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Nicas forzados a huir a Costa Rica
Nicaragua migrantes
Miles de nicaragüenses se han visto forzados a salir del país por la crisis política que vive Nicaragua. Estas son las historias de "Caché" y Juana. Ilustración Juan García | Niú

La historia de dos jóvenes que salieron de Nicaragua para salvar sus vidas y evitar ser apresados por el Gobierno de Daniel Ortega.


I. «Vi caer a mis compañeros»


*A petición de los entrevistados, sus nombres reales fueron cambiados

El furgonero había dicho que dejaría la compuerta semiabierta y que cuando lo avistaran corrieran lo más rápido posible, que no podía esperar: el que se quedaba y no lograra entrar, ni modo, «se quedaba». Caché y sus seis “compas” siguieron la orden. Corrieron hacia el furgón en medio de la carretera después de cuatro días a la deriva intentando salir de Nicaragua. Cuando lograron subirse al vagón, un sentimiento de alivio los invadió. Era la felicidad de haber salido ilesos de una nueva tragedia. Creían que la suerte estaba con ellos.

 También había estado cuatro días antes, el 9 de julio, cuando Caché logró sobrevivir al brutal ataque orquestado por paramilitares y fuerzas policiales en Jinotepe. Sin embargo, a pesar que una bala no logró matarlo, siente que una parte de él murió: cuando vio caer a “Chema”, su compañero. Pudo observar cuando uno de esos hombres encapuchados, con un arma de alto calibre le disparó a su amigo. Caché llora incluso antes de iniciar el relato.

–Es lo que más me ha marcado en estos tres meses de protestas –dice entre sollozos.

José “Chema” Campos, el compañero de Caché, fue una de las 14 personas que murieron asesinadas en el ataque de paramilitares en Jinotepe, una llamada “operación limpieza” que no solo consistía en desmontar las barricadas que los “autoconvocados” habían levantado como una medida de “protección” ante lo la represión del Gobierno de Daniel Ortega, la operación también aniquiló a las personas que permanecían en los tranques ya sea protegiendo, cuidando, o simplemente asistiendo.

Caché recuerda que ese día Jinotepe “se perdió”, el bastión había sido arrebatado por los paramilitares. Fueron más de nueve horas de asedio las que aguantaron él y sus compañeros. La brutal fuerza del embate –y el calibre de las armas a las que se enfrentaban– pudo más.

La ciudad se encontraba sitiada por paramilitares y poco después de haber sido ejecutada la “operación limpieza” inició la cacería de personas que habían participado en los tranques y liderado las protestas en esa ciudad. Caché sabía que era cuestión de tiempo que lo capturan, lo llevaran al Chipote o simplemente lo desaparecieran. Se vio forzado a abandonar inmediatamente el país y reguardar su vida en Costa Rica.

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Nicaragua migrantes
Caché huyó hacia Costa Rica el mismo día que paramilitares desmontaron los tranques en Jinotepe. Hoy pide refugio en el vecino país. Ilustración: Juan García | Niú

El camionero que les ayudó a llegar a Liberia era un viejo conocido. Caché recordaba su rostro, pues era uno de los traileros que permanecían varados en el tranque de San José, en Jinotepe, y a quienes los “autoconvocados” les regalaban comida. Los tranques más grandes del país tenían desde cocinas, hasta puestos médicos. A medida que la represión se encrudecía, los tranques ejercían mayor presión. Para los manifestantes era una forma de protesta que ahogaba al Gobierno, tanto así que en cada sesión del Diálogo Nacional sus representantes exigían una y otra vez que se desmontaran, porque «violaban el derecho a la libre circulación» y eran “acciones terroristas contra la población».

Horas antes de cruzar la frontera y cuatro días después del ataque final en Jinotepe, Caché se topó con aquel camionero. Le pidió que los cruzara hacia Costa Rica. Él les dijo que no podía hacer eso, que mejor «dieran la vuelta», cruzaran por monte y luego los llevaría hasta Liberia. Así fue.

En ese instante, Caché pensó en todo lo que había vivido durante los últimos meses desde que iniciaron las protestas el 18 de abril. Pensó en la vida que llevaba, y sobre todo en su carrera de Periodismo que no pudo culminar. También pensó en la vez que se hizo un tatuaje en las barricadas y que hoy lo lleva en su brazo.

–Me hice un Guardabarranco, un mortero y la fecha 19 de abril. El Guardabarranco representa el ave libre que queremos llegar a ser y el mortero nuestra arma en esta lucha –asegura Caché.

En todo esto pensó antes de montarse al transporte que lo llevaría a la tranquilidad. Llegar hasta este punto le había tomado cuatro días y muchos mangos podridos dejados en el camino. Los seis amigos corrieron detrás del furgón que tenía la compuerta semiabierta y lograron subirse. Se abrazaron, gritaron, lloraron, dijeron la consigna que siempre decían cuando estaban en el tranque: «Daniel, ¡Que se rinda tu madre!»

«Salimos corriendo porque en Nicaragua nos quieren matar».

Ahora en Liberia debían encontrar la forma de llegar a San José, donde a cada uno lo esperaría un familiar. Sin dinero en los bolsillos y con la misma ropa de hace cuatro días se vieron obligados a pedir en la calle para pagar el bus. Una pareja de ancianos les patrocinó el pasaje después de que los jóvenes le contaron sus historias.

–Les dije todo lo que pasamos, que hace poco nos habían matado a un compañero. Les conté que no habíamos comido mucho, que tuvimos que vender un celular chiclero a 100 pesos en Rivas para poder llegar hasta aquí, que no andábamos papeles, que tuvimos que huir de Nicaragua porque nos podían meter presos, que no éramos delincuentes, que todos éramos estudiantes.

Harapientos, los jóvenes llegaron por la noche. A Caché lo esperaba su madre. Volvió a llorar, pero esta vez había encontrado unos brazos calurosos donde posar su cabeza. Ya no estaba en el monte, ni sentía frío. Pero tuvieron que pasar varias semanas hasta que las camionetas Hilux dejaron de asustarlo. Cuando estaba en el tranque de Jinotepe, los paramilitares llegaban a atacarlos en esos vehículos. El trauma lo perseguía incluso después de haber dejado su ciudad.

Han pasado un mes y Caché ya tiene su pasaporte. Ahora solo le queda tramitar su estado de refugiado. Él es uno de los 23 mil nicaragüenses que han solicitado refugio en Costa Rica, según la última cifra brindada por el Gobierno de ese país. 

La Agencia de la ONU para los Refugiados, Acnur, pidió «solidaridad» con Costa Rica y “otros países que acogen a personas refugiadas y solicitantes de asilo nicaragüense”. El comunicado explica que hay entre 100 mil y 150 mil familias nicas en Costa Rica que “brindan una red seguridad y apoyo» en el vecino país.

A inicios de septiembre Caché tendrá una primera entrevista para evaluar su caso. Le tocará rememorar una vez más todos los hechos, pero esta vez lo hará frente a autoridades costarricenses. El futuro sigue siendo incierto para él, pero aún guarda fe. Pese a la tragedia, no olvida su meta: ser periodista y escribir historias, solo que en vez de ser el personaje le gustaría ser el que las cuente.


II. «Mi miedo era que me torturaran»


Nicaragua migrantes
«Juana» salió de Nicaragua antes de que los paramilitares se tomaran su ciudad. Ella es uno de los miles de jóvenes que se han visto forzados a huir de Nicaragua. Ilustración: Juan García | Niú

Faltan pocas horas para salir de país, para olvidarse un momento de ser perseguida, para respirar con tranquilidad; o al menos intentarlo, porque el exilio no es del todo tranquilo. Muy por el contrario, en la mente de una joven refugiada rondan diversas preocupaciones: “¿Qué serán de mis padres?, ¿qué pasará con mi familia?, ¿los matarán o incendiarán sus casas?, ¿llegaré a salvo a mi destino?”

Esas son algunas de las dudas que pasan por la mente de Juana mientras va en un bus hacia Costa Rica. Mira a su alrededor y ve a otros jóvenes como ella. Cree que ellos también huyen de un país que ha dejado de ser seguro para los jóvenes. En sus rostros ella observa la ansiedad y la preocupación de no saber con seguridad a qué les tocará enfrentarse. En ciertos momentos se dedican sonrisas fugaces, pero de sus bocas no sale nada.

Juana decidió migrar por la vía legal y correr el riesgo de ser apresada, pero confiaba en que las autoridades de migración no la lograrían reconocer y que su nombre no perfilarían –todavía– en ninguna lista de esas que se rumora que existen.

Juana salió de su natal Jinotepe días antes que los paramilitares quitaran a punta de balazos todos los tranques de la ciudad. Ella era una de las coordinadoras del Movimiento 19 de abril en Carazo, y al igual que otros los líderes estudiantiles en Nicaragua, su captura era muy probable. De la noche a la mañana pasó de ser una joven activista a una “terrorista”, título que el presidente Daniel Ortega le ha dado a todas las personas que se oponen a su Gobierno.

Cuenta que en su ciudad  casi no quedan jóvenes. En su mayoría, todos los que han participado en las protestas han salido del país: desde los que eran el rostro público de la rebelión, hasta aquel que solo levantó un adoquín para montar barricadas. Muchos jóvenes son blancos para un Gobierno que los tacha de “golpistas” y de hasta mantener vínculos con el narcotráfico.

Casi todos los dirigentes jóvenes han huido por rutas que ninguno de ellos quiere revelar, debido a que hasta el día de hoy, algunos de ellos siguen emprendiendo la misma travesía para huir de ser secuestrados por paramilitares o policías.

Para algunos defensores de derechos humanos, la represión gubernamental ha entrada en una tercera fase. Ahora el Gobierno de Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, pretende “hacer pagar a los golpistas”. Así llaman a los miles de nicaragüenses que han salido a las calles desde el 18 de abril y que ahora exigen la salida inmediata del Gobierno actual.

Sin embargo, hay cabezas que tienen mayor precio que otras. Daniel Ortega quiere que todos “paguen” por “haber destruido al país” —tal como lo ha dicho en diversas entrevistas con medios internacionales—, y los dirigentes de los movimientos estudiantiles son el primer blanco para esta nueva fase de represión. Por esta razón, Juana huyó de Jinotepe.

Los ataques directos hacia ella y sus compañeros iniciaron días antes que desmontaran todas las barricadas de la ciudad, el 9 de julio. Para ese tiempo, ya había dejado su residencia y se refugiaba desde mayo en casas de seguridad.

–La gente nos dijo que teníamos que salir porque nosotros éramos la cara pública. Era evidente que si ellos entraban iban a ir por nosotros. En la noche se hizo una misión para poder sacarme –cuenta desde el exilio.

El camino fue largo y el trayecto a contrarreloj. Se desviaron por vías donde comúnmente no se suele pasar para llegar a Managua. Juana y sus compañeros suponían que una lista que contenía toda la información de los dirigentes estaba en Las Cuatro Esquinas, un lugar en la entrada de la ciudad que se mantenía sitiado por paramilitares.

En su trayecto a la capital, lograron pasar sin mayores dificultades todos los retenes. Ahora, la siguiente travesía sería llegar ilesa —o al menos sin que cayeran en manos de paramilitares o policías— a Costa Rica.

«Es una situación compleja, pero hemos dispuesto los recursos para atenderla, para registrar a las personas que ingresan».

Carlos Alvarado, presidente de Costa Rica

Juana está segura que es afortunada. Llegó a San José sana y salva. Su pasaporte fue sellado sin mayores contratiempos. Cuenta que durante cinco horas, las autoridades de migración fronteriza pasaron enfocados en una mercadería y le prestaron menos atención a los pasajeros.

–Nos mantuvieron afuera desde las 05:00 de la tarde hasta las 10:00 de la noche. Una de las personas se quedó viendo los pasaportes con el edecán del bus y luego nos dijeron que camináramos hasta la migración.

Así lo hicieron. Juana había llegado ilesa, pero la tranquilidad no llegó.

–Aun estando fuera del país no te sentís seguro porque pensás en las otras personas que no han podido salir, sin saber qué hacer con un problema grave que no ha terminado, que vos estas seguro pero que en cualquier momento pueden llegar donde tus familiares a quemarte la casa o el negocio.

Hasta esta fecha, Juana se encuentra en una casa de seguridad en algún lugar de San José. Se ha topado con otros jóvenes “compañeros de lucha” que huyeron del país para salvar sus vidas. Al éxodo se suman personas de todas las clases sociales, algunos que se han visto con la necesidad de mejorar su condición de vida y otros porque no ven un futuro claro en Nicaragua.

Lo que une a Juana y a Caché son sus ganas de regresar a su país, cuando “todo mejore”, aunque no exista hasta el momento una fecha fija para eso.

–Yo no estoy luchando para irme a otro país, sino para vivir en mi país. Nos estamos organizando desde aquí afuera. Queremos ser escuchados y tener mejores estrategias porque tenemos la fe y la esperanza que este Gobierno genocida y criminal va a salir y cuando ellos salgan nosotras vamos a regresar y trabajar en conjunto para levantar al pueblo –sentencia.

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