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Cine.
La segunda saga de ciencia ficción más longeva de la historia del cine y la televisión cumple 50 años
Me di cuenta que tenía que escribir este artículo para aclarar algunas cosas acerca de Viaje a las Estrellas, cuando me pidieron que explicara cuál es la «gran» diferencia entre Star Trek y Star Wars.
¿What?
La petición (bienintencionada, debo aclararlo), me recuerda aquella foto, famosa entre nosotros los trekkies (aficionados a Viaje a Las Estrellas), en la que una despistada jovencita hacía el saludo vulcano… mientras acudía a ver la última película de Star Wars (La Guerra de las Galaxias).
Eso es más o menos lo mismo que le ocurre a algunos cantantes que llegan a un país (por decir algo, Chile) y gritan ante el público “¡Viva Bolivia!”, o “¡Buenas noches, Paraguay!”
Como sea, perdónenme pero no hay comparación. Cualquier confusión es, cuando menos, imperdonable. Digna de ser castigada con una condena a cadena perpetua en la colonia penal de Rura Penthe; o a enfrentar a un borg, armado únicamente de un cuchillo; o a viajar horas de horas en compañía de Spock (o de Data, o de Odo, o de Tuvok), condenados a hablar únicamente de lógica. Los aficionados a Star Trek entenderán lo terrible de estas penas, que equivalen a ser deportados a Siberia, a enfrentarse a un enemigo blindado sin armadura, o viajar con un robot que no entiende qué es la risa.
Aunque me gustan ambas series y los universos creados alrededor de ellas, soy fan declarado de Viaje a Las Estrellas. Prefiero sus valores, su confianza en que la humanidad sabrá sacar lo mejor de sí misma y elevarse hasta las estrellas. Al final de cuentas, en Star Trek, los humanos y el planeta Tierra son (somos) el centro de la historia, mientras que Star Wars ocurre en una galaxia ‘muy, muy lejana’, con personajes y especies en las que la humanidad, y nuestro pequeño planeta azul, no tocan ningún instrumento.
Es cierto que los ‘warsies’ (fanáticos de la Guerra de las Galaxias, o Star Wars), argumentarán que su saga es más exitosa comercialmente, y tienen razón, aunque ello me recuerda una respuesta del cantante Dyango, cuando le preguntaron que quién era mejor cantante, él, o Julio Iglesias.
—Yo—, contestó orgulloso.
—Si, pero él vende más discos que usted—, le respondieron.
—Yo soy mejor cantante, pero él sabe vender mejor—, aclaró.
¡Bravo, mi Dyango!
Creo que eso mismo pasa con Star Trek, que esta semana estrena en Nicaragua su décimo tercera película, titulada en español “Más Allá”. No la he visto, pero lo poco que puedo comenzar diciendo es que en esta película veremos la destrucción de la nueva Enterprise, que duró sólo tres episodios: ‘Un Nuevo Comienzo’ (2009); ‘En la Oscuridad’ (2013), y ahora ‘Más Allá’.
La película saldrá coincidiendo con el 50 aniversario de la que es la segunda saga de ciencia ficción más longeva de la historia del cine y la televisión.
Ahora, en la tercera película de lo que se denomina la ‘línea Kelvin’, (para diferenciarla de la ‘línea original’) se destruye la nave Enterprise, la NCC-1701, al ser atacada por las fuerzas de Krall, el nuevo villano interpretado por Idris Elba, empeñado en destruir a la Federación Unida de Planetas.
Sin nave (o sea, sin phasers, sin torpedos, ni velocidad warp), y sin tripulación, Kirk, más Spock (el joven), junto con el resto de oficiales y el apoyo de la guerrera alienígena Jaylah, tendrán que contar con su único recurso (ellos mismos), para resolver la catastrófica situación en que se encuentran sumidos.
Desde luego, esa es la constante de Viaje a las Estrellas.
Desde que en 1966, el capitán Kirk, (interpretado por William Shatner) se hizo con el mando de la Enterprise, pasando por sus sucesores (Jean Luc Picard en la Enterprise-D, Jonathan Sisko, en el Abismo Espacial 9, o la capitana Katherine Janeway, en el Voyager), todos han tenido que combinar la poderosa tecnología disponible del siglo 23 en adelante, con el ingenio, la entrega y la suma de todas las individualidades, para imponerse a los más grandes desafíos.
Al final, Viaje a las Estrellas es un gran canto a la humanidad. A lo que podemos hacer cuando empeñamos lo mejor de nosotros mismos: desde nuestra infinita imaginación, hasta nuestra capacidad para sacrificarnos por los demás.
Solo así se explica que a pesar de haber llegado última al concierto de las civilizaciones avanzadas, la Tierra sea la sede física y la cabeza de la Federación, de la Academia Estelar (donde se forman las nuevas generaciones de oficiales que servirán en las naves espaciales), y de la misma Flota Espacial, o que la humanidad haya sido capaz de retar –y sobrevivir en el intento- a los poderosos y belicosos imperios Klingon y Romulano, además de enfrentar y vencer más de una vez, a los aún más poderosos Borgs.
Se nota que me encanta Viaje a Las Estrellas, ¿verdad?
Para mi suerte, dos de mis cuatro hermanos –además de mis hijos- comparten el gusto por esta serie, de modo que es más fácil tener con quien ir a ver sus películas, y conversar sobre el tema, sin tener que explicar qué es la ‘Maniobra Picard’, cuántos bancos de torpedos lleva la Enterprise-D, o cómo la imponente nave trimotor capitaneada por William Ryker, salva la situación en el último enfrentamiento de los humanos con el todopoderoso ‘Q’.
Espero que todos podamos ir a verla. Juntos. No una, sino, quizás, dos veces. Para disfrutarla. Para maravillarnos por lo que puede hacer la magia del cine. Pero más que eso, para seguir alimentando mi esperanza de que esta humanidad sí es capaz de elevarse sobre sus miserias, y viajar lejos, «adonde nadie ha llegado nunca».