protestar en contra de la maniobra de “Pino Grande”, llevada a acción por las tropas estadounidenses en combinación con hondureñas.
El punto más cercano era Bismuna, donde algunos días atrás guarda fronteras sandinistas se habían enfrentado con un bando de contrarrevolucionarios que intentaron perpetrar una de sus habituales invasiones donde asesinaban a varios campesinos y les robaban lo poco que tenían en las aldeas.
Durante esos días, Cortázar y los demás, comieron juntos y se conocieron con jóvenes combatientes sandinistas. A tal punto llegó la confianza y las buenas relaciones forjadas en las noches de reunión, que los visitantes lograron ir a donde hasta hacía pocas horas, el sombrío olor del humo de pastizal y de cabaña seguía ardiente y encendido, en los vestigios de una comunidad devastada por los últimos combates.
La noticia de la vigilia recorrió el mundo entero: muchos sectores de la población no quedarían indiferentes con dicho evento.
Su última visita: un laureado honor
En enero de 1984, un mes antes de morir, Cortázar realizó su último y más especial viaje a Nicaragua. Diagnosticado de leucemia, aceptó de manos del ministro de Cultura, su viejo y cordial amigo, Ernesto Cardenal, la Orden de Independencia Cultural Rubén Darío.
Humildemente dictó un discurso, habló sobre el deber del escritor, el compromiso ante la sociedad y cómo en Nicaragua eso se veía explícitamente. Nicaragua sería su último amor político, el más lindo y perdurable de todos: Sería su Nicaragua, tan violentamente dulce.
Este artículo fue realizado en base a los libros: Nicaragua, tan violentamente dulce – Julio Cortázar (Editorial Nueva Nicaragua, 1983), La revolución perdida – Ernesto Cardenal (Anamá Ediciones – 2005). Los testimonios de Julio Valle-Castillo, y el artículo: El evangelio según Cortázar – Sergio Ramírez.