El dramaturgo Peter Morgan encuentra un nuevo sentido de urgencia en la cuarta temporada de “The Crown”, su carta de amor envenenada a la monarquía. A estas alturas, ya ha encontrado equilibrio entre dos actitudes irreconciliables: los detractores que los ven como parásitos, y los fanáticos que los idolatran. En esta cuarta temporada, su control es puesto a prueba por la inclusión de dos personalidades reconocibles y divisivas: la primera ministra, Margaret Thatcher, y Lady Diana Spencer.
La Reina Isabel, remota y protegida por capas de protocolo, es una ‘tabula rasa’ para las actrices que la han interpretado en la serie —Claire Foy en las primeras dos temporadas, Olivia Colman en las dos siguientes—. Thatcher y Spencer son celebridades, de imagen y manierismo conocidos. Por eso, los trucos actorales se vuelven más manifiestos. La imitación se funde con la interpretación. El vestuario y los peinados se vuelven poderosas armas de persuasión.
Esto no es un demérito al trabajo de las actrices. Gillian Anderson construye a su “dama de hierro” ahorcando su voz meliflua y moviéndose como Nosferatu en ropa de señora —para los que la conocimos como la agente Dana Scully en la serie “The X-Files” (1993 – 2018), esta es una experiencia alienante—. Emma Corrie la tiene más difícil como Diana Spencer. La princesa telegénica ocupa un espacio muy grande en el imaginario público, pero ella logra infundir humanidad en la celebridad. Morgan y Corrie remarcan un punto fácil de obviar a la hora de contemplar la vida de la Princesa de Gales: cuan joven e inmadura era a la hora de acceder a la propuesta de matrimonio. Habiendo visto las tres temporadas pasadas, tenemos una buena noción de la distancia que hay entre el cuento de hadas y la realidad —al menos, la “realidad” qué Morgan fabrica—. Sabiendo cómo terminó sus días, este arco narrativo en una tragedia en cámara lenta.
Morgan tiene una estrategia narrativa clara: seguir la línea temporal de la historia, deteniéndose en momentos puntuales para encapsular pequeños dramas contenidos en sí mismos. Algunos están definidos por un evento particular —véase el episodio cinco, “Fagan”, sobre un desempleado victimizado por las políticas de Thatcher, que invade el palacio para contarle a la Reina lo que pasa—. Este capítulo pone en evidencia un motivo recurrente. Los aristócratas podrán ser los personajes principales, pero “The Crown” siempre está alerta al mundo afuera, y la gente que trabaja engrasando los engranajes de esta máquina de poder. Diana trata de vivir entre los dos mundos, pero no puede vencer su insularidad.
Otros capítulos se definen por un eje temático. En el episodio seis, “Favorites”, la reina visita a cada uno de sus cuatro hijos para descubrir si tiene un favorito. Las conversaciones revelan variables de infelicidad que sorprenden a la monarca, cómoda en su estoicismo. Apelar a nuestra simpatía por estos pobres niños ricos es efecto colateral de concederles humanidad. En una escena pueden comportarse como monstruos, y en la siguiente casi colapsan de vulnerabilidad.
Morgan no ofrece condena abierta o celebración acrítica, simplemente nos pide que consideremos las circunstancias. Ellos mismos sostienen el sistema que los oprime, a cambio de vivir cómo reyes —literalmente— a costa del erario público. Si esto le suena a apología de un sistema aberrante, que no debería existir en el mundo moderno, definitivamente que esta serie no es para usted. Si Morgan tiene un problema, es que después de cuatro temporadas, remarca el mismo punto una y otra vez: la clave de la sobrevivencia está en la subyugación completa ante la superioridad del monarca. La misma Elizabeth rindió su ego ante la idea que su cargo representa.
La repetitividad se hace manifiesta en los capítulos centrados en la princesa Margaret, por ejemplo. Pero el concepto creativo tiene, por diseño, un truco que infunde novedad periódicamente: el reparto cambia cada dos temporadas. Esto permite “envejecer” naturalmente a los personajes y pica el interés del espectador. No es un desafío menor, apropiarse de papeles informados por la imagen del sujeto real, y las interpretaciones recientes de dos colegas. El relevo para las próximas dos temporadas trae caras nuevas para la reina Elizabeth (Imelda Staunton), su esposo, el duque de Edimburgo (Jonathan Pryce); la princesa Margaret (Leslie Manville); el príncipe Carlos (Dominic West) y Lady Diana (Elisabeth Debicki). Todo lo viejo es nuevo, otra vez.
“The Crown”, IV Temporada
(La Corona)
Serie creada por Peter Morgan
10 capítulos
*Disponible en Netflix