En pantalla

Spielberg cumple su promesa musical con el triunfo de “West Side Story”
West Side Story

El cine es artificio, pero Spielberg apunta a buscar autenticidad cómo se pueda y dónde pueda. En la primera escena, introduce a los “Jets” trabajando juntos en un sitio de demolición

     

Hay dos audiencias para “West Side Story”: los que conocen el filme original y los que vienen a la nueva versión dirigida por Steven Spielberg con ojos nuevos. Son tres públicos, en realidad, sí sumamos a los que han tenido la suerte de ver un montaje teatral. Después de todo, nació como una obra musical en Estados Unidos. No importa qué referencias tenga el espectador, quedará satisfecho con esta vigorosa y apremiante versión.

Estamos en el Nueva York de los años 50. Los arrabales donde vive la clase trabajadora son escenario de una guerra territorial. Una pandilla de hijos de inmigrantes irlandeses y polacos, unidos por la blancura de su piel, hostiliza a los puertorriqueños. A pesar de ellos, florece un incipiente romance entre Tony (Ansel Elgort) y María (Rachel Zegler). Él es fundador de los “Jets” y mejor amigo de Riff (Mike Faist), su líder putativo. Ella es la hermana de Bernardo (David Álvarez), boxeador aspirante y líder de los “Tiburones”. Machista y sobreprotector, recluta a su amigo Chino (Josh Andrés Rivera) como cuñado. Pero cuando Tony y María se conocen, la suerte está echada.

Es ingrato comparar la clásica versión de Robert Wise (1961) con esta. Cada una es producto y reflejo de su tiempo. Sin embargo, es notable la astucia de la adaptación ejecutada por el dramaturgo Tony Kushner. El concepto original de escenificar “Romeo y Julieta” entre delincuentes juveniles se mantiene, poniéndolo al día con la sensibilidad racial de nuestros tiempos. La igualdad entre los bandos no es una revelación abonada por la tragedia. Es patente desde el inicio. Ambos son víctimas del progreso capitalista, listos para ser desplazados por la construcción del Lincoln Center. El progreso material los aplastará a todos por igual. Si los protagonistas no lo ven, es porque están cegados, concentrados en atrincherarse en sus diferencias culturales y raciales.

El cine es artificio, pero Spielberg apunta a buscar autenticidad cómo se pueda y dónde pueda. En la primera escena, introduce a los “Jets” trabajando juntos en un sitio de demolición. Estamos en las entrañas de la ciudad, un monstruo de cemento en constante estado de destrucción y reinvención. Los “Tiburones” son interpretados por artistas de origen puertorriqueño y/o hispano, en todos los tonos de piel que nos caracteriza —Rita Moreno, la actriz que ganó un Óscar por Anita en la versión anterior, tuvo que usar maquillaje corporal oscuro, porque era demasiado “blanca”—. Aquí, la electrizante Ariana DeBose hereda el papel. Su piel negra contrasta con el moreno claro de Bernardo y la blanca María. En una discusión de pareja, llama la atención sobre el racismo colorista — “porque soy prieta” —, reclama ante un comentario poco generoso de su amado.

Spielberg es un maestro del lenguaje audiovisual, y cada escena es un soberbio ejercicio de puesta en escena. Tome nota de cómo establece igualdad entre Tony y María. La primera vez que los jóvenes amantes cruzan miradas es a través de las parejas que bailan frenéticamente en el gimnasio de una escuela. Vemos a cada uno en una toma con “dolly” de eje horizontal, reflejo una de la otra. Quisiera que siguiera filmando musicales, por el resto de su carrera.

La promesa de la escena inicial de “Indiana Jones in the Temple of Doom” (1984), con Kate Capshaw cantando “Anything Goes!” en un ‘nightclub’ se cumple con creces.

No soy muy versado en danza, pero puedo distinguir como los “Jets” despliegan movimientos de ‘swing’ frente al mambo de los latinos —el coreógrafo original Jerome Robbins recibe crédito en esta nueva versión—. Las canciones del recién fallecido Stephen Sondheim, genuinos ‘standards’ del teatro musical, suenan como nuevas en las voces del reparto.

Además de ser un triunfo estético, es una proeza de casting. Rachel Ziegler, norteamericana nieta de colombianos, es una revelación como María. Nada fácil, considerando que ocupa uno de los papeles más emblemáticos de Natalie Wood. Elgort es flojo, el material lo eleva sobre sus limitaciones. DeBose hace suya a Anita, y bien podría seguir los pasos de Rita Moreno, llevándose un Óscar. La legendaria actriz está en el centro de la movida más audaz de los realizadores: cambiar al personaje del tendero Doc en Valentina, puertorriqueña viuda de un gringo blanco. Más que un homenaje nostálgico, es la brújula moral de la película de “West Side Story”.

“Amor sin barreras”
(West Side Story)
Dirección: Steven Spielberg
Clasificación: * * * * * (Excelente)