Música
Joaquín Sabina no solo renovó el rock en español, sino que a diferencia de Rubén Darío, que salió de Nicaragua hacia España para consagrarse como príncipe, llegó a este lado del Atlántico para convertirse en ídolo
La primera vez que lo escuché estaba sentado en un balcón que daba hacia el pasmado oleaje del lago Xolotlán. Tenía 13 años y todas las tardes iba a la oficina de publicidad que mi madre había montado con un buen amigo catalán de la familia. La oficina funcionaba en un pequeño chalecito, de esos que sobrevivieron al terremoto del 72 en la Loma de Tiscapa. La música era la regla en ese espacio.
El de los playlists era el amigo catalán. Nunca prestaba atención a las canciones que sonaban. A esa edad hacía lo que hacen todos los hijos en los trabajos de sus papás: nada. Pero recuerdo aquella tarde en particular. Estaba nublado. Al balcón se asomó esa voz agrietada acompañada de una armónica que abemolaba cada compás:
Y los peces de colores de mis botas
Y tus marchitos zapatitos de tacón
Locos por naufragar
Salieron a bailar
Al ritmo de la lluvia sobre las capotas
El rocanrol de los idiotas
La composición me atrapó. Le pregunté al español quién cantaba, pero estaba ocupado y no me atreví a interrumpirlo. Pronto olvidé la curiosidad. No sé cuántos años pasaron para enterarme que a quien escuché en aquel balcón se llama Joaquín Sabina. Tampoco tengo claro cuándo se volvió mi cantante de cabecera. Lo cierto es que he esperado más de 14 años por Sabina, para verlo cantar en vivo y este sábado tres de marzo por fin lo veré sobre las tablas del Teatro Nacional Rubén Darío.
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La analogía no podría ser mejor. Sabina —que alguna vez en su vida renegó de ser llamado poeta— trae su crónica poética al teatro que lleva el nombre de Darío, el de la Sonatina y las princesas con las bocas de fresa. El Rubén de la 69 Punto G. Así como Rubén Darío renovó la lengua española, despojándola de anquilosados aparejos, podría decirse que Sabina hizo lo mismo con el rock en español.
De los versos al pentagrama
Desde Inventario hasta Lo Niego Todo, Sabina ha construido un estilo demasiado propio: Es aquel que ayer no más perseguía las formas de Dylan, Brassens, los Rolling Stone, el verso humano de Vallejo y la canción desesperada de Neruda.
“Creo que los libros que nos cambian y que nos ayudan a elegir caminos son los que leemos entre los 14 y los 25 años”, dijo Sabina en una entrevista.
Pero antes fueron los versos rimbombantes. Los que su padre, el inspector de policía, escribía. Letraherido como su progenitor, Sabina heredó el romance y el endecasílabo. Sonetos a lo Quevedo y a lo Garcilaso. Luego vendrían los días universitarios en Granada junto al poeta Pablo del Águila: Vanguardismo y alucinación. Versos sociales y cotidianos. Eso define al futuro cantautor: La autoreferencialidad, la crónica poética, la canción protesta y la posguerra, por citar algunas características.
Sabina vuelca los versos en los pentagramas. Las combina para formar el armazón de su estilo. Él mismo lo ha dicho, no es el Dylan en español, pero es algo parecido a Bob y, también, a Leonard Cohen. Los años de su exilio en Londres moldearon a Sabina musicalmente: Camina por el folk rock gringo, jazz, rocanrol, y luego country, blues, pop… un cantante eléctrico con mimetismos insospechados.
En el repertorio sabinista entra el romanticismo, pero uno crudo parecido al de Luis Cernuda. Amores en trajes grises. “Es memoria sentimental de varias generaciones de hispanohablantes”, precisa Julio Valdeón, uno de sus biógrafos más completos. “La melancolía es un terreno agridulce en el que las canciones crecen mucho mejor”, cree Sabina por su parte. Joaquín está allí para recordar que las rosas tienen espinas.
Romanticismo crudo
Y está el Sabina de los amores libres, sin ataduras; de lujurias de una noche, de cenicientas de saldo y esquina. Pero siempre entran en juego los sin embargo…
No debería contarlo y sin embargo
Cuando pido la llave de un hotel
Y a media noche encargo
Un buen champán francés
Y cena con velitas para dos
Siempre es con otra, amor, nunca contigo
Bien sabes lo que digo
Y está el Sabina irreverente, el del humor cáustico. Joaquín es un crápula que cae bien. Así como caía Javier Krahe, su otro compinche en La Mandrágora. Sabina es profano de la corrección política que abunda en estos días. Está contra los provincianismos y las secesiones. Es militante de la libertad. Sabina que lo ha entendido después de involucrarse con etarras y tomado posturas de izquierda, y en particular en la Latinoamérica de su corazón. Sabina en Cuba, en Argentina y México. Pero su música habla por él: “Tenemos cenizas de revoluciones”. Su obra permite apreciar al artista, al hombre y sus ideas.
Y está, por supuesto, Sabina, el santo patrono de la bohemia: El sexo, el rock y la droga. Aura de rockstar despeinado, mujeres, tragos y rayas blancas, que se redimía cada vez que subía el escenario para luego volver al exceso. Es todo un mito que ha consumido la vida a granel. No ha dosificado los placeres y en cambio los ha derrochado, parafraseando a su cuate Serrat. “Juglar de asfalto” que cantó en bares durante el exilio londinense y después, tras los éxitos como Pongamos que hablo de Madrid, consolidó el sabinismo en España y en Hispanoamérica.
Reconocemos a Sabina aunque lo niega todo
El accidente isquémico cerebral leve que sufrió en 2000 lo obligó a buscarle otra vuelta a la vida. Más recatado en algunos quehaceres pero nunca abstemio. La retrospección de su vida la plasmó en su último disco Lo Niego Todo, obra responsable de traerlo a Nicaragua. Con 69 años recién cumplidos, los versos y los bombines de Sabina siguen al pie del micrófono. Lo Niego Todo nos trae al Joaquín que conocemos, pero con audacia: Sabina en clave de reggae. Este tres de marzo ha sido esperado por largo tiempo, después que la fecha inicial del concierto en Managua fue pospuesta debido a la salud del cantante. Sabina ha tenido pequeños percances durante la gira. El último sucedió en México: un desvanecimiento le causó un golpe al ojo. Ya sabemos que él ha vivido no para vivir cien años, pero deseamos que todo vaya bien con Joaquín el sábado y por largo tiempo más.
Sabina ha embelesado a auditorios enteros con el disco que lo regresó a los escenarios, pero las canciones de sus viejos elepés son las responsables del paroxismo en el público. Porque Sabina, aunque lo niegue todo, es más de cantar a la orilla de la chimenea a las rubias platino durante 19 días y 500 noches. De brindar en el bulevar de los sueños rotos aunque los bares estén cerrados por derribo. Que le sobren los motivos con las princesas en la calle melancolía, mientras a las aves de paso les llueve sobre mojado. Joaquín Sabina esencial en madrugadas que no tienen corazón, que luego es peor para el sol.
Resulta irónico que durante todos estos años que he seguido a Sabina, nunca pude siquiera tener un disco original de él. Fue hasta en diciembre de 2016 que pude comprar 500 Noches para una Crisis en Directo, en el que Joaquín y la banda explosionan el Luna Park de Argentina. A lo lejos divisé la portada negra del disco con la firma de Sabina resaltada en dorado, mientras husmeaba en un mercadillo de Coyoacán. De inmediato corrí al vendedor de discos y lo pedí sin reparar en el precio. Fue una casualidad simbólica. México ha hecho de Y nos dieron las diez una de las más tarareadas de Sabina. Incluso conocía el estribillo con deje ranchero antes de aquella tarde en el balcón del chalecito de Managua, cuando quise saber quién cantaba el Rocanrol de los Idiotas.
Los mariachis entonan la de Joaquín con el mismo rigor que las de Agustín Lara, Jorge Negrete y Pedro Infante. El joven que salió de Úbeda con la guitarra que le regaló el papá comisario, no solo renovó el rock en español, sino que a diferencia de Rubén Darío, que salió de Nicaragua hacia España para consagrarse como príncipe, llegó a este lado del Atlántico para convertirse en ídolo… Un Ídolo a Nado como los de Monsiváis. Joaquín suele decir que cuando escucha Y nos dieron las diez en la Plaza Garibaldi todavía se sobrecoge. Aunque visite varias veces México, para “un hombre de arte” como Sabina, en “todo viaje hay algo de sentimental”, según el poeta cuyo nombre —como hemos dicho antes— lleva el teatro donde Joaquín Ramón Martínez Sabina cantará el sábado Managua.