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No es piropo, se llama acoso

Cuando nos gritan en las calles no nos dicen piropos, se llama acoso callejero y es momento que comencemos a decirlo a como es

     

No necesito contar mis experiencias de acoso callejero para validar esta entrada, sin embargo lo haré para que entiendan a mayor escala la magnitud de este problema. Y por qué, esta debería de ser la última vez que le digamos a este asunto “piropo”.

En abril del año pasado, iba de regreso a casa en un autobús y un hombre mientras me tenía acorralada, me dijo que me iba violar. En agosto del mismo año, de camino al trabajo, otro me amenazó con un cuchillo porque no me dejé restregar su pene en mi espalda. Hace días, mientras bajaba de otro bus, un hombre me dio una nalgada que, además de dolerme, me llenó de rabia, vergüenza e impotencia.

Un “piropo” es una palabra o expresión de admiración, halago o elogio que se dirige a una persona, cuando se tiene la autorización de esta. Por ejemplo, decirle a tu amiga que su nuevo corte de cabello le quedá bonito. Acoso es cuando das tu opinión, generalmente con palabras vulgares y desagradables, en la calle sobre la apariencia de una persona que no te conoce y que no lo quiere hacer. Además, el acoso no se limita a palabras, sino que se puede expresar en violencia física, como lo que me pasó a mí y como le ha pasado a muchas chicas más.

El acoso callejero no nos agrada. Y no, no importa si el tipo que te gritó “mamacita rica” era simpático o que aparentaba tener mucho dinero. Sigue dándonos miedo, sigue siendo violencia machista.

Según el Observatorio Contra el Acoso Callejero en Nicaragua, en Managua 9 de cada 10 mujeres han sufrido de esta situación mientras iban por la calle. No importa qué ropa estaban usando, cómo se veían ese día o qué edad aparentaban. El acoso callejero no distingue. No podemos pasar por la vida usando armaduras de acero, solo porque alguien nos puede decir algo.

No creamos el discurso que los acosadores creen que gritando cómo te cogerían te van a “enamorar”. Ese no es su objetivo. Su objetivo no es que una mujer se devuelva donde ellos a corresponderle. Su objetivo es crearte miedo e inseguridad, para ellos sentirse «dueños de la calle”. Porque eso es lo que se las ha enseñado.

Desde pequeñas nos hacen sentir inseguras con nuestros propios cuerpos, excusando a la violencia porque las mujeres somos “provocativas”, perdonando este tipo de comportamiento de bestias, que porque son “machos” no pueden reprimir sus deseos sexuales.

En muchos colegios obligan a las niñas a usar faldas larguísimas para no “provocar” a los varones, porque “así es que se evitaban los males” y porque «las mujeres se tienen que dar a respetar». No enseñan a los potenciales abusadores a respetar los cuerpos de los otros, sino que enseñan a las mujeres a temer y a avergonzarse de existir. Es por eso que hemos crecido permisivas ante tanta violencia tanto en la calle como dentro de nuestros hogares.

Los «mamacita rica» «qué sabrosa que estás» y «clase culo» son una forma de ridiculizar y reforzar un falso estatus de poder machista, porque al atacar y sentir el temor de su víctima, su ego y masculinidad crecen. Pero no más. No tenemos razones por las que deberíamos quedarnos calladas ante una situación de violencia callejera. Las personas no tienen ninguna obligación para aceptar un comentario u acción que los incomode. Y eso no viene solo de víctima, sino de nosotros como espectadores.

No se necesita poner a tu mamá, hermana o novia en una situación de acoso callejero -aunque seguro ellas también ha pasado-, para que nos sensibilicemos. Los animo a que digan algo cuando vean este tipo de violencia en las calles. Aunque sea una mujer desconocida, si se le puede ayudar, no duden en hacerlo.

Es que cuando nos gritan en las calles no nos dicen piropos, lo que se nos hace se llama acoso y es momento que comencemos a decirlo a como es. Entender que es acoso aquí, allá y en la misma China.

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