Que todo está patas arriba no es nada nuevo. Solo hay que salir a la calle y la realidad empieza a vencer cualquier ficción. Ya no se diga si uno revisa las redes sociales, lee los periódicos o ve algo de televisión. Una de mis sensaciones cotidianas ante esto, es la de no saber si reír o llorar, además de unas intensas ganas de gritar como Mafalda en una de sus tiras: “¡paren el mundo que me quiero bajar!”.
En agosto de 1998, un hombre llamado Eduardo Galeano (Montevideo 1940- Montevideo 2015) terminó de escribir un libro. Hasta ahí nada raro porque para aquel momento, ese hombre ya era un escritor consagrado. Sin embargo con esta obra logró ponerle nombre a la situación del fin de siglo (y de milenio) y predijo a grandes rasgos la que se avecinaba: “Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies”.
Entonces nació Patas arriba, la escuela del mundo al revés. Un texto para enloquecerse, sobre todo por la lucidez y el humor con los que Galeano enumera las mil y un maneras en las que el planeta se ha desquiciado: “la cultura se está reduciendo al entretenimiento, y el entretenimiento se convierte en brillante negocio universal; la vida se está reduciendo al espectáculo, y el espectáculo se convierte en fuente de poder económico y político; la información se está reduciendo a la publicidad, y la publicidad manda”.
La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas…
— Eduardo Galeano (@EduardoGaleano) 8 de noviembre de 2009
Tenemos entre manos una escuela con un programa de estudios bastante peculiar: asistimos a cursos básicos de injusticia, racismo y machismo; nos enseñan cómo elaborar enemigos a medida, cómo triunfar en la vida y ganar amigos y recibimos clases magistrales de impunidad y lecciones de la sociedad de consumo. Y si los nombres suenan disparatados, el contenido de las cátedras lo es más, pero valga aclarar que de ninguna forma son un elogio a los vicios de la sociedad. No. Son señalamientos que van duro y al centro. Dardos bien lanzados. Y para que no quede duda, al final de cada capítulo hay una lista con las fuentes consultadas, o sea, el mal andar del mundo no es solo una percepción personal si no que hay datos, cifras, estudios, Historia, publicaciones periodísticas, anécdotas, chistes y no tan chistes que lo confirman.
Eduardo Galeano no se compadece por nadie. Sí, también habla de Nicaragua. Critica por igual a los militares, políticos, economistas, tecnócratas, empresarios, medios de comunicación, cadenas de comida rápida, religiosos, reyes, reinas, los de abajo, los de arriba y los del medio. Dos ejemplos, primero: “El campeonato mundial de fútbol del 98 nos ha confirmado, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald’s no puede faltar en la barriga de un buen atleta”. Segundo, refiriéndose a los “días de compra obligatoria” (Día del Niño, Día del Padre, Día de la Madre, Día del Abuelo, Día de los Enamorados) afirma que “al paso que vamos, pronto tendremos días que rendirán homenaje al Canalla Desconocido, al Corrupto Anónimo y al Trabajador Sobreviviente”.
Al inicio noté el libro como un extenso lamento por el pasado, presente y futuro de la sociedad. Galeano me parecía un tipo amargado y de expresión grave que todo lo encontraba mal puesto, mal hecho, mal contado, mal distribuido. Pero a medida que avancé en las páginas lo fui descubriendo como ese prisionero que logró escapar de la caverna de la que hablaba Platón, ese que dejó atrás el encierro y las sombras de lo establecido, de lo que así fue, así es y así será por los siglos de los siglos y se aventuró a contar qué hay más allá de las sombras, cómo son las cosas bajo la luz del sol.
Con lo anterior no quiero decir que el autor uruguayo sea el elegido que viene a decirnos cómo es el mundo real y por qué está como está. No. Más bien, fue el que se tomó la tarea de hacerlo, como él mismo dijo en una entrevista a la revista electrónica Sin Permiso:
“Hay mucha gente que trae la otra historia, pasada y presente. La tarea mía es la de revelar la realidad que viene enmascarada. Yo sé que la realidad es neblinosa, contradictoria, difícil de descifrar, misteriosa, pero también es verdad que hay máscaras interesadas que nada tienen de inocentes y que son impuestas por un sistema que oculta, tergiversa, disfraza, miente. Entonces el gran desafío para quien escribe, creo, en mi caso por lo menos, es la revelación de esa historia escondida, lo que fue, lo que es, pero también a partir de una necesidad de celebración”.
Celebración. Es verdad, eso también está presente en el libro desde el color naranja de la edición de Siglo Veintuno Editores y el traje multicolor del bufón que ocupa la portada, un irreverente personaje que saca la lengua y apunta hacia el cielo con pose desafiante. Y no es casualidad que haya un bufón en la tapa de Patas arriba, recordemos cuál era la labor de un bufón: hacía reír al rey, pero también era prácticamente el único que, de broma en broma, le decía la verdad. También hay celebración en los grabados del mexicano José Guadalupe Posada que van engalanando el texto a la vez que se enlazan con él. Son hermosos y a veces aterradores, no hay que perderlos de vista.
Dicho esto, “Patas arriba. La escuela del mundo al revés” es una obra sin desperdicio de la que se aprende en cada página, una obra recomendada para todos los antisistema, pero también para los soñadores que luchan por un planeta distinto, es una biblia de la memoria, una invitación a ver más allá del vaso medio lleno o medio vacío, es el convencerse de que, como bien expresó Eduardo, “aunque estamos mal hechos, no estamos terminados; y es la aventura de cambiar y de cambiarnos la que hace que valga la pena este parpadeo en la historia del universo, este fugaz calorcito entre dos hielos, que nosotros somos”.