En pantalla

“ROMA”: el intimismo maximalista de Cuarón brilla en la mejor película de 2018
películas en blanco y negro
Fotograma de "Roma".

Roma es una trama intimista, que Cuarón pinta en un lienzo de magnitud épica. Un mes después de su estreno en Netflix, todavía puede ir a ver “Roma” en la pantalla grande

A pesar del éxito de “Gravity” (2013), Alfonso Cuarón tuvo que recurrir a Netflix para financiar su última película, “Roma”. Los estudios tradicionales no vieron una inversión segura es una pieza de época, filmada en blanco y negro, con una historia eminentemente mexicana. La miopía de los ejecutivos es ahora la ganancia del gigante del streaming, posicionado a llevarse los primeros Óscar de su historia. Así de buena es la película.

El título se refiere a la Colonia Roma, enclave de la clase media alta del Distrito Federal. La acción se desarrolla a principios de los setentas. Nunca escuchamos el apellido de la familia protagonista, pero desde la concepción del proyecto, el director aludió a su naturaleza autobiográfica. El foco de atención no descansa sobre él siendo niño, sino sobre un personaje inspirado en su nana. Cleo (Yalitza Aparicio) es una joven indígena. Mientras ella cuida de los niños y trabaja largas jornadas, el matrimonio de sus patrones se desmorona. Sofía (Marina de Tavira) no puede retener a su lado a Antonio (Fernando Grediaga), un hombre remoto, cada vez más ausente. La inocente Cleo tiene un tentativo romance con Fermín (Jorge Antonio Guerrero), un taciturno experto en artes marciales. No nos extraña que la deje cuando ella le revela que ha quedado embarazada.

Es una trama intimista, que Cuarón pinta en un lienzo de magnitud épica. El realizador, al asumir el papel de director de fotografía, favorece tomas abiertas en el espacio, largas en duración. En calles y edificios públicos, monta retablos que vibran con inmediatez. México entero se erige como un vívido escenario. La Historia, así escrita, con mayúsculas, irrumpe de vez en cuando con furia. Una escena crucial tiene lugar durante el “Halconazo”, funesto episodio en el cual un grupo de paramilitares reprimió con violencia a manifestantes universitarios. El terremoto de 1970 siembra un terrible presagio.

Contribuyendo a la pretensión de realismo, no hay una partitura original que nos dé claves emocionales. Solo escuchamos la música que los personajes escuchan. Sus gustos matizan nuestra percepción de ellos. El antagónico Antonio es introducido escuchando música clásica, usual recurso para designar villanos en el cine popular —este es quizás el momento menos sutil de la película—. Cleo canta pop romántico que suena a través de su modesto radio de transistores. Una fiesta de navidad, en la hacienda del acaudalado hermano de Sofía, es amenizada con un long play del musical “Jesus Christ Superstar” (1973).

En un aislado momento de concordia, la familia entera ríe mientras mira el programa del Loco Valdez. Cleo revolotea alrededor, perteneciendo al grupo sin pertenecer. Se posa tímidamente en una esquina para compartir el momento, pero pronto es conminada a volver a su rol de proveedora de servicio: el doctor necesita tomar un té de manzanilla.

Algunos críticos han acusado al director de idealizar la explotación de las mujeres pobres, que solo pueden recurrir al trabajo doméstico como alternativa de trabajo. En mi opinión, Cuarón reconoce las dolorosas contradicciones que acarrean las asimetrías económicas y la intimidad forzada entre amos y sirvientes. Cleo pertenece y no pertenece a la familia. Nunca puede desligarse completamente de sus obligaciones —vea cómo aun cuando la llevan “de vacaciones”, debe cuidar a los niños—. La dramatización de estas situaciones no equivale a aprobación. El desdén ocasional de los patrones, dispensado con naturalidad por los actores, es congruente con la clase social y la época. En uno de los momentos más reveladores, la abuela (Verónica García) no puede dar el nombre de Cleo en un hospital, porque simplemente no conoce su apellido.

Dedicar una película de este calibre a la experiencia de una mujer indígena no debería ser un acto de rebeldía, pero hoy en día lo es. Tome nota de cómo Cuarón incluso desactiva su “mirada masculina”, y responde a la naturaleza y deseos de su protagonista. Cuando Cleo y Fermín visitan un motel para consumar su relación, es el hombre el que se muestra desnudo ante los ojos de su pareja, revirtiendo, aunque sea por un momento, una larga tradición de objetificación de la mujer.

Un mes después de su estreno en Netflix, todavía puede ir al cine a ver “Roma”. Sus imágenes demandan la pantalla grande, pero es la revolucionaria mezcla de sonido, vital y envolvente, la que justifica el precio de la entrada. Eso, y el hecho de que estamos ante la mejor película del año 2018.

“ROMA”
Dirección: Alfonso Cuarón
Duración: 2 horas, 15 minutos
Clasificación: * * * * * (Excelente)
* Proyectándose en Cinemas Galerías y disponible en Netflix