Cultura

Reseña | «El pertinaz gemido del viento», la primera novela del escritor nica Iván Gutiérrez
"El pertinaz gemido del viento"
Foto: Cortesía | Niú

Esta es la historia de cómo una comunidad mayagna, quedó atrapada en medio del narcotráfico, contada por Iván Gutiérrez en su primera novela

     
  • Guillermo Cortés Dominguez
  • 27 de mayo 2021

Es la primera novela de Iván Gutiérrez Aguirre, quien contó con la ventaja de haber estudiado de manera formal cómo se debe escribir una novela, y lo hizo de manera aventajada. “El pertinaz gemido del viento”, una pequeña línea casi aislada al inicio, es el titular de esta obra que es el fruto final de esa escuela y el inicio de un novelista que está en plena producción.

Seguramente el autor se libró de lidiar con cosas tan sencillas, y a veces complejas, por ejemplo, ¿cómo comenzar?, ¿Cómo definir y darle vida a los personajes, cómo colocarlos en el escenario?, ¿Cómo jugar con los tiempos?, ¿Cómo combinar las diferentes escenas?, ¿Cómo mezclar la acción con la descripción y cómo hacer de esta una herramienta que le diera cuerpo y hasta elegancia a la escritura? De innumerables dudas, incertidumbres, desafíos y hasta dolores físicos y emocionales se salvaría.

Un “inocente” incendio en una reserva forestal de los mayagnas abre una historia que pareciera aludir a los inevitables fuegos que anualmente devoran varias decenas de miles de manzanas de bosques en diferentes lugares del país, a veces causados por irresponsables garroberos, por madereros corruptos o por el sol calcinante de los veranos cada vez más ardientes.

Con el reclutamiento de un jefe militar y luego policial, un grupo de narcotraficantes internacionales logró abrir una ruta para ingresar la droga por la Costa Caribe y trasladarla a cientos de kilómetros por tierra hasta Honduras, para que siguiera su viaje hasta el destino final: los Estados Unidos de Norteamérica.

La misma excusa de hace 40 años

Recordé cuando el diario “Barricada” me envió a Bilwi a realizar un reportaje periodístico sobre no sé cuál tema. El jefe del Ejército del lugar se mostró extrañamente amable e incluso un día nos invitó al cercano balneario de Twapí al fotógrafo que me acompañaba y a mí. Ahí, sin que le preguntara, me dijo que se sentía tranquilo al saber que la droga que pasaba por su lugar no le hacía daño a la juventud nicaragüense, sino a la norteamericana. Me sonó a una confesión y así lo informé a la dirección de mi periódico.

Esa misma coartada la he encontrado en esta novela. Es así como se justifica y calma su conciencia el comisionado Alesio Bracamonte, quien aceptó la oferta de los narcos para abrir la ruta terrestre, recibir la droga en el Caribe, trasladarla en camión a una finca en la frontera con Honduras y entregarla a los capos del otro país.

Fue una operación exitosa desde el comienzo y en un año acumularon tanto dinero como para volverse ricos, y quizás el traslado de cocaína en paquetes de dos kilogramos hubiera continuado así por muchos años, pero la ambición siempre toca a las puertas de lo mal habido y de las ansias de poder.

Los jefes de Bracamonte querían mover más droga y más rápidamente y para ello consideraban indispensable transportarla por avioneta, para lo cual demandaron que se construyera una pista donde se pudiera aterrizar, descargar y levantar vuelo. El Comisionado sabía que cada vez era más difícil y peligroso contar con lugares de aterrizajes clandestinos, pero en contra de su sentido común que le advertía de lo sumamente riesgoso de hacerlo, aceptó, y con ello quizás comenzó a cavar su final.

La lluvia frenó el gran incendio

Pero no debo contarles los elementos esenciales de la novela, solo al menos una idea de la trama, la cual, para asegurar su desenlace, cuenta con los líderes de la reserva forestal incendiada y un grupo de brigadistas que les ayudan haciendo rondas corta fuego y toda clase de acciones que se acostumbran para combatir un incendio o al menos para contenerlo, porque, en este caso, solo la lluvia pondría fin al incendio.

Los líderes y los brigadistas, de un gran espíritu de lucha y de olfato investigativo, se desplazaron por varios sitios del Caribe y del norte y poco a poco lograron identificar un hilo que los llevaría a saber que el incendio fue provocado por “Toñón”, hombre de confianza del comisionado Bracamonte, con el propósito de despejar a punta de fuego el lugar donde sería la pista de aterrizaje, pero el incendio se salió de lo previsto y se convirtió en una gran devastación que ponía en peligro no solo los recursos naturales de una comunidad mayagna sino la vida de esta.

“El pertinaz gemido del viento” tiene un final aparentemente feliz que pocas veces se logra en la vida real, al menos en los países como el nuestro donde el poder político, militar y policial está coludido con el narcotráfico internacional, porque el grupo de novatos investigadores, apoyado por un fiscal honesto y el acompañamiento de medios de comunicación, logró develar la operación de los malos y que, al menos, fuera separado de su cargo el comisionado Bracamonte.

Aunque descalabrada la operación de Bracamomente y sus jefes en la oscuridad, los diferentes actores del narcotráfico se recompusieron, incluso con la entrada de un grupo narco competidor y queda en el ambiente que la lluvia salvó a la comunidad mayagna, que ellos mismos se salvaron de los narcos, pero que estos continuarían sus operaciones por otros sitios y quizás con otras modalidades.