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¿Son las mascotas parte de nuestras familias?
Ilustración: Olga Sánchez | Niú

     

Al crecer los animales siempre fueron parte fundamental de mi vida. Estaban ahí para ser los protagonistas de mis aventuras exploratorias en el patio de la casa y también me acompañaban mientras lloraba por algún regaño de mis padres. Eran para mí y para mi hermano, nuestros inseparables compañeros.

Entre ellos, recuerdo al Bobby, al Bandido, a la Dulzura, a Píndaro y a Milingo (sí, en mi familia todos tienen nombres extraños, hasta las mascotas) corriendo conmigo de arriba abajo, restregándose en mis piernas para llamar mi atención.

También estaban mis gatos, la Minerva, la Rolanda, Rorro, Gaturro, la Espumilla, Miruco, la Zulinda, entre otros tantos que se acercaban para que los acariciáramos mientras veíamos tele, o se escabullían para dormir con nosotros sin ser detectados.

Yo crecí rodeada de animales y la verdad es que vengo de una familia en donde es imperativo tener un perro, un gato o una lora en casa. Forman parte de la alegría del hogar.

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Siempre he pensado que los animales traen felicidad y ahora, por fortuna, la ciencia me respalda. Investigadores del departamento de ciencias animales de la Universidad Azabu en Sagamihara, Japón, descubrieron que los seres humanos aman a sus perros de la misma forma que lo hacen con sus hijos. Lo bueno es que el sentimiento es mutuo, descubrieron los científicos.

Encontraron en su investigación que la oxitocina se produce en el cerebro humano cuando mirás a tu perro y en el cerebro del perro cuando está mirando a su dueño.

La oxitocina es conocida por desempeñar un papel importante en el desencadenamiento de sentimientos de amor incondicional y protección cuando los padres y los niños se miran a los ojos o se abrazan.

«Estos resultados sugieren que los seres humanos pueden sentir afecto por sus perros, similares a los sentidos hacia los miembros de la familia humana», dijo el doctor Miho Nagasawa, al periódico The Telegraph en Reino Unido.

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«La oxitocina desempeña un papel primordial en la regulación de los vínculos sociales entre la madre y los bebés y entre parejas sexuales”, añadió el especialista.

En Semana Santa, mientras muchos vacacionaban, yo me quedé en casa a asistiendo a mi perra en su parto. Nunca fue mi plan que llegara a tener hijos, pero un error de cálculo y un descuido hicieron que se embarazara de mi otro perro, Caruso. La Layla, “mi perrihija” es mamá, y yo estoy sufriendo por ella.

La vi con los dolores de parto, y aunque sé que lamentablemente esto es parte de la naturaleza, no dejaba de sufrir. La vi acomodarse con los cachorros, darles de mamar y me alegré por el milagro de la vida. Procuré que lo hiciera en el espacio más cómodo posible.

Ahora estoy criando a los cachorros, son cinco hembras y un macho, todos negritos (y bellos). Mientras crecen y puedo buscarles un hogar amoroso donde los quieran (yo quisiera quedármelos pero no me da la bolsa) los disfruto. Los perros son familia y ellos son parte de la mía.

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Iván Olivares: Se llamaba Loba Rocha y era mi (nuestra) hermana

Soy el mayor de mis hermanos, y aunque los seis todavía estamos vivos, hay una que ya no lo está: La Loba, nuestra perra, nuestra mascota, nuestra hermana, que vivió entre agosto de 1974 y agosto de 1986. La Loba llegó a nuestras vidas en un cambalache por un pájaro carpintero, cuando yo tenía ocho años, y nos quisimos desde que nos vimos.

Era una perra de pelambre café rojizo, absolutamente obediente, que entendía quién era bienvenido en casa y quién no, y si ella se confundía, bastaba un grito, una sola palabra “¡Loba!”, para que dejara entrar al (para ella) desconocido.

Eran tiempos duros en los que no había dinero extra para comprar alimento especialmente para ella, por lo que tenía que compartir lo poco que podíamos darle o dejarle. Pese a todo, era capaz de contemplar con tristeza un pedazo de carne que hubiera caído al suelo por error, sin llegar a tocarla si ya había recibido la advertencia verbal de que no debía hacerlo.

mascotas
Parte del rostro de la Loba es apenas visible en esta foto familiar tomada alrededor de 1976, en donde aparece Iván Olivares (el primero de arriba a la derecha) y tres de sus hermanos, así como su madre Luisa y dos vecinos.

Tuvo varios partos, casi todos muy numerosos, y así como ella tenía su nombre propio y su nombre secreto (Chuibi Luibi, cuyo significado ya no recuerdo, y que creo que puedo revelar sin cometer una infidencia, habida cuenta que ya han pasado más de tres décadas desde su muerte), así también sus crías tuvieron nombre propio: a una camada, la bautizamos con nombres de planetas. A otra, de alimentos, y así…

Al inicio, nosotros corríamos más rápido que ella, que era un bebé. Luego, las velocidades se fueron equiparando, hasta que sus cuatro patas le permitieron correr más rápido que nuestras dos piernas. Con el pasar de los años, ella ya no corría tanto y no podía competir con nosotros, cuatro muchachos jóvenes.

Recuerdo haberla visto por última vez el 8 de agosto de 1986 al llegar a casa para disfrutar un permiso de tres días otorgado por mis jefes en la unidad donde prestaba servicio militar. No me reconoció ni por la vista ni por el olfato, y solo supo que era yo hasta que le hablé. Algún tiempo después me dijeron que probablemente la atropelló un vehículo mientras cruzaba la calle, pero no supimos dónde, cuándo ni cómo murió mi (nuestra) hermana Chuibi Luibi, la Loba Rocha. Esa perra excepcional.

Franklin Villavicencio: La llegada de Bruno

Bruno una mezcla de Yorkshire y French Poodle. Llegó a nuestras vidas cuando tenía un mes de nacido. Era una bolita negra y peluda que apenas se sostenía en sus patitas. Todos en la casa pensamos que su adaptación sería difícil y que serían largos días de llantos y aullidos, pero no fue así. Lo que sí notamos era su cara de perdido. No conocía su nuevo hogar y tampoco estaba acostumbrado, pero eso solo duró una semana.

Sentía miedo que su personalidad fuera arisca, porque en sus primeros días solo pasaba tirado en un rincón. Pero a los meses se volvió el ser más hiperactivo que ha puesto en pie en nuestra casa.

Su llegada cambió muchas cosas. Mi familia nunca ha visto con buenos ojos a las mascotas: “mucha responsabilidad”, “no son capaces de cuidarlo”, “se les va a morir”, eran algunas frases que nos decían a mi hermana y a mí. Pero en cuanto Bruno llegó, fue como si hubiera ablandado todos los corazones. No le encuentro una explicación racional a esto. Tal vez la ciencia tenga una razón, yo solo pienso que es la versión más pura del amor manifestado en un ser.

Te invitamos a compartirnos tu historia con tus mascotas

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