La madrugada del 20 de abril del 2018, Brenda Gutiérrez, supo que algo había cambiado en su hijo, Rodrigo Espinoza. Lo vio llegar a casa a hurtadillas y en cuanto él la miró, a secas, le dijo: “Solo vengo para que estés tranquila. Mañana me voy temprano y no sé si vuelva”.
De inmediato, ella comprendió el peso de esas palabras, pues desde que salió en la mañana, dispuesto a unirse a los universitarios que protestaban contra el régimen de Daniel Ortega, la represión policial comenzó, y para el final de esa misma tarde ya alguien había muerto a balazos.
Antes de ese día, Rodrigo era apático a la política. Su mamá nunca lo oyó hablar de ese tema, pues él prefería pasar hasta cinco horas en su cuarto practicando con su guitarra. Esa era su debilidad, dice Gutiérrez. Los días de semana permanecía en el Recinto Universitario Pedro Arauz Palacios (Rupap), de la Universidad de Ingeniería (UNI), en donde cursaba tercer año de Ingeniería Agrícola y los fines de semana estudiaba música en el Conservatorio de la Upoli.
Rodrigo, de 21 años, es de pocos amigos. Es reservado, pero casi siempre está haciendo bromas. Por eso mismo, en la universidad le pusieron el mote de “risita”. Allí él era el presidente de su sección. Aunque en mayo de este año la CIDH le otorgó medidas cautelares, él junto Hansell Vásquez y Marlon Fonseca, todos miembros del Movimiento 19 de Abril de la Upoli, han sido declarados culpables de terrorismo, tráfico de armas y municiones, entorpecimiento del servicio público y homicidio frustrado, en perjuicio de trabajadores de la Radio Ya. Para ellos, la Fiscalía está pidiendo 28 años de cárcel.
Kevin, el chavalo de los rizos y la guitarra
El nombre de pila de Rodrigo es Kevin. En su casa lo llaman así, pero fuera todos lo conocen por su segundo nombre. Desde primer año de la secundaria comenzó a pedir que mejor le dijeran Rodrigo porque ese nombre es más especial, menos común.
La primera vez que él tuvo en sus manos una guitarra tenía tres años. Era blanca, pequeña y no era suya, pero desde que la vio sintió una necesidad inexplicable de tocarla. Sus papás lo vieron tan emocionado que retrataron el momento en una foto que hoy ve con añoranza su madre. Las siguientes navidades le regalaron un tambor, una flauta y un piano de juguete. Fue entonces que descubrió su amor por la música.
“Una navidad le regalamos un piano de juguete y lo agarró con tanto afán que hasta las teclas le desprendió. Él quería aprender a como fuera y le sacaba música, desde allí nosotros vimos su interés por la música. Pero su amor era por la guitarra, él miraba una guitarra y se derretía”, cuenta Gutiérrez.
Años después comenzó a tomar cursos en línea para aprender a tocar guitarra. Se integró a la banda rítmica de su colegio y allí aprendió a tocar lira, bombo y otros instrumentos. Su pasión por la música creció tanto que lo dejaron dirigiendo la banda y en la iglesia a la que asistía se integró al grupo musical.
“Él se quería dedicar a la música. Antes que se bachillerara me pidió que le pagara un curso de música que había en la Upoli y le dije que no podía pagársela porque iba a pagarle su carrera. Entonces él me dijo ′si yo me gano una beca en la universidad, ¿me pagarías el curso?′ y le dije que sí, entonces él luchó para obtener la beca en la UNI y lo logró. Después se consiguió un padrino para pagar la mitad del curso de música en la Upoli y yo le daba el resto de la mensualidad”, cuenta Gutiérrez.
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Uno de sus amigos, que prefiere no dar su nombre, cuenta que el sueño de Rodrigo era ser maestro de música y cada vez que hablaban de sus metas, él siempre decía que quería sacar a su mama adelante.
La lucha
Cuando Rodrigo Espinoza salió de su casa, la mañana del 19 de abril, su mamá Brenda Gutiérrez pensó que él se uniría a los miembros de UNEN.
― Mira hijo, no vayas a meterte allí. A los ancianos es pecado que los estén golpeando, ― le dijo preocupada.
― Yo jamás golpearía a un anciano. Y a mí nadie me va exigir por una beca, yo voy hacer lo que yo sienta, ―respondió. Y se fue.
Ella se quedó inquieta en su casa y cuando vio en las noticias que la policía está reprimiendo a los manifestantes ella salió desesperada a buscarlo. Lo encontró en el Rupap y él le dijo “anda guárdate y anda guarda a mi hermana. Cuídense, que yo me voy a quedar aquí”. De él supo otra vez hasta que llegó a medianoche de ese día y le dijo que se uniría a la lucha universitaria.
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Desde aquel día, Rodrigo Espinoza, se atrincheró en la Upoli y ella solo veía cuando él llegaba a su casa a buscar su ropa. Esos días, para ella y su familia fueron tormentosos, pues los ataques a la Upoli se intensificaron.
“Para mí ha sido duro. Yo no sé de donde he sacado fuerzas, yo cuando lo miro en la televisión me da un sentimiento feo. Cuando él venía yo solo le ponía la mano en el hombro porque tenía temor a abrazarlo porque me parecía que me estaba despidiendo”, dice Elena Gutiérrez, abuela de Rodrigo.
Durante el tiempo que estuvo atrincherado su familia casi no lo veía. Él algunas veces llegaba a su casa a traer ropa y su mamá y abuela aprovechaban para pedirle que se quedara pero él siempre decía les decía: «No seas egoísta. No pensés solo en vos, hay que luchar, hay que luchar» y después se iba.
En el Movimiento 19 de Abril, Rodrigo se convirtió en uno de los líderes. Él también se integró en la Coalición Universitaria y por eso recibía amenazas. Tantas que a finales de mayo la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) le otorgó medidas cautelares junto a otros dirigentes estudiantiles.
Sin embargo, a eso de las seis de la tarde, del 11 de julio del 2018, Rodrigo Espinoza, Hansel Vásquez y Marlon Fonseca fueron interceptados por varias camionetas Hilux llenas de paramilitares cuando venían de dejar ayuda en Nindirí. Después fueron trasladados a la Dirección de Auxilio Judicial, conocida como El Chipote, donde los torturaron y ahora están detenidos en la cárcel La Modelo, esperando la sentencia de la condena.
Y según cuenta su mamá, de los tres detenidos, Rodrigo ha sido quien ha sido peor tratado por tener medidas cautelares. Pues, él está detenido en una celda de máxima seguridad conocida como el “infiernillo”. Allí hay poca ventilación, no entra la luz solar, está completamente aislado e incluso le pasan la comida por debajo de la puerta, mientras los demás están en la Galería 16, con el resto de presos políticos.
La serenata
Uno de los días más triste de Elena Gutiérrez, abuela de Rodrigo Espinoza, fue el día de su cumpleaños. El año pasado él se despertó temprano y le tocó las mañanitas con una flauta, pero este año ya no pudo tocarle, pues el día de su cumpleaños, la Fiscalía estaba pidiendo 28 años de cárcel para su nieto.
“El día que a él le dan la condena, ella estaba cumpliendo años. Y él ya me había dicho. Viene el cumpleaños de la Elena, porque él así le dice, y no voy a poder cantarle. Yo solo lo quedé viendo y le dije ′no te preocupes, todo tranquilo′”, cuenta Brenda Gutiérrez.
Para su abuela la detención de su nieto ha sido dolorosa. La última vez que lo vio fue tres días antes que lo arrestaran y desde entonces ella no lo ha visto porque siente que no soportará verlo en prisión.
“Es bien difícil aun ahora que sabemos que está allí, pero tenemos ese temor. Yo no lo he visto. No creo aguantar estarlo viendo allí. Yo lo vi en fotos como a los tres días y le vi que tenía apretado esos grillos en los pies”, dice Elena Gutiérrez.
Estando en esa prisión además de su libertad, Rodrigo perdió sus rizos. Según su mamá él siempre le decía “ojalá y no me corten mi pelo”. Él desde hace cinco años se los dejó crecer y se los cuidaba con tanta devoción, que ni el día de su graduación de secundaria accedió a cortárselo.
“Él ya tenía cinco años de tener sus colochos. Recuerdo que él pasaba dos horas dándole mantenimiento a esos colochos y yo creo que uno de sus mayores sufrimientos que ha tenido en la cárcel fue ese, que le cortaran sus colochos. Él me dice que se mira más guapo así pelón, pero yo sé que él sufrió por sus colochos”, cuenta Gutiérrez.