La última carta que Rubén Darío envió fue al doctor Emilio Mitre, director del diario argentino La Nación. Era 1916 y al poeta le quedaban pocos días de vida. El tono de la misiva era de despedida, doloroso. Darío agradecía a su jefe el último pago recibido en concepto de salario y, además de encomendar su hijo Güicho, solicitaba la jubilación a la que tenía derecho por 20 años de servicio, de acuerdo a la ley del país austral.
El periodismo fue sustento firme para las inciertas finanzas de Darío, su vida sibarita, sus excesos etílicos y su familia, representada en Francisca Sánchez y el pequeño Güicho. Pero más allá del desahogo económico que este oficio brindaba, Darío usó como trinchera la prensa para emprender la renovación de las letras castellanas.
Al discutir estas apreciaciones 98 años (101 años en 2017) después de la muerte de Darío, el doctor Carlos Tünnermann, sentado a la par de un busto color bronce del bardo nicaragüense, insiste con sobresalto que “Rubén no solo renovó la poesía…”
“¡Darío fue un renovador de la prosa! La poesía y la prosa cambiaron después de su presencia; él elevó la crónica periodística a categoría literaria”, afirma Tünnermann.
Es en la crónica, este género hibrido del periodismo, que Darío —junto al cubano José Martí— establece una nueva forma de narrar. Las páginas del gran diario La Nación fueron el escenario donde estos liricos pusieron a bailar tango a la literatura y al periodismo; “supieron mezclar en la justa dosis”, plantea el libro la Invención de la Crónica, editado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).
“Las crónicas de ambos las veo como las iniciadoras del trabajo que estamos haciendo hoy en día”, valora el periodista Héctor Feliciano, maestro de la FNPI. “Ya Europa y EEUU dejaron la crónica de algún modo y Latinoamérica las sigue produciendo”.
Según Susana Rotker, autora del libro de la FNPI, dos tercios de la obra de Darío se componen de textos publicados en periódicos. Otros expertos darianos sostienen que más del 50% de la producción del poeta es prosa, en especial periodística. Eso sin contar las crónicas que faltan por descubrir, acota Günther Schmigalle, quien ha recuperado y estudiado textos desconocidos del modernista.
Feliciano lamenta que para el “público en general” las crónicas de Darío “hayan caído al olvido”. Siempre la inspiración poética ha opacado el periodismo del vate.
Cuando Darío remitió la carta a Mitre, su semblante era el de un hombre fatigado, de piel fláccida que caía a ambos lado de la cara; “los ojos han perdido su brillo, el estómago está muy abultado, el cuerpo apenas responde a los impulsos de la voluntad para moverse”, describe Edelberto Torres en la biografía La Dramática Vida de Rubén Darío.
El poeta estaba desesperado. Necesitaba dinero para sufragar los gastos de la enfermedad que lo aquejaba. La jubilación sería bálsamo para la bolsa, porque, al fin y al cabo, ni la poesía ni la diplomacia pagaron la renta como sí lo hizo el periodismo. Una historia que entreteje la vida de Darío, desde la juventud hasta el lecho de sus últimos días, donde angustiado esperaba respuesta de “La Mamá Nación”.
La salida de Nicaragua
El 24 de junio de 1886 el joven Rubén Darío llegó a Chile. Lo único que conocía de aquel país era lo que el ex diplomático salvadoreño, Juan Cañas, le contó, cuando lo animó a dejar Nicaragua. El puerto de Valparaíso exudaba tráfico mercante y comercio intelectual. Darío era un pleno desconocido en ese movido ambiente. Al poeta le acompañaba la representación de los periódicos El Mercado, El imparcial y El Diario Nicaragüense en los que había trabajado.
En Chile circulaban dos periódicos, La Unión y El Mercurio. Este último diario —recoge Edelberto Torres— “le da una bienvenida calurosa” a Darío, “obra seguramente de Eduardo Poirier”, el protector del joven bardo en aquel entonces.
Prontamente, Darío ingresa a La Época, el diario más prominente de Chile, en calidad de “Repórter”. En este rotativo liberal, el nicaragüense cubre varias fuentes. “Incluso cubrió la nota roja”, aporta Erick Blandón, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Missouri. “De ello pudo extraer temas para sus poesías. El famoso cuento del Pájaro Azul es tomado de un asesinato que pudo cubrir como periodista en Chile”, relata Blandón, también poeta.
Darío deslumbró a la sociedad plutócrata de Santiago con sus versos. En septiembre de 1887 llegó a la capital chilena y recibió un premio literario por su ‘Canto Épico a las glorias de Chile’. El dinero obtenido por el galardón le sirvió para satisfacer “su gusto mundano capital”, que era vestir con elegancia. “En la oficina de La Época sus compañeros sonríen al verlo desplegar con ingenuo exhibicionismo el flamante pañuelo que integra su atuendo”, narra su biógrafo Edelberto Torres. Pero el poeta no sólo era ropaje exótico: por esos días examinaba las páginas del periódico argentino La Nación e hizo un significativo redescubrimiento.
“¡Ah, si yo pudiera poner en versos las grandezas luminosas de Martí! ¡O si Martí pudiera escribir su prosa en verso!”, expresó Darío, al leer las crónicas del cubano José Martí, que moraban en las páginas del diario bonaerense y en las que, pronto, él escribiría. El paso de ambos líricos por el periodismo reinventó las formas de contar; encumbraron una generación de poetas-reporteros en la que los mexicanos Luis G. Urbina y Manuel Gutiérrez Nájera también hicieron lo propio.
“El modernismo, a pesar de que tuvo grandes poetas, articuló sus principales recursos de su retórica y lenguaje a través de la prosa y el periodismo. La generación de escritores fue la pionera del gran periodismo moderno”, apunta Erick Aguirre, escritor y periodista.
El intelectual Victorino Lastarria fue uno de los jueces que premiaron ‘Canto Épico a las glorias de Chile’. El genio del poeta nicaragüense sorprendió al notable chileno, y en 1889 escribe una carta al dueño, director y fundador de La Nación, el general Bartolomé Mitre (padre de Emilio, a quien Darío le solicitaba la jubilación), “recomendando al joven Darío como una promesa literaria”, recuerda Carlos Tünnerman.
Darío envió pocas colaboraciones a La Nación tras ser aceptado por Mitre. Estaba disfrutando el reconocimiento que le adjudicó su primer libro ‘Azul…’. Incluso, olvida el vínculo con el diario que, tiempo después, se convertiría en salvavidas permanente.
Un joven intelectual progresista
El éxito de “Azul…” fue tremendo después que el crítico español, Juan Valera, enviara sus “Cartas Americanas” con la crítica y elogio al libro preciosista de Rubén. El 7 de marzo de 1889, Darío regresa a su tierra natal y es recibido con vítores. Cuando los agasajos disminuyen, el poeta se pone en contacto con periódicos nicaragüenses y centroamericanos para colaborar con ellos. El talante de estas publicaciones es unionista, ideología que profesa el poeta desde su juventud. Esta filiación política lo amista con presidentes afines a la causa.
Darío es un viejo conocido en los diarios regionales. Primero se inicia en el periodismo nicaragüense como cronista de El Ferrocarril y El Porvenir de Nicaragua. Aunque más que por sus artículos, el periodista era conocido por sus versos.
“Rubén siempre tuvo una vocación por el periodismo y además por publicar en los diarios que entonces existían en Nicaragua. Envió sus primeros poemas al Termómetro de Rivas y a otras publicaciones de León”, señala Carlos Tünnerman. “Él se tomaba el trabajo de recortar sus poemas ya publicados en lo que iba a ser su primer proyecto de libro, Poesía y Artículos en Prosa que compiló a los 14 años”, agrega el catedrático, mientras muestra un facsimilar del cuadernillo cuyo original está en el Museo Archivo Rubén Darío, en León, ciudad que despabiló la conciencia intelectual del “poeta niño”.
El escritor Erick Aguirre reconoce que los versos eran la labor más querida de Rubén, pero “su primera etapa” periodística estuvo marcada por los artículos de opinión. En estos artículos la ideología liberal y progresista del joven intelectual queda al descubierto.
“Darío hace un periodismo de combate en sus primeros años de juventud”, apuntala por su parte Erick Blandón. “Y por sobre todas las cosas utiliza el periodismo para adelantar sus ideas del progreso, las ideas que estaban en boga en ese momento desde una perspectiva liberal. Pero principalmente para confrontar a sus adversarios políticos-ideológicos como eran los académicos conservadores de la época y las posiciones culturales retrogradas…”, explica el catedrático de la Universidad de Missouri.
A su regreso de Chile, la unión centroamericana sigue piqueteando el ideal de Darío. En mayo de 1889, días de fiebre patriótica, el bardo llegó a El Salvador y para sufragar las finanzas reprodujo cuentos y poemas en El Imparcial de Guatemala. Este no era un trabajo fijo y la bolsa se resentía.
Transcurrieron tres meses y, al fin, las gestiones de los amigos de Darío dieron resultado. El presidente Francisco Menéndez aprobó la fundación del periódico La Unión y nombra al poeta como director.
Son gratos días económicos para Darío, que bien podría haber ahorrado “más que algo”, acusa el biógrafo Edelberto Torres, pues la caja de La Unión paga todas las necesidades. “¡Pero qué va!”, escribe Torres en tono regañón. Rubén se entretiene en exceso. “El porvenir es término sin sentido en su conducta (…) Las noches de juerga se suceden unas a otras”, refiere el historiador.
Pero Rubén Darío se levanta cada mañana y el 18 de febrero de 1890, en un editorial titulado ‘La misión de la prensa’, dejó claro que como Director de La Unión y periodista sabía la responsabilidad social que el oficio confiere.
“La pluma es arma hermosa. El escritor debe ser brillante soldado del derecho, el defensor y paladín de la justicia”, sentencia Darío. “Lo que lamentamos es el abuso, el encanallamiento del periódico, la prostitución de la pluma”.
Y en líneas ulteriores Darío subraya: “La prensa de oposición es necesaria en todo país libre”. Para Carlos Tünnerman este pensamiento escrito hace 124 años no pierde vigencia. “Rubén abogaba por la libertad de expresión y la libertad de prensa”, indica el historiador.
Y como tampoco el vate separa la estética y la determinación de la labor periodística, publica versos en los que define a dos usuarios de la pluma:
Los que escriben con decoro,
con pluma excelsa y no sierva,
esos tienen de Minerva el casco de oro.
¡Los escritores cazurros,
que al escribir causan ascos,
esos tienen cuatro cascos
como los burros!
Darío contrae nupcias con Rafaela Contreras, pero pronto El Salvador sufre una crisis. El presidente Francisco Menéndez es derrocado por uno de sus hombres. El periodista nicaragüense prefiere irse del pequeño país antes que someterse al nuevo régimen. Empaca las maletas con rumbo a Guatemala.
En el país chapín sigue colaborando con El Imparcial. El Diario de Centro América le abre las páginas al periodista y publica algunos cuentos. Otra vez la economía del poeta es exigua. Otros mecenas guatemaltecos intervienen por él y el 8 de diciembre de 1890 se imprime la primera edición de El Correo de la Tarde con Darío como Director. 141 ediciones son publicadas, pero el apoyo gubernamental termina.
Darío se traslada a Costa Rica con Rafaela Contreras y la suegra a buscar mejor vida. Las revistas de la capital josefina celebran la pluma de Rubén, porque ya es un columnista consagrado. Ya se asoma la faceta de periodista global, pues el trabajo del nicaragüense es reproducido en diarios y revistas de Cuba (La Habana Elegante, El Fígaro), Panamá (La Estrella de Panamá), Venezuela (El Cojo Ilustrado), Puerto Rico (Buscapié, Revista Puertorriqueña), por mencionar algunos.
La entrada en La Nación
El periodista Rubén Darío estaba en Panamá en 1893 cuando fue nombrado Cónsul de Colombia en Argentina. El 13 de agosto del mismo año ancla en Buenas Aires. Por primera vez pone pie en la redacción de La Nación. Ya había reactivado las colaboraciones con el diario de los Mitre. El vate –como le pasó en Valparaíso– encuentra una ciudad desarrollada.
David Foster, profesor de la Universidad de Arizona, refiere que Darío atracó en un momento “álgido”. Argentina reconfiguraba el esquema después de la dictadura de Juan Manuel de Rosas. “Comenzaba un periodo de enorme prosperidad en el país. Como plusvalía de ese crecimiento, hay divulgación en todos los sectores artísticos para que empiece a convertirse en la capital cultural de América Latina”, contextualiza.
La Nación era en ese momento el periódico más influyente de América Latina. Todos querían publicar en él. El profesor Foster indagó en un registro del siglo diecinueve del diario bonaerense y no encontró ningún colaborador, de los miles que pasaron por esas columnas, que tuviera mayor participación que Darío.
“Desde temprano Darío está publicando y recibiendo muchísima atención”, asevera Foster, que a eso le suma la aparición de libros cabeceras, como Prosas Profanas. “Probablemente él es el escritor extranjero y latinoamericano que más transciende en Buenos Aires en aquel entonces”, valora el profesor estadounidense.
En efecto, en el quinquenio que Darío vivió en Argentina, se convirtió en el líder indiscutible del movimiento modernista. El cisne, blasón de su obra poética, irradiaba luminosa blancura en un estante de rítmicos versos. Rubén escribía poemas en las cafeterías de Buenos Aires y, principalmente, en la redacción de La Nación. Alternaba poesía con periodismo, porque, como él mismo dijo, la prosa de la prensa le servía como “gimnasia de estilo”.
Es en La Nación donde Darío explaya a cabalidad las dotes de cronista. La innovación que acometía en la prosa periodística coincidió con el nacimiento de una nueva generación de lectores más ávidos. “En Argentina había una burguesía bastante rica que quería informarse sobre el mundo y, de algún modo, las soluciones que encuentran es una especie de periodismo por entrega, de corresponsales, que no es solo la noticia, sino el cuento sobre la noticia”, observa el maestro de la FNPI, Héctor Feliciano.
Esta tendencia importadora de información obliga a La Nación a enviar un corresponsal a España para escribir una serie de crónicas sobre la situación en que había quedado aquel país, después del descalabro de la guerra contra Estados Unidos. Darío se ofrece y el primero de enero de 1899 llegó a Madrid.
Darío, el corresponsal
El cronista Rubén Darío percibió en el ambiente español “una exhalación de organismo descompuesto”. Ya nada quedaba de aquella España que conoció en 1892, cuando asistió a las fiestas del cuarto centenario del descubrimiento de América en calidad de secretario de la delegación nicaragüense.
“Darío encuentra un país más atrasado que los países de América, más pobre”, relata Erick Blandón. “En sus crónicas estaba haciendo comparaciones de una España tan atrasada, en cuya capital rodaban carretas con tracción animal, en comparación el tráfico comercial que exhibía Buenos Aires a la par de New York”.
El corresponsal de La Nación debía enviar cuatro crónicas mensuales a cambio de 400 francos. El repertorio del corresponsal era variado. “Fue increíble la capacidad de Darío para investigar todos los aspectos económicos, sociales y políticos. Escribió de cómo estaban las letras españolas, sobre la nobleza que seguía indiferente ante el descalabro contra los Estados Unidos; sobre el teatro, las corridas de toro, las fiestas populares… precisamente en una crónica habla de que el pueblo español sigue bailando y dice: enfermo que baila no muere”, enumera Carlos Tünnerman.
Las crónicas para La Nación dieron pie al libro ‘España Contemporánea”. Esta radiografía de España, según el escritor Felipe Benitez Reyes, contiene “por debajo de la anécdota (…) la mirada crítica de un ilustrado vigoroso y sagaz que diagnostica las enfermedades sociales y morales de un país que ama, la conciencia alerta y a la vez herida de un esteta insobornable al que no le da por llevar orquídeas en el ojal de la chaqueta sino por denunciar la injusticia, la ineptitud de los políticos, la holgazanería de la aristocracia, el cerrilismo de tantos artistas…”.
La forma en que las crónicas de Darío están narradas distan de lo hasta aquel entonces escrito bajo un estilo acartonado, sobrio de un español anquilosado. Rubén, que como en su poesía instala el francés verso alejandrino, en la crónica mezcla los géneros periodísticos creando un hibrido que hasta hoy habita en algunos cronistas latinoamericanos.
“Los géneros que más desarrolló Darío fueron la crónica, el artículo y la reseña critica. Con la mezcla de todos ellos lograba descripciones muy profundas, bien documentadas… la mezcla de esos géneros le permitió desarrollar un estilo magistral”, estima Erick Aguirre.
“En el caso de Darío lo influye mucho los ‘reportage’ y las crónicas francesas… lo que pasa es que él las desarrolla todavía más. Darío le da bastante importancia a la visión subjetiva”, opina Héctor Feliciano.
La influencia francesa en Darío siempre le acarreó críticas. Miguel de Unamuno un día lo tildó de “americano afrancesado”. El estilo preciosista del vate modernista también le dio fama de poeta encerrado en una torre de marfil.
“No es cierto que Darío vivió encerrado en una torre de marfil…”, defiende Erick Blandón. “Eso fue un momento y se debe apreciar que Darío hace uso de su imaginación a través del embellecimiento de una cultura grecolatina producida por sus lecturas. Pero las preocupaciones por lo social, económico y político están presentes en casi todas sus crónicas”, argumenta.
Sin embargo, el alemán Günther Schmigalle opina que esta “fama” no fue culpa de Rubén. “Eso se debe a que los editores y compiladores no se interesaban tanto en el aspecto político de Darío. Lo querían leer como un poeta del arte por el arte, un poeta dedicado a la belleza; apreciaban sus prosas cuando quedaban en los límites de lo poético. Pero que él haya hablado del imperialismo, que haya atacado a los norteamericanos, no les caía bien a muchos historiadores del siglo veinte”, asegura.
En 1907, mientras Darío visitaba nuevamente el terruño, es nombrado Ministro de Nicaragua en Madrid por el gobierno de José Santos Zelaya.
El poeta embajador
La verdad es que Rubén Darío quería ser ministro plenipotenciario de Nicaragua ante el reino de España, pero Zelaya lo impidió por el miedo que le infundía “el alcoholismo” del poeta. No lo nombró simplemente ministro y Darío armó la legación a la altura que la diplomacia lo demanda.
Pero los sueldos jamás llegaron. Darío comenzó a pagar los gastos de la sede diplomática con el dinero que le pagaba La Nación por el envío de las crónicas. Pero el salario de periodista no cubría los gastos personales de Darío y la legación. Sofocado envió cartas de reclamo; dirigió una directamente a Zelaya y explicó que con el sueldo que recibía “es materialmente imposible sufragar los gastos” que a continuación le detalló:
Alquiler de casa————————————-200 pesetas.
Escribiente, mensualmente ———————–200 |||
Medio abono coche———————————300 |||
Gasto correo y oficinas—————————-50 |||
Portero———————————————–50 |||
Total———- 800 pesetas.
Carlos Tünnermann sentencia que Darío logró sobrevivir y hacer frente a sus necesidades gracias al periodismo. “Él desempeñó con mucha dignidad ese cargo. Rubén Subsidiaba la legación con su propio peculio y lo hacía para ‘mantener el decoro del país’, como él mismo decía en esas cartas”, comenta el ex ministro de educación.
Erick Blandón opina igual que Tünnermann: “Darío vivió del periodismo más que ninguna otra cosa. Él le decía a La Nación ‘La mama Nación’ porque tenía cumplirle con sus crónicas, porque de allí venía la manutención en su hogar”.
En 1910, Darío renuncia al cargo diplomático. Un año después, los hermanos Guido, empresarios originarios de Uruguay, se asocian con el poeta y crean la Revista Mundial y Elegancias, esta última dedicada al mercado femenino.
Mundial alcanzó gran reputación internacional. Como Director Literario, Darío daba cabida a escritores y temas latinoamericanos. En cada número de la revista, el poeta esbozaba un reportaje sobre cada país americano en el que alentaba la inversión extranjera.
Darío emprende una gira promocional de la revista por España y América Latina. Sin embargo, tiene problemas editoriales con los Guido. Sólo con La Nación logra mantener un vínculo constante.
El diario bonaerense suplió las necesidades del ‘Padre del Modernismo’ y le enseñó que “el periodista que escribe con amor lo que escribe, no es sino un escritor como otro cualquiera”. Darío supo que su cisne no hubiese podido cantar sin el periodismo.
“Darío fue un periodista por vocación y necesidad. Por vocación porque gustaba del periodismo y por necesidad porque fue su único recurso económico. Prácticamente Darío fue nuestro primer periodista profesional y, probablemente, uno de los primeros de América Latina”, engloba Carlos Tünnermann.
El 24 de enero de 1915, tras una gira por la paz mundial azuzada por Alejandro Bermúdez, Darío desembarca en Corinto. Gravemente enfermo, siente como “la tumba aguarda con sus fúnebres ramos”. Decide escribir a su “Mama Nación” solicitando la jubilación. Mientras espera respuesta, el poeta agoniza, primero en Managua, y luego en una desvencijada casa de León. El 06 de febrero de 1916, a las 10:15 de la noche, Rubén Darío muere. La noticia se esparce en toda América y Europa. Los diarios anuncian la muerte de un príncipe, de un poeta, pero La Nación llora a su periodista con un titular de una sola palabra: “DOLOR”.