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La primera vez que escuché a The Beatles tenía diez años. En mi casa su música estaba totalmente prohibida. Sus melodías recordaban que en la mesa faltaba uno. Uno que nunca conocí
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La primera vez que escuché a The Beatles tenía diez años. En mi casa su música estaba totalmente prohibida. Sus melodías recordaban que en la mesa faltaba uno. Uno que nunca conocí. Uno que, sin saber, engendró su pasión por esa banda británica de los 60 en mí.
Douglas, mi tío que fue asesinado en la guerra de los años 80 en Nicaragua, era un beatlemaniaco a morir. Coleccionaba sus discos y, sin saber inglés, cantaba y tocaba sus canciones de memoria. Nunca lo conocí. Nací 14 años después de su muerte. No vi sus discos, ni escuché su voz ni su guitarra. Solo tenía la memoria de los que lo amaron y la frase: “aquí no se escucha a Los Biruls, nos hacen llorar”.
Pero la mente de una niña de diez es curiosa y desobediente. Entre las primeras veces que toqué una computadora con internet, busqué qué demonios eran “los biruls”. Y los encontré.
Los encontré en una tonada melancólica llamada Blackbird, y en otra más alegre llamada “I want to hold your hand”. Los encontré en la voz de John, en el bajo de Paul, la batería de Ringo y la guitarra de Harrison.
No solo los encontré a ellos. Encontré al recuerdo perdido de un adolescente que el contexto en el que vivió lo hizo crecer prematuramente. Encontré la tristeza de una madre al escuchar “She’s leaving home”. Encontré sueños y desesperanza. Pero también, encontré un lugar en donde sentirme cómoda. Querida. Entendida. Entendida por alguien que nunca supo que nací.
Años después, de pasar a ser tonadas clandestinas que escuchaba con el volumen bajo, su música ha servido como terapia en mi hogar. Una forma de sanar las heridas que el pasado dejó.
Sin embargo, escucho Across The Universe pensando en todos los que se han ido, en él. Incluso en los propios Lennon y Harrison. Sabiendo que, después de tantos años, nada ni nadie cambió sus mundos.
La música de The Beatles ha estado conmigo por nueve años de mi vida. Pasó por los restos de mi infancia, hasta la decadencia de mi adolescencia, entrando a la adultez. Sus canciones son la banda sonora de mi vida -tienen música para todas las situaciones de la vida-.
Son la constante musical que siempre he tenido. Son lo que me hacen recordar que hay una niña curiosa dentro de mí. Ellos son la herencia del que nunca conocí.