Sería fácil desestimar la nueva película de Steven Spielberg, como una concesión hecha al público juvenil. Una golosina taquillera diseñada para atraer “gamers” al cine, esa vieja fuente de entretenimiento que ha perdido terreno ante el avance de los videojuegos en el imaginario popular. Pero este director no necesita desvirtuar su esencia para mantenerse vigente. En la reciente “The Post”, Spielberg empleaba un episodio histórico para comentar sobre un asunto de principios –el valor de la libertar de expresión– de rabiosa actualidad. Con “Ready Player One”, medita sobre cómo vivir y distraerse se han convertido en la misma cosa.
En el año 2045, el mundo virtual OASIS es una realidad paralela, y la principal fuente de entretenimiento. Imagine todas las plataformas de videojuegos, redes sociales, películas, libros y programas de televisión fundidos en un medio al que cualquiera puede acceder con un un visor y trajes especiales. Los “jugadores” ganan y pierden monedas virtuales. En el mundo real, usan dinero de verdad para comprar accesorios, ropa, armas y vehículos que solo existen como líneas de código. Los pobres juegan para escapar de sus estrecheces. Cuando se endeudan más allá de sus medios, son intervenidos por IO, una empresa que los pone a “trabajar” en línea.
Pero el pingüe negocio puede colapsar. Su creador, John Halliday (Mark Rylance), ha muerto dejando como único heredero a la persona que pueda encontrar tres llaves ocultas en su mundo virtual y resuelva una serie de acertijos. Nuestro protagonista, Wade (Tye Sheridan), es un muchacho huérfano y pobre. Uno de tantos que idolatra al programador y sueña con ganar. En su camino se interpone IO, que quiere “hackear” la competencia para controlar OASIS e inundarlo de publicidad. Su representante es Sorrento (Ben Mendelhson), un despiadado ejecutivo.
Formalmente, “Ready Player One” tiene la estructura de un videojuego, que a su vez viene de la literatura: un héroe emprende un viaje sembrado de pruebas que debe superar para conseguir un premio en el final. Los acertijos en el mundo virtual de OASIS, están conectados con la vida de su creador. Cada uno es un “huevo de pascua”, a como se llama a las pequeñas sorpresas ocultas en juegos. OASIS tiene la naturaleza omnívora del internet. Coexisten múltiples productos de cultura popular. Cada detalle se puede convertir en una referencia, una pieza de trivia que es parte de un todo indefinido. Spielberg comenta sobre la manera en que ahora consumimos estos productos, y cómo su contexto original es elusivo e inalcanzable.
Una extensa secuencia tiene lugar en el Hotel Overlook, el mismo de “El Resplandor”, filme de Stanley Kubrick basado en la novela de Stephen King. Es un delicioso ejercicio de apropiación, que toma medida de los límites del aparente estado de gracia en que vivimos. No vemos “El Resplandor”, sino su escenario y algunos personajes, reducidos a piezas de un juego. El espectador puede experimentar placer en el reconocimiento –en la medida en que yo puedo descifrar la referencia–, siento que la película está hecha para mí. En el mejor caso posible, quizás la referencia conduzca a los espectadores jóvenes al trabajo de Kubrick, convenientemente disponible en DVD, Blu Ray y streaming. En el peor de los casos, se reduce a una curiosidad, un hotel raro donde aparecen dos niñas vagamente perturbadoras y una vieja zombie en una bañera. El sentido de propiedad que puede tener el primer consumidor de “The Shining” se enfrenta al del novato. ¿Cuál es la experiencia “legítima”? ¿Quién ve “El Resplandor” real? ¿Existe tal cosa?
Estas ideas están ocultas, cual “huevos de pascua”, en un filme frenético y abrumador. Estos no son defectos, sino características. Spielberg sigue siendo el mejor director de acción de nuestro tiempo. Tome nota de la claridad de su puesta en escena, en la carrera que culmina en Central Park, con King Kong haciendo las veces del “jefe final”. El mono gigante destruye edificios falsos de un manotazo, pero nada más demoledor que la frase que el fantasmagórico Halliday dispensa: “Solo la realidad es real”. Puede sonar a banalidad, pero en esta era de distracción permanente y noticias falsas diseñadas a la medida de los poderosos, debe ser dicha, una y otra vez, como si fuera un mantra.