En pantalla
Cuando Clint Eastwood declaró que su próxima película contaría esta historia, uno podía imaginarse el producto final. Pero el viejo zorro, a sus 88 años, está dispuesto a tomar riesgos.
El 21 de agosto del 2015, un terrorista solitario trató de ejecutar un atentado mortal en un tren que viajaba entre Amsterdam y París. El crimen fue frustrado por tres jóvenes norteamericanos, de vacaciones por Europa. Cuando Clint Eastwood declaró que su próxima película contaría esta historia, uno podía imaginarse el producto final. Pero el viejo zorro, a sus 88 años, está dispuesto a tomar riesgos. En lugar de contratar a estrellas consagradas, Eastwood trabajaría con Alek Skarlatos, Anthony Sadler y Spencer Stone. No son actores. Son los legítimos protagonistas de la historia real.
El “15:17…” arranca asumiendo brevemente el punto de vista del terrorista (Ray Corasani). Pasamos a un extenso flashback sobre la infancia de los héroes. Alek (Bryce Gheisar) y Spencer (William Jennings) ya son amigos, unidos por su imposibilidad de encajar en su escuela cristiana, y una fascinación por los juegos de guerra. Sus madres, Heidi (Jenna Fischer) y Joyce (Judy Greer), ambas mujeres solas, se apoyan para resistir los embates de administradores y profesores hostiles. Castigados en la oficina del director, los rebeldes se identifican con otro niño problema, Anthony (Paul-Mikél Williams)
Fisher y Greer son actrices bien establecidas, conocidas por sus roles cómicos. De hecho, todo el episodio infantil está poblado de rostros familiares, todos conocidos como actores de comedia, asumiendo papeles abrasivos, completamente divorciados del género que asociamos con ellos. La estratagema sirve para sacarlos de su zona de confort. Despojados de sus trucos habituales, se registran más humanos de lo usual.
Ya en la etapa adulta, Stone se convierte en el protagonista putativo. Lo seguimos en su accidentado proceso de aplicación en las fuerzas armadas. A pesar de su voluntad de servir, está lejos de ser el soldado modelo. Un problema de visión evita que entre en la tropa especial de rescate. En su primer día de entrenamiento, duerme más de la cuenta y no pasa una prueba básica. Pronto, está en el último escalafón, entrenando para sanitario.
Skarlatos pertenece a una patrulla en Afganistán. Pero tampoco es – ni se ve a sí mismo – como un gran soldado. “Soy como un guardia de seguridad de centro comercial”, dice con tono agridulce durante una llamada por Skype. Aprovechando su licencia, los tres amigos se ponen de acuerdo para viajar por Europa como mochileros. Anthony tiene que sacar una tarjeta de crédito para poder pagar la gira. Queda claro que los protagonistas son jóvenes promedio, adultos en formación, proletariado norteamericano. La película no exagera sus capacidades para hacerlos más heroicos.
La agenda de Eastwood es despojar su película de las exaltaciones que acarrea la ficcionalización. Los elementos más artificiosos del cine son modulados. El estilo es compatible con los parámetros del reality show y los programas que recrean historias reales para la TV. Pero el guion de Dorothy Blyskal, basado en el libro reportaje editado por Jeffrey E. Stern, se toma la molestia de no manufacturar tensión ni conflicto a lo largo del camino, más allá de la decisión creativa de saltar en el tiempo.
Apartando los ocasionales destellos que nos proyectan a la violencia futura, la película retrata la realidad mundana con paciencia. Desde el paso por la academia militar hasta la ociosa gira turística, el tono es naturalista, sin afectaciones. Spencer y Anthony se reúnen en Italia. Skarlatos se encuentra con una amiga en Alemania y después se junta con sus amigos. Van a una discoteca, duermen más de la cuenta en el hostal, y despiertan con resaca. Lo ordinario es extraordinario.
Muchas películas emplean a los personajes que inspiran sus tramas como extras. Abundan los filmes con secuencias donde periodistas reales, como ellos mismos, entrevistan a personajes ficticios. Estos ejercicios están al servicio de construir un simulacro más convincente, bajo los parámetros de la exaltación dramática que esperamos de una narrativa conjurada con el objetivo de entretener. Nada más lejos de la agenda de Eastwood.
La capacidad de heroísmo del hombre común se revela como la materia misma de la película. Cuando la violencia explota, es más chocante por la manera en que hemos aceptado la representación como realidad. Su insistente negativa a darnos lo que se espera de una película la hace intencionalmente insatisfactoria. Puede verse como un producto fallido. Pero como experimento, es fascinante.