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No somos ni santas, ni putas
Hace unos días escuchaba la conversación entre dos mujeres sobre otra chica a la que llamaban “puta”. Sus argumentos de porqué era “una cualquiera” me hicieron pensar: ¿qué hace a una mujer puta?
Después de pensarlo mucho, he aquí mi conclusión:
Puta (adj)
Dícese de “puta” a: una mujer que usa ropa reveladora, una mujer que no usa ropa reveladora, una mujer que tiene novio, una mujer que no tiene novio, una mujer extrovertida, una mujer introvertida, una mujer que ha salido con muchos chicos, una mujer que no ha salido con muchos chicos, una mujer que se maquilla, una mujer que no se maquilla, una mujer infiel, una mujer que no es infiel, una mujer que tiene una dinámica vida sexual, una mujer que no tiene vida sexual del todo, tu ex, la que no te hizo caso, la nueva novia de tu ex, la vieja novia de tu novio. En conclusión, una mujer que respira (y también las que ya no).
Pero “puta” es solo una palabra, ¿qué tanto daño puede hacerle a alguien? Pues… ¡Mucho!
Palabras como “puta”, “pobre”, “negro”, “ilegal”, “zorra”, han sido creadas para deshumanizar individuos y justificar la violencia que se comete ante ellos.
Desde el principio de los tiempos, las mujeres hemos sido segmentadas en buenas y malas. Las zorras y las santas. Las que nacieron para coger y las que nacieron para casarse. Las que merecen respeto y las que no. Entonces es común escuchar a la gente refiriéndose a una chica como “la botada” y actuar como si fuera normal. No lo es.
No somos ni santas ni putas. Somos seres humanos que tienen los mismos derechos y deberes que el resto. Al llamar a alguien “zorra”, justificamos acciones como el acoso callejero, los abusos sexuales, los crímenes de odio, entre muchas cosas más.
Por ejemplo, en un caso de los Estados Unidos, donde múltiples hombres violaron a una chica ebria, la defensa argumentó que lo hicieron porque ella era “promiscua” y se lo andaba buscando. Puta, ¿no?
Aunque se diga que estos descalificativos son “justificados” en base a las acciones que las mujeres cometen (es decir que se lo merecen), está comprobado en estudios que esto es una cuestión de lucha de poderes para dividirnos en clases. Llamar a alguien “zorra” nos hace sentir mejores personas. Tener una posición más alta que la otra. Ser “mejor mujer”.
Ser degradada a una palabra, por más superficial que parece, afecta la salud emocional de las chicas al punto que creemos que no valemos, no servimos y que no somos nada más que objetos sexuales.
Desde pequeñas nos enseñan que el niño tiene que ser un galán y la niña modesta. Que el hombre tiene que ser experimentado en la cama y la mujer inocente. Que el que sale con varias es un macho y la que sale con varios es puta. Que la ropa tiene que ser conservadora porque provoca a los chicos. Que si te pega es amor. Que los celos significan interés. Y así se va alargando la lista de comportamientos violentos que normalizamos.
Esto es un asunto cultural que aunque sea difícil, tomando iniciativas individuales y colectivas, podemos erradicar. Todas hemos sido víctimas y victimarias del “slut shaming”.
Reconocer tu propia culpa es el primer paso.
No es parte de la rutina. No es algo casual. No es normal. Nadie se lo merece. No es tu culpa. Ni nunca lo será.